Renombrar a un estadio por decreto
TORO. El martes pasado se dio a conocer la resolución tomada por las autoridades de Hermosillo por cuanto a la decisión tomada a que el hoy estadio Sonora, a partir de este año será bautizado con el nombre de Fernando Valenzuela. Cual debiera esperarse, la decisión desató de inmediato el debate respectivo acerca de si se trata o no de un merecido honor.
AQUÍ HAY VARIOS puntos de partida para la polémica: primero, reconocer en Valenzuela al deportista más relevante y trascendente en la historia del beisbol en Sonora; segundo, puede ser que comparta con Ana Gabriela Guevara la distinción de ser el deportista más importante en la historia de ese estado, y tercero, que son las autoridades de Sonora las que tienen la facultad de “rebautizar” los inmuebles que forman parte de la infraestructura deportiva alojada en su territorio.
PARTIENDO DE ESOS puntos es que se descalifican los que enarbolan su rechazo esgrimiendo que “Valenzuela no jugó muchos años con Naranjeros”, “que su trayectoria en Grandes Ligas no fue particularmente brillante” y que por eso “no llegó al Salón de la Fama de Cooperstown”.
LA DISTINCIÓN se basa en lo logrado representando al estado, no solo a Hermosillo.
LA HISTORIA DEL “TORO” tiene tintes muy espectaculares, dignos incluso para que Hollywood contara su historia, que es totalmente inspiracional. Si bien sus cifras de 173 juegos ganados a cambio de 153 derrotas se consideran regulares, hay tras de sí el particular trasfondo de haber sido el muchacho humilde que salió de un pequeño poblado de Sonora para ser protagonista de uno de los movimientos socio-étnicos más relevantes del siglo 20 en Estados Unidos. Y la que armó en México, qué caray.
TAL PARECIERA que lo de hoy fuera ponerles nombres a los estadios vía el respectivo pacto comercial, y por lo tanto, el nombre tiene que devenir en el nombre del “pagano”. Uno ve que en Estados Unidos, por ejemplo, los estadios de beisbol se han llenado de bautizos por patrocinios, entendiendo con esto una “moderna” forma de patrocinio para los clubes.
EN MÉXICO, en los casos de estadios de futbol tenemos casos como del Torreón (estadio TM) o el de Monterrey (BBVA), este último manejado como el “gigante de acero” que agazapa el nombre asignado. Y es que no es a fuerzas asignarle nombre propio a las instalaciones deportivas a no ser que de por medio existan consignas o intereses políticos.
EN ESTE CASO, advertimos un lazo de “justicia deportiva”, si así le podemos llamar, al hecho de que al estadio de Hermosillo se le renombre como Fernando Valenzuela, así sea que coloquialmente se le pueda denominar de otra manera. Es por sí mismo, una honra para el homenajeado y una autoexaltación para la plaza donde se ubique el inmueble. Todo sea por el “ganarganar”.