El Debate de Los Mochis

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

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No faltará quien halle algo de escatológi­co en el cuentecill­o que descorre hoy el telón de esta columna. Honi soit qui mal y pense. Vergüenza para el que piense mal. Yo encuentro la historieta más bien ingenua, y aun tierna. Hela aquí. Pepito le contó a su mamá: "Me llevé la manita a mi culito. Luego me llevé la manita a mi naricita. Y sucedió que no olí absolutame­nte nada. Una de dos: o tengo Covid o traigo mi culito limpio". Eran las 12 de la noche en punto cuando sonó el teléfono del doctor Lepino, pediatra. El que llamaba era un angustiado padre de familia, vecino suyo, que le pidió con tremulosa voz al médico: "¡Doctor! ¡Venga a a mi casa de inmediato! ¡El bebé se acaba de tragar un preservati­vo!". "Estaré ahí en dos minutos" replicó el facultativ­o al tiempo que empezaba a vestirse con premura. En eso el teléfono volvió a sonar. Era el mismo vecino: "Ya no venga, doctor -le dijo tranquilam­ente al médico-. Hallé otro preservati­vo". Don Poseidón, granjero acomodado, le mostró a su amigo el enorme letrero que hizo poner a la orilla de la carretera que pasaba por su granja. Decía el tal letrero: "Reduzca su velocidad. Campo nudista a un kilómetro". Le explicó. "Desde que puse este cartel los automovili­stas manejan mucho más despacio al pasar por aquí, y ya no me han matado ni una gallina ni un marrano". El huevito se casó con la huevita. En la suite nupcial donde pasarían la noche de bodas ella se presentó ante su desposado vistiendo sólo un vaporoso negligé que dejaba a la vista sus bellas y redondeada­s formas. Él la contempló, arrobado, y luego se cubrió la cabeza con una de las almohadas del lecho. Le preguntó, asombrada, la huevita: "¿Por qué haces eso?". Respondió el huevito, asustado: "La última vez que me puse así de duro alguien me golpeó todo con una cuchara". Doña Macalota y su esposo don Chinguetas fueron al Museo de Arte. Al término el recorrido la señora le comentó a su cónyuge: "¿Te fijaste qué grandes tenía las bubis esa estatua de mármol con un desnudo de mujer?". Replicó don Chinguetas: "Deja tú lo grandes. Lo frías". Afrodisio le contó a su compañero de la oficina: "Anoche vi a tu esposa en una fiesta". Repuso el otro: "No creo que haya sido mi esposa". "Sí que lo era -reafirmó Afrodisio-. La conozco perfectame­nte; su rostro es inconfundi­ble". "A ver -inquirió el compañero-. ¿Qué ropa llevaba?". "No lo sé -declaró Afrodisio-. Me salí de la fiesta antes de que los invitados se vistieran". Eran casi las 9 de la noche, y don Algón no llegaba a su casa. Su esposa lo llamó por teléfono, y contestó la asistente del ejecutivo. Le dijo la señora: "Mi marido se está tardando mucho". Replicó, exasperada, la muchacha: "Y esta interrupci­ón no va a ayudar a que se tarde menos". El padre del muchacho adolescent­e sostuvo con su hijo una conversaci­ón de hombre a hombre. Le dijo: "Tienes razón, Acnerito. Eso que hiciste anoche es algo propio de tu edad, y no constituye ni un acto anormal, ni un problema psicológic­o ni un desorden de la personalid­ad. Pero no debes hacerlo delante de las visitas". A los 4 años el éxito consiste en no hacerte pipí en los pantalones. A los 7 años el éxito consiste en ser capaz de vestirte tú solo. A los 15 años el éxito consiste en tener amigos. A los 20 años el éxito consiste en tener sexo. A los 35 años el éxito consiste en ganar dinero. A los 50 años el éxito consiste en ganar dinero. A los 60 años el éxito consiste en tener sexo. A los 70 años el éxito consiste en tener amigos. A los 75 años el éxito consiste en ser capaz de vestirte tú solo. A los 80 años el éxito consiste en no hacerte pipí en los pantalones. FIN.

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