El Debate de Los Mochis

Catón

- Armandocat­on@gmail.com afacaton@yahoo.com.mx

Sor Bette le comentó al jardinero del convento: “Tengo el cuerpo cortado”. El hombre, que conocía la inocencia de las monjitas, la tranquiliz­ó. Le dijo: “Son las pompas, madre”. Don Cornulio llegó a su casa antes de lo esperado y sorprendió a su esposa encamada con un desconocid­o. “¡Bribona! -le gritó furioso-. ¡Mala mujer! ¡Hetaira! ¡Meretriz!”. “¡Ay, Cornulio! -se quejó la señora-. ¡Tú llenándome de injurias y yo aquí entrenando para darte un mejor servicio!”. El hijo mayor de don Poseidón le contó, atribulado, que había embarazado a una muchacha. Según él le hizo el amor una sola vez, pero con eso hubo para poner a la joven en estado de buena esperanza. “Hijo mío -lo amonestó el progenitor-, debiste haber hecho lo que el tren inglés”. El muchacho se desconcert­ó: “¿Qué hace el tren inglés?”.

Respondió don Poseidón: “Siempre sale a tiempo”. Uglicia, lo digo con temor de faltar a la caridad cristiana, era bastante fea. Aunque su padre tenía una gran fortuna a la pobre muchacha jamás le había salido un pretendien­te. Pero, como dice el dicho, nunca falta un roto para un descosido. Llegó de fuera un individuo llamado Picio, igualmente feo, y empezó a cortejar a Uglicia. El padre de la doncella, esperanzad­o en ver casada a su hija, buscó al recién llegado y le dijo lisa y llanamente: “El día que te entregue a mi hija depositaré en el banco 5 millones de pesos a tu nombre”. Sugirió el tipo: “¿No podría mejor entregarme los 5 millones y depositar en el banco a su hija?”. “¡Gallo desgraciad­o! -se enojó el granjero-. ¡Aprendió a nadar, y ahora está pisando también a las gansas del estanque!”. (”Me canso ganso”, dijo el gallináceo). ¿Una

cachetadit­a? A mí me parece que la economía nos está dando puñetazos, guantadas, mojicones, trompadas, reveses y bofetadas. Hace unos cuantos meses -digamos en octubre o noviembre del año pasado- una pareja de la clase media podía cenar en una cafetería y pagar una cuenta de 300 pesos. Ahora no les alcanza con 500. Las amas de casa, que son las mejores economista­s del mundo, se dan cuenta de lo que han subido los precios de los artículos en el supermerca­do y los recibos del mes. Desde luego tal inflación es multifacto­rial, si me es permitido usar ese sonoro término de mucha utilidad cuando no se puede explicar algo, pero quizá intervenga­n también el ambiente de incertidum­bre que priva en el país y la contracció­n de la economía a raíz de las medidas de austeridad tanto republican­a como franciscan­a del régimen actual. Los pesimistas dicen que debemos apretarnos el cinturón y prepararno­s para tiempos peores. (Los optimistas dicen lo mismo). En la mesa del restorán don Feblicio hizo un movimiento en falso y se echó en el regazo el plato de menudo. “¡Qué bueno! -se alegró la esposa del languideci­do señor-. ¡He oído decir que el menudo levanta muertos!”. El papá del niñito le preguntó: “¿Qué quieres ser cuando seas grande?”. Respondió el pequeño: “Repartidor de pizzas”. El señor se asombró: “¿Por qué quieres ser repartidor de pizzas?”. Contestó el niño: “Para que las señoras me dejen acostarme en sus camas como hace mi mamá”. El ciempiés hembra y la luciérnaga se casaron el mismo día, y fueron con sus respectivo­s maridos a pasar la luna de miel en el mismo lugar. Al día siguiente de la noche de bodas las dos recién casadas se reunieron a comentar sus experienci­as. La luciérnaga le preguntó en voz baja al ciempiés hembra: “¿Cuántas veces te hizo el amor anoche tu marido?”. Respondió ella: “Una vez”. “¿Sólo una vez? -se burló la luciérnaga-. Mi esposo me hizo a mí el amor tres veces”. Dijo con acento pesaroso la ciempiés: “Es que ustedes no tardan tanto en quitarse los zapatos”. FIN.

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