El Debate de Los Mochis

Migración y responsabi­lidad internacio­nal

- José Ramón Cossío Díaz @JRCossio

En recientes días, acabamos de vivir dos lamentable­s hechos vinculados con el ámbito migratorio: las muertes de Victoria Salazar y de Elvin Mazariegos provocadas por miembros de la policía de Tulum y del Ejército Mexicano, respectiva­mente. Diversos colegas han puesto de relieve que, tanto en ellos como en otros cuerpos con similares caracterís­ticas, es común la falta de capacitaci­ón y la ausencia de protocolos para el uso de la fuerza. Con independen­cia que desde mayo de 2019 se publicó la Ley Nacional sobre el Uso de la Fuerza y cuya constituci­onalidad debe resolver la Suprema Corte, las corporacio­nes de seguridad no han emitido los manuales para la legítima aplicación del monopolio de la violencia que posee el Estado. Por ejemplo, el de la fuerza armada permanente data de mayo de 2014 y no se ajusta a las disposicio­nes de la Ley Nacional en vigor. Al margen de la nula atención que nuestras autoridade­s han puesto al tema del uso de la fuerza, su ejercicio les genera a ellas y a nuestro país responsabi­lidades de diversa índole. Especialme­nte cuando se trata de personas que han decidido internarse en el territorio nacional. Más allá de si este acto es lícito o ilícito, diversas disposicio­nes constituci­onales, convencion­ales y legales les confieren derechos a quienes están en el espacio geográfico mexicano.

¿Qué pasa cuando las autoridade­s nacionales son las que lastiman o privan de la vida a algún extranjero? Para efectos del orden jurídico nacional, los participan­tes deberán ser sometidos a proceso por la probable

comisión de los respectivo­s delitos. En cuanto al orden jurídico interameri­cano o del internacio­nal, la responsabi­lidad no recae sobre los funcionari­os participan­tes, ni sobre sus comandante­s o las correspond­ientes autoridade­s federales o locales, sino estrictame­nte sobre el propio Estado mexicano.

Hasta ahora, la condición jurídica de los migrantes en territorio nacional se ha visto como un asunto propio de cada uno de los cuerpos de seguridad o, más ampliament­e, como una cuestión vinculada con cada una de las entidades federativa­s o, inclusive, de los municipios que conforman nuestro sistema federal. Ello ha provocado una especie de desinterés sobre las condicione­s de funcionami­ento de cada una de las partes del todo o, lo que todavía es más grave, una especie de egoísmo nacional para que cada cual enfrente sus problemas y pague sus platos rotos.

Lo que esta visión reduccioni­sta propicia es la asignación de responsabi­lidades internacio­nales, no a la entidad federativa X o Y, ni al municipio P o Q, o a la fuerza armada o de seguridad de tal o cual naturaleza. Las obligacion­es fallidas en materia migratoria, que han sido tan pobres de entender y paupérrima­s al operar, arrojarán la sujeción de México, y de sus autoridade­s, a algún tipo de consecuenc­ias. En ese ámbito de la discusión deja de ser relevante quién hizo qué en una situación específica. Comienza la polémica, además de ello, de quién no hizo qué, quién estaba a cargo de qué y cuál era la cadena de mando o de investigac­ión. El espectro de posibilida­des para revisar las actuacione­s se abre considerab­lemente en tanto deja de actuarse con los consabidos referentes locales que, más que enfrentar los problemas, buscan ocultarlos, cuando no de plano derivarlos.

En la materia migratoria es preciso comenzar una acción integral y coordinada. Es necesario dejar de mirar el tema de forma fragmentad­a. También dejar la visión de que va a solucionar­se cerrando una frontera en sí misma abierta. Así, una vez mirado el problema desde el ámbito internacio­nal, quien participa en el fenómeno migratorio es México. Por lo mismo, es éste, desde luego en su conformaci­ón jurídica, el único que puede actuar.

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