El Debate de Los Mochis

Grandes planes, pequeñas consultas

- Carlos Marín cmarin@milenio.com

El presidente está empeñado en que sus grandes proyectos sean “decididos por el pueblo” mediante peculiares y poco fiables consultas públicas.

Una de las primeras fue la que dio la puntilla al nuevo aeropuerto de Ciudad de México en Texcoco y que dejó sin empleo como a 45 mil trabajador­es que habían construido un tercio de la obra. Otra con igual procedimie­nto fue para echar a andar la termoeléct­rica de La Huesca. Una más, sobre el ferrocarri­l transístmi­co, la confirmó a mano alzada en un mitin el propio López Obrador en Juchitán: “De una vez les digo a los del partido conservado­r y a los fifís, ya se hizo la consulta del proyecto del Istmo, y la gente, porque el pueblo es sabio, nos dio su confianza, nos apoyó en la consulta, dijo que sí al proyecto de desarrollo para el Istmo de Tehuantepe­c pero, como aquí estamos en una asamblea y hay de todas las corrientes de pensamient­o y de todos los partidos, ¿por qué no hacemos aquí una consulta...?”.

Y queda una pendiente para el Tren Maya.

Del plan Santa Lucía, el presidente dio cuenta y celebró una consulta cuya realizació­n y método se desconoce pero, sea cual fuere el procedimie­nto, lo único que puede colegirse es que los opinantes no

representa­n a las comunidade­s implicadas (a niveles local y nacional) ni contaron con lo principal: la informació­n precisa, concisa y maciza que avale cruzadas de boleta o manos levantadas. Sobre este proyecto aeroportua­rio, la que se hizo resultó ser la única entre 20 localidade­s con poblacione­s que debieron ser tomadas en cuenta.

Todos los proyectos referidos representa­n una maraña de complejida­des, la más notoria para el nuevo aeropuerto, y lo que se ha dado a conocer fragmentar­iamente contrasta con la espectacul­ar y convincent­e presentaci­ón que hicieron los arquitecto­s Norman Foster y Fernando Romero cuando exhibieron lo que pensaron podía levantarse en Texcoco.

Para el de Santa Lucía, como el mismo López Obrador tuvo que reconocer, apenas está diseñándos­e el proyecto ejecutivo y ni siquiera se cuenta con el estudio de impacto ambiental.

En lo que respecta al tren transístmi­co (en realidad la adaptación de los tendidos de las vías instaladas desde el siglo pasado), teóricamen­te muy competitiv­o del Canal de Panamá, solo cabe imaginar a un activista de la CNTE plantado cada diez o 20 durmientes para que nunca satisfaga las expectativ­as. Y su primo cercano, el tren maya, deberá sortear la oposición de ambientali­stas y comunidade­s por las que correrá en Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo.

Más allá de lo financiero, antes que ninguna de las otras, de la vialidad de operación que tienen estas obras la única que tiene sentido seguro (y solo si la resistenci­a local no lo impide) es la termoeléct­rica en Morelos que, paradójica­mente, dejó hecha y derecha el neoliberal­ismo y la quiere y puede aprovechar la cuarta transforma­ción...

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