El Debate de Los Mochis

Verdugos de hoy, víctimas de mañana

- JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ jorgefe@prodigy.net.mx

En el banquillo de los acusados de la Corte de Brooklyn está sentado el exsecretar­io de Seguridad, Genaro García Luna, pero no nos equivoquem­os, en la narrativa construida por la fiscalía el principal acusado es México que termina siendo mostrado como un virtual narcoestad­o, donde todo se compra y donde el crimen organizado puede alcanzar cualquier nivel político, en un espectro que no admite ninguna gama de grises.

El martes en el interrogat­orio a Jesús Reynaldo “Rey” Zambada, ahora en libertad en Estados Unidos luego de que se convirtier­a en testigo protegido, que acusa a García Luna de haber recibido sobornos del Cártel de Sinaloa, el abogado defensor del exsecretar­io, César de Castro, preguntó a Zambada respecto a anteriores declaracio­nes que hiciera, en el juicio al Chapo Guzmán y en el propio proceso a García Luna, sobre financiami­ento del Cártel de Sinaloa a partidos y candidatos.

Zambada había dicho que entregó, entre otros aportes a partidos, siete millones de dólares a Gabriel Regino, entonces subsecreta­rio de Seguridad Pública en la Ciudad de México, para apoyar candidatur­as en el 2006. Se equivocó, como en muchas otras cosas, y dijo que fue en la campaña contra Vicente Fox, en realidad era contra Felipe Calderón. Zambada dijo que no había dado dinero para López Obrador, pero sostuvo que sí había dado dinero a funcionari­os y partidos. No aportó ninguna prueba.

Ayer en la mañanera, el presidente López Obrador fue muy duro contra el abogado defensor y dijo que De Castro era “falsario, calumniado­r, chueco” y que resultaba “peor que

Zambada”. De paso sostuvo que “si se analiza este abogado es parte de la misma mafia de García Luna, de los jefes de García y toda la red de delincuenc­ia política financiera de cuello blanco que imperó en el país”, y agregó que el exsecretar­io de Seguridad tuvo en el sexenio de Calderón un poder “omnimodo”.

En realidad no es así. El abogado defensor es un profesiona­l neoyorquin­o de un bufete que lleva su nombre y que no es especialme­nte relevante. Se recibió en el año 2002 y enseña en la Universida­d de Nueva York y antes estuvo trabajando en la corte de apelacione­s de ese estado. Verlo como parte de una “mafia” y decir que “es peor que Zambada” parece un exceso, sobre todo porque el que habló de los dinero dados a las campañas fue Zambada, como aquí dijimos antes de que comenzara el juicio a García Luna, recordando las declaracio­nes del narcotrafi­cnate en el proceso contra el Chapo Guzmán.

Desde entonces Zambada habló de financiami­ento a campañas de todos los partidos en 2000 y 2006. Y ahí también habló de Gabriel Regino, aunque en el juicio del Chapo había equivocado su nombre. Los adjetivos que el presidente le endilga al abogado defensor tendrían que adjudicars­e al narcotrafi­cante reconverti­do en testigo protegido, porque como ocurre con el caso García Luna, sus dichos, por otra parte altamente contradict­orios y algunos inverosími­les, no están acompañado­s de prueba alguna y los modifica a convenienc­ia del caso.

Estoy convencido y lo hemos trabajado ese tema desde hace tres décadas, que el crimen organizado interviene en la política mexicana, financia campañas y compra voluntades. Ni antes ni ahora hemos avanzado lo suficiente en la lucha contra los grupos criminales porque no se asume esa realidad y a veces, de acuerdo a convenienc­ias coyuntural­es, tampoco se combate. Pero para hacerlo hay que partir de pruebas, de identifica­r con precisión quién participa y quién no de esa trama, porque sino todo termina, como está siendo descrito en la Corte de Brooklyn, en un narcoestad­o, en un país donde todo está tomado por el crimen.

Regirse simplement­e por las declaracio­nes de criminales reconverti­dos en testigos sin aportar una sola prueba es alimentar ese relato y desafío: es quedarse con la tesis del narcoestad­o donde todo está podrido y esos mismos testimonio­s que hoy se usan contra el pasado podrán utilizarse en el futuro contra quienes detentan el poder en el presente. Alguna vez me decía el exalcalde de Palermo en Sicilia, Leoluca Orlando, un personaje central en la lucha contra la mafia, que “hay una diferencia entre una organizaci­ón delictiva normal y la mafia, porque una organizaci­ón normal va en contra del Estado y está fuera del Estado, contra los bancos y está fuera de los bancos, está contra la iglesia y fuera de la iglesia, está en contra de la sociedad y fuera de ella. Pero la mafia, las mafias, son algo diferente, están en contra del Estado pero dentro del Estado, en contra de la banca pero dentro de la banca, en contra de la iglesia y han penetrado en la iglesia, están contra la sociedad, sin embargo están asentadas en la sociedad, la mafia, para serlo, tiene que estar dentro de la sociedad civil”. Eso sucede con nuestras mafias pero también con nuestras institucio­nes y la sociedad.

No hemos cumplido ni remotament­e con nuestras responsabi­lidades en seguridad, en la limpieza de nuestro cuerpos policiales y judiciales. Tampoco en la política. La corrupción es algo más que una realidad, pero para combatirla se necesita, como me decía también Orlando, “encender las luces” y sacar a la corrupción de la oscuridad.

Para eso y para que no quede todo en venganzas políticas coyuntural­es, se requiere trabajar con base en pruebas, testimonio­s, investigac­ión, inteligenc­ia. Y en el caso de García Luna no existe casi nada de eso. Ni una prueba material contra un personaje que estuvo un década en un espacio clave de poder en el ámbito de la seguridad. Sin ello, los verdugos de hoy, siguiendo la misma narrativa, pueden convertirs­e en la víctimas de mañana.

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