Quiero ser influencer
Convertirse en influencer es la aspiración máxima de los jóvenes en los países de habla hispana. Los motores de búsqueda de Google arrojan que los adolescentes y jóvenes de los países de América Latina -sobre todo de México- preguntan cuáles son los pasos para convertirse en influencer. El deseo de los jóvenes latinoamericanos por obtener la condición de viral contrasta con la de muchos países de Europa donde las profesiones soñadas para los adolescentes son la de escritor, piloto, médico o incluso maestro.
Las narrativas que intentan explicar -aunque parece más un intento por justificarlo- esta aspiración generalizada apuntan a que esto es producto del engaño generacional que padecemos. Nos dijeron que estudiando lograríamos, si no hacernos ricos, por lo menos conquistar calidad de vida.
Sin embargo, este deseo por ser influencer no dista mucho del otrora engaño de que estudiar es pavimentar el camino para la abundancia. Dedicarse a la producción de contenido no es para nada garantía de riqueza, el éxito en esto -como en todo- es más bien producto de la suerte, recursos, disciplina y redes de apoyo o influencias.
Esta aspiración generalizada es más bien una muestra de un rasgo distintivo de nuestra generación: la pretendida ansia de que todo suceda de manera inmediata. Ser influencer se volvió atractivo porque es un camino de distancias cortas, pero de grandes ganancias.
Esta ansia se contrapone con el ciclo natural de las cosas. Toda conquista como lo es un patrimonio, una habilidad o la capacidad de influir en otros requiere tiempo y es producto de largos procesos.
Pareciera que ser influencer contradice eso y que en realidad para volverse famoso, rico e influyente no se necesita tiempo. Esto fuera válido si el éxito estuviera al alcance de todos, pero querer ser millonario haciendo videos no es muy diferente a comprar un boleto de lotería. Las posibilidades son mínimas.
También esto es sintomático del triunfo de la banalidad o más crudamente de la idiotez. Ser influencer es en muchos casos sinónimo de ser idiota, es decir, corto de entendimiento o engreído sin fundamento. Al menos en México, los influencers que concentran el mayor número de seguidores de entre 18 y 30 años, como lo son Juanpa Zurita, Kímberly Loaiza, Juan de Dios Pantoja o Werevertumorro conquistaron y sostienen su fama desafiando sus capacidades para decir y hacer idioteces.
Esa es la ilusión que hemos comprado: ser rico e influyente está reservado para quien sepa convertirse en producto de entretenimiento y se exhiba en internet, pero como todo atajo solo lo encuentran algunos. Muchos solo se quedarán con el disfraz de idiota, pero sin el tiempo necesario para conquistar por las otras vías -que suelen ser de mayor garantía- la vida que estaban buscando.
*PUEDEN LEER EL ESTUDIO AQUÍ: https://www.remitly.com/gb/es/landing/dream-jobsaround-the-world