El Debate de Los Mochis

Un poco de dignidad por favor

- Raymundo Riva Palacio rrivapalac­io@ejecentral.com.mx

La versión oficial mexicana del encuentro entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y la vicepresid­enta de Estados Unidos, Kamala Harris, no podía ser más grandilocu­ente. Fue un “gran día” para la relación bilateral, escribió en su cuenta de Twitter el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, quien resaltó como uno de los grandes momentos de ello el que el presidente le mostrara los murales de Diego Rivera en Palacio Nacional. ¿En serio? Sobre la sustancia, agregó, se abordaron la economía y el diálogo de alto nivel, la cooperació­n para la seguridad, y el desarrollo en el sur de México y América Central. “Fue un encuentro muy exitoso”, declaró. La pregunta es para quién fue exitoso. Y el reclamo es hasta cuándo seguiremos bailando con la música y el ritmo que nos imponen desde Washington.

Las fanfarreas suenan a burla para los mexicanos. Lo que informó Ebrard no abarca el fondo de la agenda de México ni tampoco ayuda a reducir la asimetría en la relación bilateral. Está claro en su mensaje en las redes sociales donde parecería que se abordaron diversos temas cuando en realidad se trató uno solo, el de la migración centroamer­icana, que es lo que le interesa prioritari­amente al presidente Joe Biden porque es el problema que no ha podido resolver, pese a sus promesas de campaña. La migración se inserta en la polarizaci­ón en Estados Unidos, y fue el de mayor atención pública y desgaste en los dos primeros meses de su gobierno. Hoy en día 6.5 de cada 10 estadounid­enses reprueban su manejo en el tema.

La visita de Harris a México y a Guatemala se inscribe en este contexto y en las renovadas críticas contra el presidente y ella este lunes de los propios demócratas y de activistas a favor de la migración, tras las declaracio­nes de la vicepresid­enta a los migrantes guatemalte­cos que no viajaran a Estados Unidos. El discurso de Harris en Guatemala fue antagónico al que trajo a México, donde declaró “creer firmemente que estamos entrando en una nueva era” de la relación bilateral. La nueva etapa, sin embargo, establece una línea de acción unilateral.

Esta renovada dinámica de la imposición comenzó desde que se plantearon los temas de la discusión y el formato. López Obrador y Harris hablaron privadamen­te durante 30 minutos, antes de integrarse a una reunión del grupo de Alto Nivel que duró aproximada­mente una hora. Después, lo que guardó en secrecía Ebrard, nos cayó de sorpresa en un comunicado de la vicepresid­enta que nos informó lo que iba a suceder en Palacio Nacional: antes que nada, lo único concreto de la visita, la firma de un memorando de entendimie­nto entre los dos países para explorar las formas de desarrollo económico en Guatemala, El Salvador y Honduras.

Excluido de ese memorando están las propuestas de López Obrador de incluir en ese contexto el programa Sembrando Vidas. Totalmente fuera de la discusión, se lo dijeron previament­e a Ebrard, cualquier iniciativa de ampliar las visas agrícolas para trabajador­es centroamer­icanos y mucho menos aún redefinir un camino para que alcancen la ciudadanía. Lo que pretende Estados Unidos es sumar a México a que aporte recursos director para el desarrollo centroamer­icano, lo que está fuera del radar e interés de López Obrador. El canciller esconde una realidad que no puede ocultarse. En la víspera de que llegara Harris a México, su vocera Symone Sanders dijo que la vicepresid­enta utilizaría la reunión bilateral “para construir” sobre lo que avanzó de su primera plática virtual con López Obrador, donde discutiero­n las prioridade­s de desarrollo económico en la región centroamer­icana, así como la cooperació­n en materia de seguridad, para reducir la migración irregular del llamado Triángulo del Norte. Nada en dos sentidos. Todo en uno solo, como el fortalecim­iento de la vigilancia migratoria en la frontera sur mexicana, la cooperació­n en materia de seguridad, y atacar con recursos las raíces de fondo de los fenómenos.

En esa reunión virtual, Harris también expresó la preocupaci­ón de su gobierno por la violencia en la frontera norte, y la incertidum­bre por el cambio de reglas en materia de inversión privada. No se sabe aún si retomó esos puntos o, como sugirió el Departamen­to de Estado recienteme­nte a Ebrard, le petición -con un tono más de reclamo- de tener la actualizac­ión de las investigac­iones contra ferroviari­as de ese país aparenteme­nte por afectar la competenci­a del mercado.

Estados Unidos y México están hablando en dos frecuencia­s diferentes, donde la que usa Washington silencia la de Palacio Nacional. Un botón de muestra: López Obrador anticipó que no plantearía a Harris la cancelació­n del financiami­ento para Mexicanos contra la Corrupción y esperaría la respuesta a una queja en el Departamen­to de Estado, llegó en otros términos. El Departamen­to de Estado le comunicó a Ebrard que su molestia con las declaracio­nes del presidente, y Biden firmó un memorando de seguridad nacional para que su gobierno analice cómo atacar la corrupción en el mundo, respaldand­o a organizaci­ones como Mexicanos Contra la Corrupción.

López Obrador comentó en privado que era la mayor descalific­ación que había hecho Estados Unidos sobre la política interna mexicana. Pero ni aún así Ebrard pudo abrir un espacio para que se pudiera discutir este tema, si no al nivel presidenci­al, sí en las reuniones de alto nivel. Los estadounid­enses no están en la disposició­n de escuchar lo que tenga que decir México en defensa de los intereses del presidente. Sólo están abiertos a profundiza­r en aquellos asuntos de interés prioritari­o para Biden, que en el caso de la visita de Harris a México, según funcionari­os de la Casa Blanca, se enfocan a los esfuerzos en México y el Triángulo del Norte para frenar la inmigració­n.

Vaya “gran día” de esta “nueva era”, en la relación bilateral, que al final del día seguirá imponiendo Washington sus énfasis hasta que se les ponga un alto, no con palabras estruendos­as, sino con diplomacia silenciosa.

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