Historias de Positrón
Hoy dejaré descansar al cine. Mejor les contaré sobre una novela cuya lectura me mantuvo ocupado en días pasados. Escrita por la poeta, novelista, académica, crítica literaria, activista social: Margaret Atwood (1939, Ottawa). Su título: Por último, el corazón (2016, Ediciones Salamandra). La novela tiene como escenario una suerte de realidad alterna en el que la economía de Estados Unidos no logró sobrevivir a la Burbuja Inmobiliaria. Muchos acabaron viviendo en sus autos, preocupados por no ser asaltados o asesinados mientras duermen. En ese escenario, conocemos a Stan y a Charmaine. Ellos son una aún joven pareja que, cuando iniciaron su vida conyugal tenían empleos bien pagados, una casa y hasta planes para iniciar una familia. Pero, con la crisis solo se quedaron con el auto y algo de ropa. De los dos, es Charmaine la que tiene un empleo en un bar que sobrevive vendiendo bebidas adulteradas, botanas rancias y comida lo suficientemente grasosa como para que no se note que no está en buen estado. Un día, se enteran, gracias a un anuncio, sobre la existencia de un proyecto a cargo de un grupo anónimo de inversores. Como muchas cárceles quedaron a la deriva, decidieron “comprarlas” para convertirlas en centros de trabajo. También compraron (y cercaron) los complejos urbanos vacíos que había a su alrededor. Lo que esta compañía anónima ofrece a los interesados es una casa, ropa, comida, transporte, seguridad y seguro médico en esos complejos urbanos circundantes. Llaman a esa “ciudad” Consiliencia. Lo que les piden a cambio es que ellos accedan, y de por vida, a ser prisioneros de su cárcel por un mes y también que sigan unas estrictas medidas de control cuando son “libres”. Llaman a esa cárcel: Positrón. Los interesados deberán ir, un mes sí y un mes no, a vivir como prisioneros en Positrón. Y para eso deberán separarse: Stan irá a la parte destinada a los hombres, Charmaine a la de las mujeres. Les darán un uniforme, les cortarán el pelo, los harán estar en una celda con compañía, irán a regaderas colectivas, les harán un examen de conocimientos para saber para qué tareas son buenos. Y, finalmente, ellos saben que mientras estén en la cárcel, en su casa vivirán “los alternos”: una pareja que en el mes que ellos estén
“libres” les tocará ser los prisioneros. La idea de un paraíso urbano en el que el orden impere no tardará en fragmentarse cuando sepamos que tanto en Positrón como en Consiliencia las cosas no son lo que parecen: por alguna razón Stan, un ingeniero destacado, acaba siendo el encargado de cuidar a las gallinas que luego se convertirán en alimento de la comunidad; mientras que Charmaine tendrá un trabajo inquietante que realiza sin pestañear: inyecta a desconocidos que encuentra atados en camillas una solución que ¿los duerme? ¿los mata? Menos densa que El cuento de la criada, y hasta le queda el término: rocambolesca. Por último, el corazón es un puñetazo en el estómago a esa inocente idea de que es posible erradicar la corrupción en una sociedad mediante los buenos deseos o con la construcción de utopías. Una lectura ideal para estos raros días de encierro.