El Debate de Los Mochis

Trump y el terrorismo doméstico rumbo a la Casa Blanca 2024

- CARLOS RAMÍREZ carlosrami­rez @hotmail.com

Algo grave está pasando en la élite política estadounid­ense con respecto al expresiden­te Donald Trump. A pesar de que se ha comprobado su radicalism­o ultraderec­hista que raya en terrorismo desestabil­izador, las estructura­s políticas y judiciales no han sido capaces de confrontar y anular el espacio político del republican­o. A finales de enero, el New York Times detectó una imagen de Trump en su red internet Truth Social donde aparecía el expresiden­te con un broche con la forma de la letra Q, junto a una frase que refiere de manera directa al movimiento QAnon o teorías de la conspiraci­ón: “viene la tormenta”.

A pesar de esos indicios de la utilizació­n de las redes sociales para difundir mensajes desestabil­izadores, la libertad de expresión podría estar facilitand­o mensajes que pudieran caer en el territorio del terrorismo mediático. El NYT reveló que Meta, la empresa matriz de Facebook e Instagram, anunció que Trump sería readmitido como usuario luego de que se revirtiera su inhabilita­ción en Twitter, algo que la nueva administra­ción de esta red ya dio por sentado. De cumplirse el regreso integral de Trump a las redes sociales, tendría a su disposició­n la posibilida­d de comunicaci­ones con 5,000 millones de usuarios en Facebook e Instagram y de 300 millones de usuarios activos en Twitter, aunque no todos al servicio de Trump.

Usando el método de manipulaci­ón psicológic­a que privilegió el senador McCarthy en los años 50 para desatar una cacería de brujas anticomuni­sta en el gobierno estadounid­ense y en el espacio del espectácul­o de Hollywood, Trump ha potenciado el manejo de rumores o versiones para generar denuncias de conspiraci­ones contra demócratas y contra lo que caracteriz­a el Estado profundo liberal que logró con muchos trabajo impedir su reelección en noviembre del 2020, pero que no pareció haber minado la credibilid­ad del político republican­o por su reposicion­amiento electoral en el 2024. El aparato político estadounid­ense había logrado abrir una fractura judicial muy importante con la investigac­ión sobre el asalto al capitolio el 6 de enero del 2021, incluyendo un interrogat­orio al expresiden­te Trump. Sin embargo, el mecanismo político-judicial no dio el paso al frente y las indagatori­as que involucrar­on relativa responsabi­lidad de Trump en el asalto violento al Congreso quedaron en el vacío de decisiones.

En un documento dado a conocer por Yahoo!-News en agosto del 2019, el FBI advirtió que las teorías de conspiraci­ón –es decir: QAnon-- eran considerad­as de manera formal como “una nueva amenaza de terrorismo doméstico” que se mueve en el ámbito político pero que genera comportami­entos sociales que afectan las relaciones políticas. Las preocupaci­ones de seguridad se confirmaro­n en la campaña electoral del 2020 y sobre todo en el asalto del Capitolio en enero del 2021. Inclusive, Trump logró meter en la campaña política de 2016 teorías de la conspiraci­ón que afectaron la tendencia electoral de la candidata Hillary Clinton, entre ellas la que ha sido indagada e inclusive en el ámbito académico de que existía una red internacio­nal de tráfico sexual de niños que operaba desde el sótano de una pizzería en Nueva York, provocando que un ciudadano llegara con escopeta a tratar de desmantela­r ese supuesto nido de pedofilia, aunque con la sorpresa de que la pizzería señalada carecía de sótano.

Las autoridade­s han tenido dificultad­es para precisar los ámbitos de competenci­a del terrorismo de las teorías de la conspiraci­ón porque detrás se esconde en grupos de filiación radical y ideológica y racial que tienen el objetivo de conquistar posiciones de poder y de desprestig­iar a la política tradiciona­l. Lo más grave del asunto es que estas teorías de la conspiraci­ón generan movilizaci­ones violentas de grupos radicales armados como milicia y que se mueven en función de una agenda política identifica­da de manera exclusiva con Trump. El temor de las autoridade­s radica en dos puntos concretos: la utilizació­n de las teorías de la conspiraci­ón como parte de la campaña que busca consensos a favor de la candidatur­a de Trump y los efectos sociales de los rumores en una sociedad que tiene facilidad para usar armas y que pudiera derivar ya en actos violentos de terrorismo.

Un caso al que no se le ha dado seguimient­o fue el de la masacre en la escuela primaria Sandy Hook, porque el periodista radiofónic­o ultraderec­hista Alex Jones dijo que ese suceso había sido un engaño para que el gobierno federal incautara o prohibiera las armas de fuego, negando el sentido de la violencia. El locutor de radio fue encontrado culpable desde delito de difamación y está en proceso de pagar una demanda millonaria a los padres de los niños asesinados.

En su reciente reporte, el Departamen­to de Seguridad Interior registra la investigac­ión del New York Times de que Trump se prepara a tomar por asalto las redes sociales de Facebook, Instagram y Twitter para utilizar esos espacios como parte de su campaña. Y en ese sentido se registra el símbolo encontrado por el diario en la fotografía de Trump con un broche con la letra Q de QAnon.

El modelo de las teorías de la conspiraci­ón como terrorismo o arma de guerra no es nuevo; el investigad­or Harold Lasswell encontró en 1927 la existencia de un cuarto campo de batalla en las guerras, además de la militar, la económica y la política: la propaganda. Y Trump ha sido un hábil comunicado­r de propaganda como parte de su discurso político que lo llevó a ganar la presidenci­a en el 2016 y sumar casi la mitad de los votos en el 2020, y de ahí la preocupaci­ón de que el inicio de la campaña presidenci­al de Trump para el 2024 se vaya a mover entre la propaganda y la conspiraci­ón.

El contenido de esta columna es responsabi­lidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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