El Debate de Los Mochis

Ritmos místicos

- elduendeca­llejero@gmail.com Agustín Galván

En varias de las entrevista­s que ha dado el director y guionista italiano Luca Guadagnino durante la promoción de Suspiria (2018, Italia y Estados Unidos), ante la pregunta de cómo definiría su cinta (recordemos, Suspiria original, dirigida por Darío Argento y estrenada en 1977, fue la primera de una trilogía que se completa con Infierno, de 1980, y La Tercera Madre del 2007), él siempre responde que es un cover. Lo curioso es que tiene razón. El Suspiria de Guadagnino, escrita por David Kajganich, sigue la misma trama de la original: Suzy Bannion, una joven inocente de origen norteameri­cano (en la original fue Jessica Harper, acá es Dakota Johnson) llega a Alemania (en la original a Freiburg, acá a Berlín) para entrar en una prestigios­a academia de baile (en la original de danza clásica, acá de danza moderna) dirigida por Madame Blanc (en la original fue Joan Bennett, acá es Tilda Swinton). La razón por la que se le acepta es porque una alumna, Patricia Hingle

(en la original Evan Axén, acá es Chloë Grace Moretz), se ha dado de baja. Aunque la realidad es otra. En la original, Patricia sale corriendo y gritando del edificio y luego muere mientras se refugia con un amigo. Acá, una incoherent­e Patricia se arriesga a caminar por las violentas calles de un Berlín devastado para ir con su sicoterape­uta, Josef Klemperer (de nuevo Tilda Swinton), solo para advertirle que algo terrible está pasando en la academia de baile. Luego la joven huye y no se vuelve a saber de ella, dejando olvidada en la oficina su mochila con sus diarios. Mientras tanto, en la academia, el misterio que hizo que Patricia huyera se revela de forma rápida: las figuras de autoridad de la academia son en realidad brujas milenarias que cada tanto hacen un ritual para pasar su conciencia al cuerpo de una de las jovencitas que ellas van preparando, sin que ellas lo sepan.

Hasta aquí, salvando lo que ocurre con Patricia antes de desaparece­r, ambas películas van de la mano. Donde viene la novedad (y se entiende la idea del cover que propone Guadagnino) es que ambas cintas tienen intereses completame­nte diferentes: Argento siempre ha dicho que su película más que contar una historia, en realidad es una experienci­a basada en las ideas vertidas por Thomas de Quincey en los fragmentos ensayístic­os Suspiria de Profundis (1845): una parte del arte occidental surge como transgresi­ón pagana a las ideas cristianas, y por ello suele tomar como divinidad a una figura femenina que a su vez se divide en tres entidades: las lágrimas o el sufrimient­o, los suspiros o los secretos y la oscuridad o lo oculto. Guadagnino entiende eso, pero le interesa más ensayar con la idea de qué podría ser una bruja en el mundo moderno, ¿una mujer que decide lo que quiere hacer con su vida? Y por ello, aunque reconocemo­s la melodía, resulta que su Suspiria difícilmen­te es la misma canción. No niega sus raíces, tampoco su espíritu, pero el ritmo y el tono son otros. Y por ello, dependerá de quién escuche/vea, el responder si gustará o no esta nueva versión de Suspiria.

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