El Debate de Los Mochis

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- Catón armandocat­on@gmail.com afacaton@yahoo.com.mx

Auna casa desafinada, es decir, de mala nota, llegó un jactancios­o y ególatra individuo. Se plantó en medio del local, y ante el asombro de la concurrenc­ia procedió a quitarse la camisa y la camiseta. Así, desnudo de cintura arriba, procedió a mostrar su musculatur­a en diversas poses. Luego, dirigiéndo­se a las chicas que ahí prestaban sus servicios, declaró vanidoso: “Me presento ante ustedes, señoritas. Soy Herro, el Hombre de Fierro. Mírenme bien: puños de fierro, brazos de fierro, hombros de fierro, cuello de fierro, espalda de fierro, cintura de fierro, estómago de fierro. Y lo demás también de fierro. ¡Soy Herro, el Hombre de Fierro!”. Todas las sexoservid­oras se mostraron impresiona­das ante la exhibición del individuo, menos una que, se veía a las claras, era veterana experta en todas las lides de su profesión. Fue hacia el faceto individuo, lo tomó por el brazo y le dijo con acento imperativo: “Vamos al cuarto, Herro. Si tú eres el Hombre de Fierro yo soy Pandora la Fundidora”. Don Jenizario, el gendarme del pueblo, vio por la ventana que Babalucas le estaba propinando fuertes nalgadas a su hijo. De inmediato llamó la puerta, y cuando Babalucas abrió le dijo con severidad: “¿Por qué maltrata en esa forma a su hijo? Lo que está haciendo no correspond­e a la conducta de un buen padre”. “Permítame explicarle respondió el iracundo papá-. Soy músico profesiona­l, y toco la guitarra. El niño le dio vuelta a una de las clavijas, y me la la desafinó”. “¿Y sólo por eso golpea usted a la pobre criatura? -se indignó el policía-. ¿Porque le desafinó una cuerda de la guitarra?”. “-No nada más por eso -contestó furioso Babalucas-. El chiquillo no quiere decirme

cuál de las seis cuerdas fue la que me desafinó”. El loquito del pueblo llegó a la cantina del lugar. Iba empujando una carretilla vacía que dejó recargada en la pared mientras bebía la copita de mezcal que cada día le obsequiaba el compasivo cantinero. Al salir de la taberna se dio cuenta, consternad­o, de que su carretilla ya no estaba ahí: alguien se la había robado. “¡Caramba! -se preocupó el loquito-. ¿Y ahora en qué me voy a ir a mi casa?”. Ya conocemos a doña Frigidia: es la mujer más fría del planeta. En cierta ocasión pasó en barco por el ecuador y lo congeló. Pues bien: una noche accedió a cumplirle el débito conyugal a su marido después de más de un año de constantes negativas. A la mitad del trance del amor le preguntó asustado don Frustracio, su esposo: “¿Te sucede algo, Frigidia? ¿Estás sufriendo un ataque de nervios, o tienes convulsion­es?”. “No -contestó doña Frigidia, extrañada-. ¿Por qué me preguntas eso?”. Explicó don Frustracio: “Es que te moviste”. Susiflor le contó a su amiga Loretela: “Mi novio es estudiante de Medicina. Una vez por semana me hace una trepanació­n”. Replicó Loretela: “Eso no puede ser”. “Sí puede ser -insistió Susiflor-. Se me trepa”. Dos vecinas estaban conversand­o. Le dijo una a la otra: “La vida es muy extraña, y tiene cosas impredecib­les. No sé si conozcas a Loretela Patané, la del departamen­to 34. La semana pasada se sacó el premio gordo de la lotería, y el mismo día se le murió el marido en un accidente”. Exclamó la otra, admirada: “¡Qué buena suerte de mujer!”. En el restorán un tipo le comentó a otro: “A terminar la comida voy a ir a ver a mi chiquita”. El mesero escuchó aquello y le dijo: “El baño está al fondo a la derecha, caballero”. Terminó el trance de amor en la habitación 210 del popular Motel ≋amawa. La chica le dijo a su compañero: “¡Qué hermoso fue esto! ¿Me amarás así cuando nos casemos?”. “Mejor todavía respondió el sujeto-. Me excita mucho hacer el amor con una mujer casada”. FIN.

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