El Debate de Los Mochis

ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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Lloraba el niño y no decía por qué.

Su madre, finalmente, lo hizo hablar. En la escuela el maestro se había burlado de él. Lo hizo ponerse de pie, y señalando un defecto físico que tenía lo ridiculizó frente a sus compañeros. Lo motejó con un apodo, y rió cuando los niños se lo gritaron en coro. Luego, cuando el pequeño rompió a llorar, lo llamó joto y maricón.

Cuando el padre volvió de su trabajo la señora le contó lo que había sucedido. No dijo nada él, pero al día siguiente fue a la escuela, esperó al maestro a la salida y después de reclamarle con serenidad su proceder le propinó en el rostro un puñetazo que lo tiró al suelo.

Es reprochabl­e esa violencia física, pero más reprobable aún es la violencia moral que usó ese mal maestro, pues la ejerció contra alguien que no podía defenderse. Cuánto dolor, qué sufrimient­o, qué ingratas memorias suelen dejar en los niños y jóvenes algunos profesores crueles que no merecen llamarse maestros.

Hermoso quehacer es el de la enseñanza. Los maestros deben respetar a quienes han sido puestos en sus manos no para que los hagan objeto de escarnio, sino para que los lleven por la senda de la verdad y el bien.

¡Hasta mañana!...

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