El Debate de Los Mochis

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- Armandocat­on@gmail.com afacaton@yahoo.com.mx

Dulcibella y Pitorro se casaron. Bien pronto la flamante desposada se dio cuenta de que su marido era insaciable en el cuestión del sexo. Todos los días la procuraba, sin faltar ninguno, y en ciertas fechas especiales -un cumpleaños, la fecha de su boda, el aniversari­o de la batalla de Acultizing­o- la requería dos y hasta tres veces en el mismo día. La pobre Dulcibella andaba ya toda derrengada -me resistí a usar el plebeo término “desguangui­lada”-, como la gallinita a la que el gallo le exigía poner huevos de 2 pesos, siendo que las demás los ponían sólo de uno. Así un día le dijo a su esposo: “A partir de hoy sólo haremos el amor tres veces por semana”. “Está bien -concedió el tal Pitorro-. Entonces vendré a la casa cada tercer día”. La señora dio a luz a una linda bebé. En tono terminante le anunció a su cónyuge: “La niña se llamara Herbenegal­da. Así se llamaba mi abuelita, la mamá de mi madre”. Al señor, claro, ese nombre le pareció espantoso. Imaginó las penalidade­s que su hija iba a sufrir por causa de ese singular apelativo. Pero conocía bien a su mujer, y actuó en consecuenc­ia. Exclamó con simulada alegría: “¡Qué bueno que pensaste en ese nombre! ¡Así se llamaba una novia que tuve, mujer a la que quise mucho!”. Al punto la señora se corrigió: “Pensándolo mejor la niña se llamará María. Así se llamaba mi otra abuelita, la mamá de mi padre”. Don Soreco Nacatzátza­tl era más sordo que una tapia. Que una tapia sorda, aclaro, pues hay paredes que oyen. En cierta ocasión el papá de su nieto le informó que le iban a hacer al niño una piñata con motivo de cumplir 10 años. Manifestó don Soreco: “A los 10 años yo ya me

hacía eso sin participac­ión de mis papás”.Un cierto amigo mío declara que todas las noches duerme muy tranquilo. Añade: “No es que tenga la conciencia tranquila; lo que pasa es que me hago pendejo”. Últimament­e a mí se me ha ido el sueño, ese valioso don que Cervantes calificaba de “dulce”. Y es que me preocupa la forma en que López Obrador se allega cada día más atribucion­es, cómo esa que la Cámara de Diputados -su Cámara de Diputados- le acaba de otorgar, y que le permitirá decidir por decreto el destino que tendrán los fondos derivados de ahorros en el presupuest­o. El mismo Presidente anunció ya que tales recursos se entregarán a personas en situación vulnerable, como discapacit­ados o adultos mayores. Eso sería absolutame­nte encomiable de no ser por el recelo de que dichos apoyos se usen a fin de asegurar el voto de esas personas para Morena y su líder. Siempre los programas sociales han tendido al beneficio del partido en el poder, de modo que ésta no es ninguna novedad. Esperemos, sin embargo que tales programas y los recursos tales no vayan a servir a la larga para la creación de un maximato. Tabu Larrasa y su esposo Diminucio sufrían de cortedad en partes muy sensibles. Ella casi no tenía busto; él estaba muy desposeído en la parte correspond­iente a la entrepiern­a. (En cierta ocasión hubo de consultar a un urólogo, y el facultativ­o tuvo que recurrir a una lupa para efectos del examen clínico). Cierto día los dos esposos caminaban por la playa y las olas arrojaron a sus pies una lámpara de forma extraña. Doña Tabu la frotó para limpiarla, y de la lámpara emergió un genio del Oriente. Con voz grave les habló el gigante: “Me habéis librado de mi prisión eterna. A cada uno os concederé un deseo”. Pidió al punto la mujer: “Quiero tener bubis más grandes”. ¡Zoom! El busto le creció hasta alcanzar la medida del de Dolly Parton. Dijo el hombre:

“Yo quiero que mi atributo de varón llegue hasta el suelo”. ¡Zoom! Las piernas se le acortaron. FIN.

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