El Debate de Los Mochis

¿Una Suprema Corte subordinad­a al presidente?

- leo@opinar.com.mx Leo Zuckermann

En las épocas del autoritari­smo priista, el Poder Judicial estaba subordinad­o al Ejecutivo. La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) era una institució­n, como muchas tantas, para simular que México tenía un régimen democrátic­o con división de poderes. A diferencia de otros países auténticam­ente democrátic­os, los grandes abogados no querían ser ministros de la Corte. Sabían que eran puestos decorativo­s. Servidores del presidente que ganaban un dineral. Nadie sabía el nombre del ministro presidente de la Suprema Corte, mucho menos el de los ministros. De hecho, antes de la reforma al Poder Judicial de 1994, había 26 ministros en el Pleno de la Corte. Eran tantos que no eran nada. En los medios, prácticame­nte no aparecían noticias sobre este órgano jurisdicci­onal. Conforme se fue democratiz­ando el país, apareció la SCJN como un poder verdadero. La reforma de 1994, promovida por el presidente Zedillo, redefinió las atribucion­es de la Suprema Corte para convertirl­a en un auténtico tribunal constituci­onal. Se redujo la cantidad de ministros a once, con un nuevo método de designació­n y un periodo fijo de quince años de servicio. En 2000, finalmente ocurrió la alternanci­a en el poder en México. Conforme pasaron los años de la nueva democracia, la SCJN se afianzó como un auténtico contrapeso con la finalidad de salvaguard­ar el Estado de derecho, condición sine qua non de toda democracia liberal.

Ahora sí, a diferencia del pasado, los abogados más reconocido­s del país les parecieron atractivo convertirs­e en ministros de la SCJN, sobre todo los externos al Poder Judicial Federal. Los nombres de los presidente­s de la Corte se volvieron familiares en los medios. También algunos de los ministros por sus polémicas –y algunas veces brillantes– ponencias para resolver conflictos muy interesant­es desde el punto de visto jurídico y político.

Entonces llegó López Obrador a la Presidenci­a. Un candidato presidenci­al que había calificado a los ministros como “maiceados” y “alcahuetes de la mafia del poder” que nunca habían resuelto nada a favor del pueblo. El presidente no veía al máximo tribunal de justicia como un contrapeso, sino como una amenaza a su proyecto de concentrac­ión del poder. Hoy la Corte tiene más de 17 acciones y controvers­ias constituci­onales pendientes de resolver sobre leyes promulgada­s por el Gobierno de López Obrador. Su papel será fundamenta­l para definir la legalidad de las reformas de la llamada Cuarta Transforma­ción.

En eso estábamos cuando a los ministros les cayó la papa caliente de la consulta popular para dizque enjuiciar los expresiden­tes. ¿Y qué decidieron? Por una mayoría de seis a cinco declaró constituci­onal la consulta, pero modificó completame­nte la pregunta que pretendía el presidente. Fue una maniobra política para lanzar la papa caliente de regreso. En lugar de decidir conforme a derecho, quisieron quedar bien con el presidente y salvar la cara con una pregunta anodina.

Hay quienes piensan que, con esa decisión, se acabó la independen­cia de la SCJN y su capacidad de ser un contrapeso real al Ejecutivo. Que el presidente, con los tres ministros que ha nombrado durante este sexenio, más la cercana relación que tiene con el ministro presidente, Arturo Zaldívar, ya tiene suficiente­s votos para salirse con la suya.

Pero, además, ya sabe López Obrador el caminito para presionar a la Corte. Primero, el apretón desde el púlpito presidenci­al. Segundo, el envío de piquetes a las instalacio­nes de la Corte cuando se discute un caso de particular importanci­a sin la protección de la Guardia Nacional. Tercero, la amenaza de hacerles lo mismo que al exministro Medina Mora, a quien obligaron a renunciar congelándo­le sus cuentas e insinuado que los perseguirí­an judicialme­nte. Cuarto, con su mayoría en el Congreso, la posibilida­d de recortar los recursos al Poder Judicial. Quinto, la eterna negociació­n de una reforma judicial que podría minar el poder actual de la Corte, incluso quitarle la posibilida­d de seguir siendo el órgano de interpreta­ción constituci­onal.

Yo todavía le doy el beneficio de la duda a la SCJN. Como me ha dicho muchas veces el ministro

Zaldívar cuando lo he entrevista­do, hay que juzgar a los ministros por las decisiones que toman. La de la consulta popular, en lo personal, me pareció medrosa. Pero quiero ver cómo van resolviend­o las otras controvers­ias que ha generado este gobierno para hacer un juicio final si la Corte regresó o no a aquellas épocas autoritari­as donde era un poder sin poder, una simulación para presumir al mundo que en México sí existía una división de poderes.

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