Ensayo de la pereza
No sé si soy perezosa hasta el exceso, aunque no le llamaría pereza exactamente a lo que siento cuando debo hacer la maleta, pedir un taxi y abandonar mi rutina mañanera para ir al aeropuerto y abordar un avión. En realidad, me cuesta dejar de leer lo que ese momento estoy leyendo. Suelo decirme que ese no es el problema que igual puedo llevarme el libro y continuar leyéndolo durante el vuelo, pero pasa que esa lectura me remite a otra y esa a otra y llegan a ser tantas que de pronto tengo diez sobre la mesa y estoy escribiendo sobre los márgenes; o, simplemente, subrayo, consulto o releo párrafos ya subrayados o por subrayar. Me doy cuenta que, si de ser práctica se trata, no debo llevar conmigo ese montón de libros; además, no puedo cargarlos todos y la aerolínea cobraría el sobrepeso del equipaje, por lo que no tengo más opción que revalorar el asunto y termino eligiendo uno o dos libritos y los demás se quedan a la espera de mi regreso. Esto es lo que sucede cada que debo salir de viaje. El pasado fin de semana tuve que ir a la Ciudad de México y estaba leyendo El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, un tanto temerosa de que llegara a contagiarme su manifiesto pesimismo, por lo que la única forma de leerlo fue haciéndolo acompañar con algunos poemas del primer tomo de la poesía de Elizabeth Bishop, pero no podía llevarme conmigo a ninguno de los dos: ambos ejemplares son de tapas duras y de más de quinientas páginas cada uno. Antes de salir de la casa tomé Luz por todas partes, de Cees Nooteboom, a quien, por cierto, leeremos en el taller de lectura y creación poética que coordino en el Centro de Literatura (Celit) del Instituto Sinaloense de Cultura. Dejo el correo por si alguien gusta inscribirse: uncafeconlamusa@gmail.com