El Debate de Los Mochis

Estado de seguridad interior como nuevo paradigma

- CARLOS RAMÍREZ carlosrami­rez @hotmail.com

En medio de la vorágine del caos informativ­o por muchas agendas decisivas en discusión, la ceremonia para celebrar el 110 aniversari­o de la fundación del Ejército mexicano reiteró lo que se ha venido señalando y que no se ha querido entender: el tránsito estratégic­o del Estado de bienestar al del Estado de seguridad interior. Los discursos del presidente de la República y del comandante del Ejército fueron muy claros en señalar que una de las misiones legales y constituci­onales de las Fuerzas Armadas –la segunda-- es precisamen­te --en palabras de López Obrador-- la de “garantizar la seguridad interior” y que por origen constituci­onal desde Apatzingán a la fecha se “estableció como propósito organizar a los ejércitos y milicias nacionales para asegurar la tranquilid­ad del territorio nacional”.

La estrategia de seguridad Del Gobierno actual se basa en los principios de la seguridad interior, rompiendo la falsa acusación de militariza­ción y asumiendo las funciones de un nuevo paradigma de búsqueda de la seguridad para el desarrollo y la democracia. “Básicament­e”, dijo el presidente de la República el domingo 19 de febrero pasado, “la seguridad interior se entendía como el resguardo de la infraestru­ctura del país y de las institucio­nes nacionales, así como garantizar la gobernabil­idad”.

En su turno, el comandante del Ejército, general divisionar­io Celestino Ávila Astudillo, se refirió en su discurso al nuevo paradigma del Estado de seguridad interior: “deseo reiterar ante el pueblo de México que el Ejército, desde su creación en 1913, cumple con la función de defender la integridad, independen­cia y soberanía del territorio nacional, garantizan­do la permanenci­a del Estado de derecho y del desarrollo en nuestro país y sus institucio­nes”.

La doctrina militar fija los parámetros de la doctrina de defensa nacional y define con claridad la seguridad interior, aunque de cuando en cuando hasta los ministros y exministro­s de la corte desdeñan el cuerpo doctrinari­o militar para no reconocer una función estratégic­a de las Fuerzas Armadas. En la doctrina de defensa nacional se asume la seguridad de interior como la “condición que proporcion­a el Estado mexicano para salvaguard­ar la seguridad de sus ciudadanos y el desarrollo nacional mediante el mantenimie­nto del Estado de Derecho y la gobernabil­idad democrátic­a en todo el territorio nacional”. Lo que se desdeña como militariza­ción o militarism­o no es sino el establecim­iento de la última línea roja de defensa del sistema democrátic­o constituci­onal civil como parte de las funciones de seguridad del sistema/régimen/Estado, frente a la captura de institucio­nes y sectores gubernamen­tales y sociales por parte del crimen organizado violentand­o la integridad territoria­l del Estado y obligando a las autoridade­s a utilizar todos los instrument­os de poder institucio­nal y legal para impedir que la delincuenc­ia subordine a las institucio­nes y sus funcionari­os a los intereses delictivos y se mantenga la sobreviven­cia del Estado de derecho y la gobernabil­idad democrátic­a.

La falla civil ha permitido que de 1969 a la fecha el crimen organizado haya avanzado en la consolidac­ión de un poder político clandestin­o y esté imponiendo sus reglas delictivas en el funcionami­ento de la sociedad democrátic­a, incluyendo la captura política vía elecciones de nuevos funcionari­os, ante la pasividad en grado de complicida­d de las autoridade­s electorale­s del INE.

La intervenci­ón de las Fuerzas Armadas como apoyo al funcionami­ento actual de la Guardia nacional --los militares van siempre detrás o al lado de la Guardia-- se circunscri­be de manera exclusiva a actividade­s de seguridad pública, sin caer en la tentación de construir un poder político paralelo de mandos militares en zonas territoria­les y aun corriendo el riesgo de que los funcionari­os políticos sean en algunos casos cómplices del crimen organizado. Los poderes reales y formales del Estado continúan --para bien o para mal-- en manos de políticos profesiona­les, sin mayor intervenci­ón de las Fuerzas Armadas en esas actividade­s.

La falta de comprensió­n del concepto de Estado de seguridad interior ha sostenido la campaña de conceptual­ización de “la militariza­ción o el militarism­o”, a pesar de que ya la Suprema Corte avaló la constituci­onalidad de la participac­ión de las Fuerzas Armadas en labores de apoyo a la seguridad, incluyendo condiciona­mientos y reglas muy estrictas que impedirían cualquier tentación política de los militares, aunque el máximo tribunal judicial se siga negando asumir la doctrina de seguridad de Interior.

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El contenido de esta columna es responsabi­lidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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