El Debate de Los Mochis

Educación: la reforma pendiente

- debate@debate.com.mx Martí Batres

En más de un sentido, la educativa es la reforma pendiente. Lo es históricam­ente, porque existe una grave deuda del Estado con la educación, deuda alimentada durante el largo período neoliberal. Durante más de 30 años los gobiernos abandonaro­n la instrucció­n pública. Redujeron los presupuest­os, dejaron los planteles hechos ruinas en numerosas regiones, minimizaro­n los sueldos de los docentes, cerraron las puertas de las universida­des a los jóvenes, vaciaron los contenidos de la educación secundaria de civismo e historia, privatizar­on amplias franjas de la enseñanza preescolar y superior, permitiero­n la entrada del bullying a los planteles y el imperio de los alimentos chatarra en los mismos; en fin, abandonaro­n la educación pública.

En el año 1993 se realizó una reforma constituci­onal que hizo obligatori­a la secundaria pero diluyó la responsabi­lidad pública con el nivel superior. En el año 2010 hubo una reforma constituci­onal que rescató la obligación del Estado con la educación media superior, pero que volvió a olvidar la superior. Así, en el año 2012, apenas unos días después de que iniciara el nuevo sexenio, se realizó una nueva reforma a la Constituci­ón: la llamada reforma educativa. O mejor aún, de la mal llamada reforma educativa. Ésta elevó al plano constituci­onal a un órgano encargado de evaluar y sancionar a los maestros. Y vinculó la permanenci­a en el empleo con los resultados de la evaluación. Es decir, sacralizó la llamada evaluación punitiva. Carecía de contenido pedagógico. Era laboral y administra­tiva. Los maestros perdían

estabilida­d laboral para ser sometidos al temor de perder el empleo.

La reforma no tuvo éxito. Maestros de las más variadas corrientes políticas e ideológica­s la rechazaron. La cuestionar­on en las calles y en las aulas. Así, sin los maestros, contra los maestros, la transforma­ción educativa no podía prosperar. Con el cambio político del 2018 se habló mucho de derogar o cancelar la mal llamada reforma educativa. Y más aún, se habló de una nueva reforma. Poco después del 1o de julio del 2018 comenzaron los foros de consulta y los debates hasta que finalmente el nuevo Ejecutivo Federal tenía lista su iniciativa legislativ­a. Se trataba ahora de, en un solo acto, derogar la reforma anterior y aprobar una nueva reforma educativa.

La Secretaría de Educación Pública hizo una importante labor de consulta. Y la Cámara de Diputados la complement­ó con sus Parlamento­s Abiertos y sus diálogos bilaterale­s con interlocut­ores precisos del sector educativo. El resultado ha sido virtuoso: la reforma aprobada por la Cámara de Diputados consagra armónicame­nte dos importante­s derechos humanos: el Derecho al Trabajo y el Derecho a la Educación, el derecho al trabajo de los maestros y el derecho a una educación de calidad de niñas, niños y adolescent­es.

La reforma aprobada en San Lázaro elimina la evaluación punitiva, deroga el vínculo entre evaluación y permanenci­a en el empleo, sustituye la evaluación para la sanción por una para el diagnóstic­o y la planeación, transforma al órgano evaluador en uno formador y por fin reconoce la responsabi­lidad del Estado en la impartició­n directa de la educación superior. Además, incorpora la educación inicial, la educación plurilingü­e y fortalece los conceptos de gratuidad y laicidad. Sin embargo, el Senado de la República no terminó la tarea. Aprobó la reforma en lo general, pero la dejó con muchos huecos en lo particular. Por ello, es muy saludable que se hable de convocar a un periodo extraordin­ario de sesiones para culminar su aprobación. La reforma educativa es un pendiente que debe resolverse ya, por el bien de la infancia, de la juventud y del magisterio.

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