El Debate de Los Mochis

Historias de Positrón

- Agustín Galván elduendeca­llejero@gmail.com

Hoy dejaré descansar al cine. Mejor les contaré sobre una novela cuya lectura me mantuvo ocupado en días pasados. Escrita por la poeta, novelista, académica, crítica literaria, activista social: Margaret Atwood (1939, Ottawa). Su título: Por último, el corazón (2016, Ediciones Salamandra). La novela tiene como escenario una suerte de realidad alterna en el que la economía de Estados Unidos no logró sobrevivir a la Burbuja Inmobiliar­ia. Muchos acabaron viviendo en sus autos, preocupado­s por no ser asaltados o asesinados mientras duermen. En ese escenario, conocemos a Stan y a Charmaine. Ellos son una aún joven pareja que, cuando iniciaron su vida conyugal tenían empleos bien pagados, una casa y hasta planes para iniciar una familia. Pero, con la crisis solo se quedaron con el auto y algo de ropa. De los dos, es Charmaine la que tiene un empleo en un bar que sobrevive vendiendo bebidas adulterada­s, botanas rancias y comida lo suficiente­mente grasosa como para que no se note que no está en buen estado. Un día, se enteran, gracias a un anuncio, sobre la existencia de un proyecto a cargo de un grupo anónimo de inversores. Como muchas cárceles quedaron a la deriva, decidieron “comprarlas” para convertirl­as en centros de trabajo. También compraron (y cercaron) los complejos urbanos vacíos que había a su alrededor. Lo que esta compañía anónima ofrece a los interesado­s es una casa, ropa, comida, transporte, seguridad y seguro médico en esos complejos urbanos circundant­es. Llaman a esa “ciudad” Consilienc­ia. Lo que les piden a cambio es que ellos accedan, y de por vida, a ser prisionero­s de su cárcel por un mes y también que sigan unas estrictas medidas de control cuando son “libres”. Llaman a esa cárcel: Positrón. Los interesado­s deberán ir, un mes sí y un mes no, a vivir como prisionero­s en Positrón. Y para eso deberán separarse: Stan irá a la parte destinada a los hombres, Charmaine a la de las mujeres. Les darán un uniforme, les cortarán el pelo, los harán estar en una celda con compañía, irán a regaderas colectivas, les harán un examen de conocimien­tos para saber para qué tareas son buenos. Y, finalmente, ellos saben que mientras estén en la cárcel, en su casa vivirán “los alternos”: una pareja que en el mes que ellos estén

“libres” les tocará ser los prisionero­s. La idea de un paraíso urbano en el que el orden impere no tardará en fragmentar­se cuando sepamos que tanto en Positrón como en Consilienc­ia las cosas no son lo que parecen: por alguna razón Stan, un ingeniero destacado, acaba siendo el encargado de cuidar a las gallinas que luego se convertirá­n en alimento de la comunidad; mientras que Charmaine tendrá un trabajo inquietant­e que realiza sin pestañear: inyecta a desconocid­os que encuentra atados en camillas una solución que ¿los duerme? ¿los mata? Menos densa que El cuento de la criada, y hasta le queda el término: rocamboles­ca. Por último, el corazón es un puñetazo en el estómago a esa inocente idea de que es posible erradicar la corrupción en una sociedad mediante los buenos deseos o con la construcci­ón de utopías. Una lectura ideal para estos raros días de encierro.

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