Dos notarios públicos: Leila Slimani, Canción dulce (2016) y Alfonso Cuarón, Roma (2018)
Regreso a la dimensión social de la literatura y, esta vez, agrego al cine: un libro y una película sobre los derroteros que enfrentan las mujeres migrantes en Francia y las indígenas en México cuando prestan sus servicios al interior de una casa donde habita, generalmente, una familia con la piel más blanca. Me refiero a la escritora francesa Leila Slimani y su novela Canción dulce (2016) y la película Roma (2018) del cineasta mexicano Alfonso Cuarón. Leila nació Rabat en 1981 de padre marroquí, de madre franco argelina, en el 2016 ganó el Premio Goncourt con Canción dulce y Alfonso Cuarón nació en la Ciudad de México en 1961 y ha ganado dos Óscares como mejor director: Gravity en el 2014 y Roma en el 2019. Así que las voces en las que escuchamos este par de historias valen la pena leerlas y verlas para entender un pedazo de lo que somos.
Canción dulce: Slimani recrea la historia de la familia Massé, una pareja joven en pleno desarrollo profesional que decide contratar a una niñera para que se encargue de los pequeños Mila y Adam. Así aparece Louise en la vida de los Massé, como una Mary Poppins moderna que se va haciendo poco a poco con el control de la casa y los niños1
Slimani describe a Canción dulce como un cuento cruel. Comienza con una frase poderosa: “El bebé ha muerto”… La responsable es Louise, la nana. Ahí está la madre de los niños que aspiraba a desarrollarse profesionalmente, por eso contrató a una niñera que termina por matar a sus hijos. El relato es vertiginoso y lleno de sorpresas.
Por su parte, Roma tiene un ritmo distinto, las escenas se suceden lento. Esta historia sucede en 1970 en la Ciudad de México. En la colonia Roma vive un matrimonio con cuatro hijos, la abuela materna y Cleo la nana. La niñera indígena queda embarazada y su novio no se quiere hacer cargo. Más tarde pierde al bebé (confiesa que lo prefiere así) y la patrona, a su vez, a su esposo. La vulnerabilidad que comparten la empleadora y la trabajadora del hogar crea un lazo de afecto y complicidad que nunca vemos en Canción dulce.
El relato es lento, reitero, pero funciona. Utiliza planos paralelos: enfrente una imagen nítida, detrás otra borrosa que muestra lo que en realidad está sucediendo. Vemos la modernidad en América Latina de la década de los setenta. Nos muestra los signos de la época: el patriarcado, la pobreza, la desigualdad, etc. Cada una vive su tragedia, ambas han sido abandonadas, pero la historia no termina en tragedia como en Canción dulce. Cleo, a diferencia de Louise, logra ser el eje alrededor del cual orbitan todos los integrantes de esa familia que no es la suya. A pesar de que esto no es un cuento, como Canción dulce; las imágenes evocan discriminación, trabajo informal, ausencia de seguridad social y muchas horas de trabajo, igual que en la obra de Slimani.
Lo cierto es, que nos urge un cambio cultural y la literatura está contribuyendo a lograrlo. Estas dos historias son solo un ejemplo de la función social de la literatura y del cine porque los libros y las películas son como un notario público, dan fe de lo que sucede, nos hablan de quiénes somos en lo individual y lo en colectivo.