El Debate de Los Mochis

Ser ferrocarri­lero lo llevó a Guamúchil

Aunque es originario de Cosalá, Clemente llegó a Guamúchil en una cuadrilla de ferrocarri­leros y tras ese día el pueblo le conquistó el corazón Se dedicaba a reparar las vías que estuvieran dañadas, oficio al que le dedicó más de 40 años de su vida, mism

- Liza López liza.lopez@eldebate

Algunos consideran que quien trabaja tras bambalinas realmente no es un personaje importante; sin embargo, para los pasajeros del ferrocarri­l en los años 50 era imprescind­ible que hubiera quienes atendieran desperfect­os durante el trayecto. Aunque no es originario de Guamúchil, Clemente Cota Ayala amó esta tierra como si fuera suya tras su llegada a trabajar en las vías del ferrocarri­l. A sus 92 años, sentado en su sala de estar, con los ojos vidriosos por la edad, Clemente hizo una pausa en el tiempo para remontarse a aquella época, en la que desde joven dedicó su vida a la reparación de los rieles y de las vías ferrocarri­leras.

Inició en el ferrocarri­l

Clemente Cota nació en Guadalupe de los Reyes, Cosalá. En su juventud se trasladó a Mazatlán para trabajar en una congelador­a de camarón, donde un amigo le invitó a ser parte del grupo de ferrocarri­leros.

“El 21 de noviembre de 1952 me fui a que me enseñaran a hacer los trabajos”, relató. Así, el joven Clemente inició ayudando a reparar secciones de la vía y sus rieles para evitar accidentes. “Si había alguna parte en mal estado, tenía que corregirla inmediatam­ente y revisar las vías”, explicó. Con el paso de los días, el joven ferrocarri­lero adquirió responsabi­lidad en su tarea de separar correctame­nte los rieles de la vía, por lo que cada día ponía su mejor empeño en su labor. “Yo me ponía a pensar qué sucedería si se descarrila­ra el tren, por ejemplo en un puente muy elevado”, contó. Durante su estancia en este trabajo, participó en la rehabilita­ción de la vía en la que se cambió el riel de 90 a 110 milímetros. “Esas eran las chambas en Culiacán en aquel tiempo, duré años en esa vacante”, enunció.

Capítulo Guamúchil

Debido a los gajes de su oficio, tuvo la oportunida­d de viajar por todo el estado, pues su cuadrilla se movía desde Mazatlán hasta El Fuerte. Pero, un día del año 1965, su jefe de vía envió a su cuadrilla a la ciudad de Guamúchil, donde comenzó el mejor capítulo de su vida, aquel que marcaría el comienzo de una historia de amor y posteriorm­ente de una hermosa familia. “Movieron la cuadrilla donde yo andaba, el jefe de vía nos mandó aquí y empecé a trabajar”, relató.

Al pisar el suelo guamuchile­nse, el joven ferrocarri­lero pensó que era una tierra buena para hacer vida y una familia. En esos días se realizó un baile en el Club Évora, uno de los momentos que lo dejaron marcado al verse maravillad­o por la belleza del pueblo. Y movido por la curiosidad del murmullo cercano que el viento llevaba hacia su lugar, el joven se asomó por la puerta de su furgón y entonces se embargó de aquella alegría que desprendía­n los presentes al son de la tambora.

“Me acuerdo que pensé `qué bonito es Guamúchil'”, dijo con añoranza.

No obstante, otra de las razones por las cuales amó Guamúchil fue una hermosa y servicial joven que le conquistó el corazón. Transcurrí­a que entre los descansos de la jornada, el apuesto joven acudía a una humilde casa a consumir los alimentos como abonado, ya que al vivir en los furgones no contaba con una cocina a su disposició­n. Allí conoció a la alegre Felícitas Arámburo Lizárraga, que en corto tiempo se convertirí­a en su esposa y con quien formaría una familia de seis hijos.

“Ella me atendía cuando íbamos a desayunar, así la conocí, la vi muy bien para mis ojos, me gustó”, expresó. Su espirítu amable y su belleza fueron suficiente­s para que le pidiera que fuera su compañera de vida, y que hasta el día de hoy le sigue sirviendo el desayuno en la mesa. Tras el “sí” de Felícitas, inmediatam­ente gestionó que le dieran un furgón privado para él y su esposa.

“Me dieron un furgón prestado y una madera para que lo arreglara, ese era mi hogar”, recordó.

Añoranza

Cota Ayala prosiguió prestando su servicio a favor de las vías del ferrocarri­l durante más de 40 años, hasta que un 7 de noviembre de 1993 fueron despedidos de la empresa. “Nos dijeron que ya no, y pues qué le íbamos a hacer, cada uno se retiró a donde vivían, afortunada­mente yo acaba de hacer mi casita aquí”, subrayó.

Hoy, a sus 92 años de edad, cada vez que escucha el sonido del claxon del ferrocarri­l, Clemente recuerda los largos años que le dedicó de su vida y en ocasiones despierta el cúmulo de anécdotas que lleva en su interior. “Siento nostalgia, recuerdos, hasta suspiros se me salen”, confesó.

Cada vez que suena el tren, me emociono, siento nostalgia y vienen los recuerdos, hasta suspiros se me salen."

 ?? FOTO: MATÍAS RODRÍGUEZ ??
FOTO: MATÍAS RODRÍGUEZ

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico