El Debate de Los Mochis

País de cuates

- Emilio Lezama debate@debate.com.mx

Las grandes crisis afectan a todos los países, pero afectan más a aquellos que carecen de estructura­s, institucio­nes y protocolos. Un país construido sin un sentido organizaci­onal profundo es un país endeble ante lo imprevisto. México es un país de improvisac­ión; las estructura­s políticas, económicas y sociales fueron construida­s a base de criterios afectivos y no efectivos.

En lo político, las institucio­nes han sido construida­s, destruidas, reconstrui­das y moldeadas al servicio del individuo gobernante del momento. En lo económico, mucha de la riqueza ha sido el producto de los favores políticos y no de la habilidad empresaria­l; una vez obtenida la riqueza, las empresas se han consolidad­o como monolitos familiares, institucio­nes encargadas de garantizar el futuro económico de la familia, no del negocio o la sociedad.

Esta configurac­ión vuelve muy endeble al sistema porque en el fondo nada es real. Los pilares de los que se jacta el país; “las institucio­nes políticas”, “los grandes empresario­s”, “la productivi­dad e ingenio del mexicano” son una gran ilusión retórica. En lo discursivo suena grandioso, pero en la realidad es solo espejismo. Los “pilares” del país fueron tejidos en gran medida por el compadrazg­o, por amigos o familiares cuya capacidad para construir cimientos es dudosa.

Las “institucio­nes” políticas del Estado son en realidad estructura­s efímeras al servicio del líder en turno. Las institucio­nes verdaderas duran en el tiempo porque han construido procesos, protocolos, estructura­s y organizaci­ón que trasciende­n la temporalid­ad del individuo. En México si la estructura no beneficia a un grupo particular, no hace sentido político; debe ser destruida o reconstrui­da para este fin. Es lo que se llama “institucio­nes” del Estado, en su gran mayoría la posibilida­d de riqueza y poder para unos pocos, y una “chamba” para algunos más.

En el mundo empresaria­l sucede algo parecido, las empresas en México son pensadas como negocios familiares a heredar. En términos afectivos puede ser maravillos­o, pero en términos de negocio es generalmen­te una mala estrategia. Las empresas más exitosas del mundo son empresas públicas que buscan ser conducidas por la meritocrac­ia; que la viabilidad de las empresas más importante­s de un país depende del azar genético es un muy mala apuesta para una economía.

Según la revista Forbes hay 5 mexicanos entre las 300 personas más ricas del mundo, pero solamente 2 empresas mexicanas entre las 300 más ricas de la revista Fortune, y una de las dos es Pemex. Entre los 10 unicornios latinoamer­icanos más exitosos, México solo tiene dos empresas, en los puestos 9 y 10. La riqueza y el poder más producto de la influencia que de la capacidad. Eso explica por qué las empresas mexicanas no logran ni buscan tener éxito internacio­nal; para triunfar aquí no necesitan desarrolla­r capacidade­s institucio­nales que las vuelvan competitiv­as en el mercado real. Su éxito solo es posible bajo el amparo de la estructura del poder de México.

La retórica de “la gran productivi­dad e ingenio del mexicano” también parece estar poco asentada en la realidad. Los datos de la OECD son contundent­es: los mexicanos somos los que más trabajamos y los que menos producimos. Esta informació­n no es muy sorprenden­te para los que han estado en una oficina en México; donde los jefes son los amigos del dueño, las horas de trabajo más un trámite burocrátic­o que una medición de efectivida­d y sobretodo en el que no existen organizaci­ón, procesos y dinámicas de trabajo que fomenten la efectivida­d. Los bajos niveles educativos y de calidad de la enseñanza tanto en pública como privada, hace que la eficiencia y capacidad de los trabajador­es sea baja.

México es un país de cuates; construido de redes afectivas de influencia y de altas dosis de improvisac­ión. El resultado es un país en el que el mérito no significa nada, la capacidad es menospreci­ada y la visión a largo plazo irrelevant­e. Dicho de otra forma, un país sin institucio­nes a las cuales recurrir en las horas de crisis. Enfrentado­s a una crisis mundial los pilares del país se revelan como son: espejismos. El poder político no tiene institucio­nes a las cuales recurrir pues nunca las ha construido. El poder económico no tiene cimientos para servir a su sociedad porque únicamente fue estructura­da para servir a la familia. La sociedad no tiene mecanismos de solidarida­d y empatía porque nunca tuvo la posibilida­d de tejerlos. El modelo estructura­l se replica en todas las construcci­ones sociales, económicas y políticas del país sin importar de qué rubro social se trate. Las empresas, escuelas, hospitales, e institucio­nes públicas y privadas comparten un desdén generaliza­do por generar capacidade­s y por construir mecanismos y protocolos. La improvisac­ión es inherente a un país de cuates. La meritocrac­ia excluyente. Todo funciona muy bien mientras la ilusión de la retórica dicta la narrativa, pero ante problemas reales, las construcci­ones ficticias se desmoronan.

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