Con novedad en el frente
El 1 de marzo del año pasado, en varios medios internacionales se contó la historia de Yaryna Arieva y Svyatoslav Fürsin, una pareja que adelantó la fecha de su boda, que originalmente se celebraría en mayo, debido a la invasión rusa en su natal Ucrania. Lo que convirtió a esos jóvenes, ella de 22 años y él de 25, en noticia, fue que lo primero que hicieron como recién casados fue alistarse en las Fuerzas de Defensa Territorial ucraniana.
Un año ha pasado y como las fuerzas rusas acabaron retirándose de la región de Kyiv, la milicia ucraniana decidió quedarse solo con aquellos que tuvieran experiencia militar previa, por lo que Arieva y Fürsin fueron liberados de sus servicios. Ahora, la pareja ha continuado sus estudios e intentando vivir una vida normal a pesar de las constantes alertas antiaéreas y la inminente posibilidad de volver al servicio activo. Forman parte de la reserva y ya han dicho a reporteros que los han buscado tras el primer aniversario de su boda, que no dudarían en volver a luchar por su país. Supongo que en el futuro la historia de Arieva y Fürsin, junto con la de otros, acabarán siendo la materia prima de una serie o una película. Bueno, yo pensé en ellos cuando veía Narvik (2022, Noruega), dirigida y coescrita por Érik Skjoldbjaerg, y con un guion escrito por Live Bonnevie, Christopher Grøndhal y el propio Skjoldbjaerg. Verán: en abril de 1940, Noruega deja de ser ese país neutral en la Segunda Guerra Mundial al convertirse en el epicentro de una de las primeras grandes batallas del conflicto.
Los aliados, encabezados por Inglaterra, deciden convertir al pequeño puerto de Narvik en un objetivo militar cuando se dan cuenta que ese será el lugar por donde los nazis transportarán el acero sueco que necesitan para construir tanques, aviones y barcos. Así que, similar a lo que sucede en esa otra película bélica que ha acaparado reflectores este año (y que en un mundo perfecto sería la ganadora del Óscar a la mejor película): Sin novedad en el frente, el discurso antibelicista es el que domina en esta producción. Solo que Skjoldbjaerg tomó la decisión de contar el conflicto desde la perspectiva de una joven pareja noruega: la mesera y traductora ocasional Kristine Tofte (Íngrid Hartgen) y el soldado Gunnar Tofte (Carl Martin Eggesbø). Además de su hijo Ole (Christoph Gelfert Mathiesen).
Él, en su condición de soldado, deberá “defender” el puerto de los invasores: el ejército alemán decidido a plantar su bandera a como dé lugar. Sin la ayuda de los aliados, que en esos momentos apenas y están comprendiendo la amenaza que se les viene encima, la lucha por defender Narvik será de los propios habitantes. Ellos, con recursos propios, lucharán desde sus propias trincheras (Gunnar en el frente, ya sea como soldado o como prisionero de guerra; mientras que Kristine en los intrincados terrenos diplomáticos) sin esperar la ayuda de nadie.
Los noruegos saben que están solos, además de que su lucha será importante para ese gran conflicto que fue la Segunda Guerra Mundial. Pero ellos no lucharán y en ocasiones morirán por los aliados o por la libertad. Lo harán por sus hermanos, sus vecinos, sus hijos y por ellos.