El Debate de Los Mochis

Me queda un largo camino por recorrer al volante de mi inseparabl­e taxi

VIANEY ARAGÓN PACHECO TAXISTA

- ≋Marisela Jolie @debate.com.mx

Es una mujer de arranque, pero antes de salir a las calles se encarga de su rol de madre

Soy muy feliz en mi trabajo, me ha dado lo suficiente y necesario para sacar adelante a mis hijos

Vianey Esmeralda Aragón Pacheco es madre de tres hijos y taxista. Desde hace 14 años se ha abierto paso frente al volante en el servicio del transporte público en Los Mochis. “Trabajo hasta 15 horas diarias, de lunes a domingo; manejo el taxi 164 yo sola, no tengo relevo. Estuve muchos años trabajando de noche, pero decidí cambiar, entro a las 8:00 de la mañana y regreso a las 11:00 de la noche”.

Una mujer de arranque Tiene 40 años y vive en el ejido 20 de Noviembre con sus hijos, a quienes crió mientras trabajaba. Es una mujer de arranque, pero antes de salir a las calles se encarga de su rol de madre. “Tengo dos hijos y una hija, de 24, 20 y 15 años; cada día me levanto, preparo el desayuno y se van a la escuela, a mediodía regreso a hacer comida, y si no me alcanza el tiempo les compro algo”. Antes de ser conductora de taxis desempeñó diferentes oficios para llevar el sustento a su hogar. “Soy divorciada, me quedé a cargo de mis hijos desde que estaban muy chiquitos y decidí trabajar. Empecé en el campo como jornalera, después trabajé en una cartonera, luego fui despachado­ra de gasolina, hasta que me convertí en taxista”. Vianey es una de las pocas mujeres que conforman la Unión de Trabajador­es del Volante del Norte de Sinaloa, oficio que la llena de satisfacci­ones. “Somos 7 mujeres taxistas, y ojalá que cada vez se sumen más; tengo muchos años en este oficio, y cada día la gente se sorprende al vernos al volante. Tenemos las mismas responsabi­lidades de nuestros compañeros, pero decidimos usar uniforme distinto, porque somos femeninas, traemos faldas”.

Es una mujer de retos, que desde pequeña supo muy bien en lo que quería convertirs­e, y lo logró. “Desde niña me gustaban los taxis, tenía un tío que era taxista, me paseaba en su taxi que en ese tiempo era un Grand Marquis. Cuando le decía que quería ser taxista, me respondía: las mujeres no manejan. Pero afortunada­mente los tiempos han cambiado”. Abundan en su memoria los recuerdos de sus primeros días al volante de un taxi. “Estaba muy nerviosa, yo no conocía ni las calles, el carro que agarré por primera vez era automático. No dormía de la emoción por irme a trabajar. Fue una experienci­a muy bonita, gracias a Dios y al apoyo de mis compañeros que amablement­e me ubicaban. Recuerdo a Mirna, trabajó con nosotros, una mujer que me compartió experienci­as que me sirvieron mucho, me enseñó a nunca decir ‘No puedo’. Yo tenía miedo de manejar estándar”.

Agradece a quienes la apoyaron en sus momentos difíciles. Aquellos compañeros de aventuras y de vida que jamás olvidará. “Una ocasión llegué a la base y les dije a mis compañeros que no podía más, se me dificultab­a mucho manejar estándar, empecé a llorar. Ellos me enseñaron, colocaron tambos de la basura para que aprendiera a estacionar­me. Aprendí recorriend­o todo el bulevar Rosendo G. Castro, una y otra vez. Cuando me mandaban a un domicilio y me pasaba de la casa, daba la vuelta a la cuadra para no reversear, y ahora ya no me gusta manejar automático, yo te puedo manejar hasta un tráiler, me encanta conducir”.

El desprender­se de sus hijos para salir a las calles a trabajar ha sido quizás lo más difícil de su vida. “No puedo dedicarle el tiempo que quisiera a mis hijos; cuando estaba casada, yo no me perdía ningún evento de ellos, pero desde que me quedé sola, sin el apoyo de su padre, tuve que empezar a trabajar y todo eso se acabó. Sus hijos son su fortaleza y el aliento que necesita para no desfallece­r. “Mi hija maduró muy pequeña, no pudo disfrutar de su infancia por cuidar a sus hermanitos; yo me levantaba y le dejaba el desayuno listo, dinero para la escuela, la pañalera del más pequeño. Ella lo llevaba a la guardería y después se iba con su otro hermano a la escuela”.

Un 10 de mayo recibió uno de los regalos más importante­s y aún lo atesora en su corazón de madre. “Yo lloraba mucho, porque me partía el alma, cuando mi hija me reprochaba porque quería salir a jugar, pero no podía porque debía cuidar a sus hermanitos. Un día de las madres me hizo una carta que decía: ‘Perdóname, mamita, por renegar por cuidar a mis hermanos; si no te ayudo yo, ¿quién lo hará?; te amo mucho porque has sido muy valiente’. Y aún la conservo”.

Después de largas jornadas de trabajo a bordo de su taxi, el servir a la gente es lo más gratifican­te que se lleva a casa. “Muchas veces me ha tocado llevar emergencia­s, lo que hago durante todo el trayecto es orar para que sobrevivan, he salvado vidas con mi servicio y eso es lo más importante. Cuando llevo a personas tristes o llorando, les cuento mi historia, todo lo que he superado y los aliento a seguir adelante. Luego los vuelvo a ver y me agradecen mis consejos. En los años que tengo, aprendí a percibir el peligro y me he salvado de muchas, gracias a ese presentimi­ento; afortunada­mente ya contamos con medidas de seguridad”. Siente un orgullo desbordant­e porque cumplió uno de los deseos de su infancia, y su oficio le ha brindado inmensas satisfacci­ones a su vida. “Soy muy feliz en mi trabajo, me ha dado lo suficiente y necesario para sacar adelante a mis hijos. Llevo una buena relación con mis compañeros y mis jefes, es un trabajo de más de una década, son mi familia, somos muy unidos y hemos crecido juntos en equipo”. A Vianey le queda un largo camino por recorrer al volante de su inseparabl­e taxi número 164. “Yo quería ser servidora pública al volante, y hasta que Dios lo permita lo haré. Quiero que mis hijos terminen su carrera, y si algún día ellos quieren ser taxistas, yo los apoyaré, porque amo este oficio. Mi sueño, mi aspiración es que algún día yo pueda tener mi concesión, pero estoy esperando el tiempo de Dios”.

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