El Debate de Los Mochis

El sueño de Paloma Sanlúcar

La escritora y editora mochitense lanza su autoría junto con los comentaris­tas Irad Nieto y Maritza López. El texto de la novela es un espacio para el goce, un trabajo paciente del lenguaje

- ≋ Javier Meza @eldebate

Una de las finalidade­s de la novela es captar al individuo en su dificultad de habitar el mundo, afirma el teórico rumano Thomas Pavel. Si esto es cierto, El sueño de Paloma Sanlúcar (Andraval Ediciones, 2019), primera novela de la escritora mochitense Ernestina Yépiz, es una representa­ción narrativa, a veces llevada al extremo, de esa dificultad. En El sueño de Paloma Sanlúcar una mujer escritora, Inés Nazzaro o Mariana, nos narra en primera persona su regreso a la vieja casa familiar, donde pasó su infancia y adolescenc­ia, una enorme casa de 24 habitacion­es construida por su tatarabuel­o, cerca del mar, apostada en lo alto de una colina, en medio de pinos y cedros negros, que luce ahora, veinte años después, abandonada y herrumbros­a, a pesar de los criados que aún viven ahí como toscas figuras fantasmale­s.

El regreso

Luego de dos décadas de ausencia, viajando aquí y allá sin lograr asentarse en ningún lugar ni adaptarse del todo a ninguna relación personal, Inés no tiene claro el motivo por el que ha regresado. “El día que se me ocurrió volver debí de haber estado embriagada, sentimenta­l o vulnerable en exceso.” ¿Para qué regresar a la casa familiar y habitarla de nuevo cuando ya todos están muertos? ¿Para qué hundirse

en la soledad de una gran casa vacía? Porque Inés es una insatisfac­ción permanente, una interrogac­ión que no se detiene, la herida que no cierra, el fruto melancólic­o de una semilla intergener­acional. Nos cuenta: “…desde niña me acostumbré a la ausencia eterna de mi padre, quien murió por mordedura de serpiente cuando estudiaba la flora del desierto de Altar.

En el caso de mi madre –fotógrafa profesiona­l— siempre tuvo un viaje por hacer […] Una madrugada ingirió un puñado de somníferos con una botella de vino y durmió en su cama para no despertar más […] Los años de mi niñez y adolescenc­ia terminaron al lado de Mariana [su abuela], cuya mayor preocupaci­ón fue hacer de mí la escritora que ella no había podido ser.”.

La experienci­a temprana de Inés frente a la muerte, el rodearse de casi puras ausencias, marcó su destino como escritora y su carácter: taciturno e introspect­ivo, y sin embargo también amante del vino, el café espresso, la cocina, los barcos, el aire libre, la caminata, el mar y otros placeres. ¿Cuánto pesa la ausencia, la muerte de los seres queridos? ¿Es una ausencia que de veras se va o se queda pegada en nosotros, acompañánd­onos en cada rincón? A juicio de Inés: “Los muertos nunca terminan de llevarse sus olores […] los muertos nunca terminan de sepultarse, siguen habitando entre los vivos y no se aquietan hasta llevarse a quien desean.” Son como

una fuerza de atracción en la tierra. Su partida nos persigue.

El silencio, su oportunida­d para comunicars­e, a su manera, con los vivos. ¿A qué regresar entonces veinte años después a un lugar del que parece que nunca se ha salido, como si la vida fuera de esa vieja casa hubiera sido el sueño de una loca? Nadie tiene una respuesta convincent­e. Se podría hablar de un reencuentr­o con los muertos, pero sería impreciso, puesto que nunca dejaron de seguirla. Por más que quiso habitar en distintos lugares, la casa familiar habitaba en ella.

Nostalgia

El pasado se había fijado en su memoria. ¿Nostalgia, tristeza? En un lugar de la casa Inés se topa con la novela corta La casa junto al río, de Elena Garro, que había leído años atrás y relee un fragmento: “Enfrentars­e al reflejo del pasado produce el exacto pasado y buscar el origen de la derrota produce la antigua derrota.”

Entre más indaga en el pasado, más se sabe y se siente como una repetición, una vida ya vivida, un lugar ya visitado, el doble de otro doble, ¿Paloma Sanlúcar, Mariana su abuela?, alguien que no es ella y sin embargo lo es, tiene un cuerpo que puede palparse. “Soy yo siendo muchas otras”. Un poco como sucede en la siniestra historia contada por Elena Garro, la genealogía a la que pertenece nuestra protagonis­ta ha sido envuelta y dominada por lidiar, en vano, contra ese tiempo que, reitero, los repite en cada una de sus rondas trágicas por los siglos de los siglos.

En medio de la nada y del silencio, puesto que la abuela también había muerto hacía muchos años, ¿qué es lo que queda para la solitaria Inés ahora que se encuentra en la misma casa en que vivieron sus ancestros? La escritura, llegar al fondo del abismo para salvarse o enterrarse para siempre. Pero El sueño de Paloma Sanlúcar, además de ese viaje alucinado por un mundo en el que todos están muertos y por lo mismo se nos sumerge en los recuerdos, sueños y vigilias que va escribiend­o, anotando, la narradora Inés, también es el intento novelado de reconstrui­r el diario que llevaba su bisabuela andaluza Paloma Sanlúcar, quien había llegado a la bahía de Topolobamp­o en 1886, acompañada de su hermana Clarissa y un grupo de artistas, con el propósito de establecer­se en la utópica colonia socialista proyectada por Albert ≋imsey Owen. Devoradora de libros, Paloma se convirtió muy pronto en la biblioteca­ria de la colonia y comenzó a publicar Génesis, periódico mensual que informaba sobre las actividade­s y hechos que ocurrían en la colonia y entre los colonos.

Más informació­n en: https://www.debate.com.mx/cultura/Presentan-El-sueno-dePaloma-Sanlucar-deErnestin­a-Yepiz-2019042603­12.html

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FOTO: JAVIER MEZA >Ernestina Yépiz junto a Minerva Solano, Irad Nieto y Maritza López.

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