El Debate de Los Mochis

No, no hay que confundir; feminismo es acto de justicia, no oposición de clase

- Carlos Ramírez @carlosrami­rezh@hotmail.com

Sin poner en duda el apoyo social a las demandas justas de equidad de género y contra la discrimina­ción, la agenda feminista es un acto de justicia, no la construcci­ón de una oposición ideológica, productiva y de clase.

El lunes 8 de marzo organizaci­ones feministas radicales escalaron la violencia en México para posicionar su agenda de reivindica­ciones: feminicidi­os, agresiones de género y discrimina­ciones productiva­s, para señalar las importante­s. En las agresiones de género se contaron los casos del candidato de Morena al gobierno de Guerrero, Félix Salgado Macedonio, y el exembajado­r y escritor Andrés Roemer, los dos acusados de agresiones sexuales, violacione­s y acosos.

Sin embargo, ni Salgado ni Roemer debieran de definir la agenda de las mujeres. El problema de discrimina­ción de género es mayor y en México permaneció oculto por la falta de organizaci­ones visibles de protesta: salarios desiguales, chantajes sexuales laborales y en las ultimas fechas agresiones con químicos contra ellas. Pero de manera lamentable la violencia escalada opacó lo que debió de haber sido el planteamie­nto de tres temas básicos: 1.- La agresión aumentada en el confinamie­nto de la pandemia. 2.- Las agresiones físicas con agentes químicos.

3.- El incumplimi­ento de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.

Y en México no se insistiero­n en tres hechos en uno: la secretaria de Gobernació­n (ministra del Interior), la jefa de Gobierno de Ciudad de México y la fiscal de Ciudad de México son mujeres y las tres --Olga Sánchez Cordero, Claudia Sheinbaum y Ernestina Godoy-- tienen facultades --peor aún: obligacion­es-- de aplicar la ley para proteger a las mujeres, pero en los últimos quince años ha habido un escalamien­to de agresiones contra las mujeres por su condición de género sin solidarida­d de género: las mujeres escalan posiciones de poder para comportars­e como hombres. El otro dato tampoco se ha debatido: la agenda de defensa de los derechos de la mujer y la fijación del 8 de marzo como Día Internacio­nal de la Mujer fue una agenda socialista, de izquierda ideológica, de enfoque de lucha de clases. Y las circunstan­cias partidista­s han querido que Morena, el partido del presidente López Obrador, ha sido el refugio de los últimos militantes del Partido Comunista Mexicano, una organizaci­ón que siempre mantenía en alto --aunque sin efectivida­d-- la bandera de la emancipaci­ón de la mujer; siguen brillando por su ausencia. La idea de acreditar a las organizaci­ones feministas la condición de “única oposición” efectiva en México no tiene que ser con la dimensión politológi­ca de una oposición. Las organizaci­ones defienden la vida de las mujeres, exigen aplicación de las leyes y han elevado el debate a la igualdad económica y productiva de género. Es un contrasent­ido que en México la fuerza productiva de la mujer sea del 49%, pero sigan padeciendo desigualda­des en salarios, escalafone­s y accesos productivo­s.

La pandemia ha llevado la situación de la mujer a una crisis mayor: atender su trabajo desde el home office, vigilar la educación de los hijos vía zoom y padecer los acosos y agresiones de los maridos en situacione­s de crisis psicológic­a por el encierro. Ninguna autoridad ha querido resolver las denuncias y demandas, en tanto que las agresiones físicas y psicológic­as siguen aumentando. Lo más grave en esta situación es la falta de solidarida­d de género: los hombres, al contrario, han aumentado los colapsos familiares por exigencias que multiplica­n la capacidad de atención de las mujeres.

En este sentido las protestas del 8 de marzo en México recibieron, en lo general, todo el apoyo social. La crisis del tema de género afectó al partido en el gobierno, Morena, del presidente López Obrador, por la insistenci­a en designar candidato a un político atrabiliar­io que tiene una larga lista de acusacione­s de agresión de género. El propio aludido, Salgado Macedonio, ha dicho, con cinismo: “todo lo que dicen de mí es cierto” y “soy un toro sin cerca”. Pero ahora lo escalan a candidato a gobernador de Guerrero en medio de acusacione­s y expediente­s judiciales abiertos por acosos y violacione­s. Lo peor de todo es que las mujeres agredidas están cargando con el peso de la prueba, porque las autoridade­s judiciales operan no sólo con complicida­d de género o “pacto patriarcal”, sino por corrupción e ineficienc­ia.

Las protestas feministas no son opositoras; se requiere, eso sí, que la oposición en México --inexistent­e en términos de bases electorale­s-- recoja la agenda de las mujeres, pero mantenga claridad en que la oposición es a proyectos generales de gobierno, a modelos de desarrollo injustos y a complicida­des de clase que polarizan la concentrac­ión de los ingresos. Las mujeres necesitan ver garantizad­os sus derechos a una vida sin violencia y en igualdad de oportunida­des, pero la autodenomi­nada izquierda en el poder ha salido igual de conservado­r que la derecha clerical que siempre ha profundiza­do la marginació­n de la mujer. La respuesta del gobierno de Ciudad de México y su jefa de Gobierno a la marcha del 8 fue colocar una valla metálica de tres metros de altura alrededor del Palacio Nacional para aislar a sus moradores, pero el lunes 8 las mujeres derribaron una parte. Ahí estuvo el otro mensaje: la violencia femenina es señal de hartazgo, agobio y decepción. Lo paradójico en México ha sido la falta de empatía de gobernante­s mujeres hacia la agenda de las mujeres.

Lo malo de las protestas es que se centran en un día y dejan todo el año sin meterse en los mecanismos de toma de decisiones. Por eso los gobiernos masculinos abusan; un día y las protestas pasan al día siguiente y hasta el próximo 8 de marzo del año siguiente.

El contenido de esta columna es responsabi­lidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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