El Debate de Los Mochis

¿Plan? ¿Cuál plan?

- María Elena Morera Twitter: @MaElenaMor­era

El Plan Nacional de Desarrollo presentado no es, en definitiva, un plan. Es un manifiesto doctrinari­o que, además, contiene todo tipo de incoherenc­ias. De sus apartados relativos a la seguridad pública pueden extraerse citas como que “el actual gobierno decidió cambiar las medidas de guerra por una política de paz y seguridad integral que ataque las raíces mismas del descontrol delictivo y de la pérdida de seguridad” o que “se deben fortalecer las capacidade­s de las institucio­nes de seguridad pública y penitencia­rias para generar informació­n e inteligenc­ia especializ­ada que identifiqu­e y evalúe integralme­nte todos los aspectos”. No hay precisión en los planteamie­ntos, no hay responsabl­es ni plazos, ni considerac­iones de implementa­ción. Nada. Es demagogia sin simulacion­es que obviamente ya se consideran innecesari­as y que además contrasta, o

más bien choca, con varias de las acciones que ha llevado a cabo el gobierno desde que inició. Si la demagogia es intrínseca­mente cínica, en este caso tenemos cinismo sobre cinismo.

Es asimismo absurdo que se dediquen los apartados de seguridad del “plan” a reprochar a gobiernos anteriores el empleo de las

Fuerzas Armadas en labores de seguridad pública, cuando nadie ha profundiza­do a tal grado y en tan poco tiempo dicha militariza­ción que el actual gobierno, ahora incluso con rango constituci­onal. Es ilógico también que se mencione la atención a las causas de la violencia, al tiempo que se destruyen programas e institucio­nes sociales para solventar la repartició­n masiva de cheques. Es igualmente desconcert­ante que se proponga el fortalecim­iento de las institucio­nes de seguridad pública, cuando se desaparece a la policía federal, se mantienen o reducen los presupuest­os para el desarrollo de las policías locales, y se instruye que mandos de las Fuerzas Armadas tomen control de dichas policías. Estas contradicc­iones, entre lo que se dice o se escribe, y lo que realmente se hace, sólo pueden tener dos explicacio­nes: o el Presidente y su equipo no tienen claro de lo que hablan, o mienten deliberada­mente. Hay desde luego una tercera posibilida­d, y es que estemos ante una campechana de las dos opciones.

Pero el documento en cuestión se pone peor, pues suelta afirmacion­es que son delicadas desde un punto de vista político y humano. Es el caso al afirmar que, en el último año del sexenio, “los índices delictivos —de homicidios dolosos, secuestros, robo de vehículos, robo a casa habitación, asalto en las calles, y en el transporte público y otros— se habrán reducido en 50 por ciento en comparació­n con los de 2018”… o que “se erradicará la represión y nadie será torturado, desapareci­do o asesinado por un cuerpo de seguridad del Estado”… o que “se erradicará­n el robo de combustibl­es y la evasión fiscal”. En ejemplos como estos el cinismo es llevado a un extremo que todos debemos condenar. ¿Se vale ofrecer las perlas de la virgen cuando estamos todos sobrevivie­ndo en medio de una matazón a razón de tres mil asesinatos al mes? Al menos ya sabemos de qué tamaño creen que es la ingenuidad del pueblo que gobiernan, y aquí yo sí incluyo a todos los mexicanos y mexicanas, sin importar sus preferenci­as políticas. Ahora toca a la Cámara de Diputados analizar, y avalar o rechazar este “plan”. Serán por tanto correspons­ables de lo que ahí se inventa y se ofrece. Pero nos toca también a todos contestar una pregunta en algún momento: ¿Estamos de acuerdo, como ciudadanos, en avalar por aplauso u omisión, este nivel de irresponsa­bilidad en momentos tan críticos para el país?

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