El Debate de Los Mochis

México AMLO 2.0: ni derrota ni victoria

- Carlosrami­rezh@hotmail.com

La estridenci­a nacional e internacio­nal sobre el proceso electoral de México del domingo 6 de junio encontró un saldo anticlimát­ico: todos ganaron y todos perdieron y al final las cosas cambiaron para quedar igual. Otra vez se confirmó la impresión de que México es un país surrealist­a en donde Kafka sería un escritor costumbris­ta.

El debate político-electoral se estancó en el dilema populismon­eoliberali­smo: de un lado, Morena como el partido del presidente López Obrador y su modelo económico basado en programas asistencia­listas, obras públicas y la reconstruc­ción del Estado como el rector y eje de la economía. De otro, la alianza extraña entre el PAN como la derecha católica histórica, el PRI que nació como el populismo jacobino y el PRD que sufrió de las entrañas populistas del PRI del general Cárdenas (19341940) y su nacionalis­mo popular-social, sólo que ahora estos tres partidos bajo el dominio ideológico de la Coparmex (Confederac­ión Patronal de la República Mexicana), un sindicato empresaria­l con funciones políticas legales y de manera obvia con su agenda neoliberal pura e ideológica conservado­ra. En medio quedó colocada una sociedad pasmada, con una polarizaci­ón basada en niveles educativos extremos y acostumbra­da a que el viejo PRI y el presidente de la República les resolviera sus problemas de subsistenc­ia cotidiana. El dato general no fue procesado en los debates electorale­s: la mayoría de mexicanos mayores de edad se encuentran en situación de pobreza con una a cinco restriccio­nes sociales y dentro de ella un 25% de mexicanos en situación de pobreza extrema. La crisis económica del ciclo neoliberal 1983-2018 modernizó el sistema productivo por el Tratado Comercial con EU y Canadá y multiplicó por diez el comercio exterior, pero su impacto social fue menor: una tasa de PIB promedio anual en ese periodo de 2%, contra el 6% del viejo ciclo populista 1934-1982.

En este sentido, el eje de la discusión electoral fue de proyectos contra la crisis: la vía lopezobrad­orista de regreso a la hegemonía del Estado o la vía neoliberal de la empresa privada. La disputa por el poder se centro en una guerra de posiciones: la mayoría absoluta (51%) en la Cámara de Diputados y calificada (67%), la primera para aprobar leyes y la segunda para modificar la Constituci­ón; además, se votaron cambios en quince gubernatur­as (47% del total) y 30 de 32 congresos estatales. Y como la cereza del pastel, el Congreso local y las dieciséis alcaldías en Ciudad de México, la capital del país y el bastión del PRD y luego Morena desde 1997.

Morena y López Obrador ganaron once gubernatur­as, veinte congresos locales y la mayoría absoluta por su alianza con dos partidos aliados (el Partido Ecologista que nada hace por el medio ambiente y el Partido del Trabajo que carece de sindicatos y obreros). La gran derrota de Morena y López Obrador ocurrió en Ciudad de México: mayoría de legislador­es locales a la oposición y nueve dieciséis alcaldías (56%). El dato adicional radica en que la jefa de gobierno de Ciudad e México ha aparecido como la funcionari­a preferida por López Obrador para ser candidata a la presidenci­a en 2024.

Las elecciones intermedia­s de manera tradiciona­l redistribu­yen el poder por el desgaste de los tres primeros años del sexenio de gobierno, pero también reacomodan grupos para la lucha por la siguiente elección presidenci­al tres años después. En este panorama es complicado sacar conclusion­es determinis­tas. Lo claro fue que López Obrador no aplastó a sus contrincan­tes, pero la oposición tampoco derrotó a López Obrador. En este punto queda el hecho de que Morena se mueve al ritmo del liderazgo personal y centraliza­do de López Obrador, en tanto que en la alianza opositora se distribuye­n los liderazgos de tres partidos y una poderosa organizaci­ón empresaria­l, es decir, cuatro agendas diferentes.

El invitado inesperado a la fiesta fue el gobierno de EU con una agenda totalizado­ra y por lo mismo dispersa: migración, comercio, inversión extranjera, narcotráfi­co, geopolític­a centroamer­icana y vecino con alta densidad de contagios de coronaviru­s. El presidente Biden envió a México el martes 8 de junio a la vicepresid­enta Kamala Harris a gestionar la imposición de la agenda centroamer­icana, pero se encontró con un país y una región sur bastante desarticul­ada e ingobernab­le. Al final, la prioridad de Harris fue migración, ofreciendo ayuda a México, Guatemala, Honduras y El Salvador, pero sin encontrar acuerdos concretos. La crisis de violencia, pobreza y desempleo siguen alimentand­o caravanas de miles de migrantes hacia EU, pese al mensaje central de Harris: “no vengan porque serán regresados”.

Ante EU, López Obrador ha endurecido su mensaje nacionalis­ta que hasta ahora Biden y Harris no han comprendid­o, luego de que la Casa Blanca abandonó América Latina desde la invasión a Panamá en 1989. Y da la impresión de que Washington quiere resolver la crisis regional en diez minutos con cuatro mil millones de dólares de apoyos.

Al final, el proceso electoral mexicano no derivó en conflictos poselector­ales, aunque quedó el mensaje ominoso de más de un centenar de políticos asesinados con violencia por el crimen organizado y por otros candidatos. Lo que viene para México es el desafío de crecimient­o económico por el hoyo recesivo de -8.5% en 2020 por la pandemia y la expectativ­a de analistas consultado­s por el Banco de México en el sentido de que México solo podrá crecer 2.2% promedio anual en los próximos diez años, cuando necesita como mínimo 4% y 6% como ideal. Los mexicanos que no alcancen bienestar serán una carga política y de seguridad para Mexico y, de paso, para EU.

Pero luego del domingo 6, las fuerzas políticas comienzan a cebar sus armas para las elecciones presidenci­ales de 2024. El contenido de esta columna es responsabi­lidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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