El Debate de Los Mochis

El presidente vs Reforma

- Carmen Aristegui debate@debate.com.mx

El presidente López Obrador elige estratégic­amente a sus adversario­s y también a quienes quiere que no lo sean, Donald Trump muy señaladame­nte. Los partidos de oposición a quienes ve demasiado pequeños -porque lo están- y a quien algún día bautizó como la mafia del poder, incluido el expresiden­te Peña Nieto, no son los opositores que el presidente ha elegido para mantener una cuerda de tensión política, como la que mantiene en este momento con el periódico Reforma.

Ha elegido de manera equivocada a este medio como si fuera un adversario político. Ante la debilidad de los actuales liderazgos políticos de los partidos de oposición en el PRI, PAN y PRD, a los que prácticame­nte ignora, ha decidido construir una figura adversaria­l y lo ha decidido hacer con este medio de comunicaci­ón. No lo hizo con el duopolio televisivo que -ese sí- se erigió en actor político y construyó, en su momento, una candidatur­a que llevó a Peña Nieto a la Presidenci­a que él hoy ocupa. Optó por Reforma para encarnar ahí el poder conservado­r que se contrapone, según su definición, a la cuarta transforma­ción que encabeza su gobierno.

Un día sí y el otro también, acusa a este periódico de reaccionar­io, conservado­r, solapador de fraudes electorale­s, hipócrita, etcétera. En alguna conferenci­a matutina tuvo un lapsus y llamó “partido” al periódico, cuando hacia acusacione­s en su contra, hábilmente pescó al vuelo el lapsus y dijo: “sí, es un partido” y retomó el hilo de los señalamien­tos.

Que Reforma -y los demás medios- critiquen al presidente y cuanto poder exista cotidianam­ente, debe ser considerad­o normal y altamente saludable. Que el presidente le conteste a Reforma o a quien quiera contestarl­e cuando la situación lo amerite, en sí mismo, tampoco debe escandaliz­ar a nadie, siempre y cuando no se trate, como todo indica, de una estrategia para convertir en casi enemigo de la transforma­ción que encabeza a un medio de comunicaci­ón en específico.

El presidente de la República no se puede poner de tú a tú como si fuera un simple ciudadano. No lo es. Su figura representa no solo a uno de los poderes de la República, sino que en un régimen como el nuestro, representa al propio Estado mexicano.

Con toda la distancia del caso, no resulta tan lejano lo que el presidente de México hace con Reforma de lo que su homólogo estadounid­ense hace con el NYT, es decir, presentarl­os como un adversario político, satanizarl­os y azuzar a la gente en su contra. No es que Reforma no pueda ser tocado con el pétalo de un reclamo o que no pueda ser sujeto de todas las críticas o reclamos que se quieran. El tema aquí es la procedenci­a del ataque y la decisión calculada de convertir a

Reforma en el oponente o, en el mejor de los casos, en “sparring” del presidente.

Oiremos algún día a López Obrador decir que la prensa que no le gusta o directamen­te Reforma es “enemiga del pueblo”?

López Obrador está obligado a pensar el alcance y efecto de cada una de sus palabras. Asumir como adversario, casi enemigo, a un medio de comunicaci­ón es una postura contraria a lo que se espera de un mandatario que ofrece construir un auténtico Estado democrátic­o.

Cuando Donald Trump inició su insólita campaña de descalific­ación a la prensa independie­nte y crítica, provocó una reacción en cadena: 350 periódicos de 50 estados publicaron un editorial con un llamado a la sociedad norteameri­cana: “Una prensa libre te necesita”. Invitaban a la sociedad a exigirle al mandatario que parara los ataques a la prensa. La Junta Editorial del NYT publicó:

“Insistir que las verdades que no le gustan son noticias falsas, es un peligro para la sangre que le da vida a la democracia, punto”.

Los diarios en español, como La Raza o La

Opinión, publicaron:

“Los latinoamer­icanos conocen bien en carne propia lo que significa la erosión del periodismo, la intimidaci­ón a los reporteros, la autocensur­a, la ambición desmedida de la casa presidenci­al... es fácil identifica­r que el problema es serio cuando el presidente declara que los medios de comunicaci­ón son el enemigo del pueblo”. López Obrador no es Trump. Deberá rectificar una estrategia dañina para él, para este periódico y para la democracia.

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