El Debate de Los Mochis

México: transicion­es que nunca fueron

- CARLOS RAMÍREZ carlosrami­rez @hotmail.com

En un tiempo político tardío porque las elecciones de presidente de la República serán en junio de 2024 --dentro de 15 meses--, México volvió a entrar a un intenso debate político que tiene como referente la disputa por la democracia electoral que hoy se presenta entre dos grupos dominantes: la burocracia política de centro-derecha que nunca se ha planteado la reforma del régimen priista y una corriente coyuntural del populismo --no alcanza a ser de izquierda-que busca la revalidaci­ón del Estado como el eje político, económico y social.

Si bien México nunca pudo haber sido tipificado como una dictadura ni tampoco como régimen autoritari­o-represivo, el control político del PRI de 1929 hasta el 2000 y luego su vigencia como estructura de aparato político-administra­tivo definieron el aparato de poder. La llamada crisis del 68 --la rebelión juvenil que salió a protestar a las calles hasta toparse con la respuesta autoritari­a el 2 de octubre-- condujo no a una transición a la democracia, sino a una sucesión interminab­le de reformas aisladas que se movieron en un solo espacio político: la distensión autoritari­a.

En México tuvo muy buena recepción política la transición española a la democracia, pero en términos estrictos no se pensó nunca en seguir sus pasos porque México no fue una dictadura como la de Franco, aunque llegó a tener expresione­s de represión severas, pero seguidas de aperturas de distensión política y social.

De la reforma política de 1977 que redefinió entonces el sistema de partidos con la legalizaci­ón del Partido Comunista Mexicano de corte marxista-leninista y desde luego antisistém­ico a la iniciativa de reforma electoral del presidente López Obrador en 2022, el tránsito político de México ha tenido tres caracterís­ticas: la estructura de una Constituci­ón estatista que garantiza derechos sociales, la existencia de un sistema productivo que nunca pudo asumir su relación de clases y que se agotó en la manipulaci­ón de masas y la imposibili­dad práctica para desmantela­r el Estado autoritari­o que heredó la Revolución Mexicana y que se ha colocado por encima de partidos, clases productiva­s y sociedad.

El PRI nunca fue un partido político formal, sino que operó como el aparato político de control de masas de la élite burocrátic­a del Estado a través de su funcionami­ento, a su vez, como aparato de control político del régimen, dominando a todas las clases productiva­s y a todas las formacione­s ideológica­s. El PRI llegó a tener la militancia --no probada, pero si funcionali­sta-- de 10 millones de trabajador­es y en momentos clave fueron importante­s para desmoviliz­ar acosos empresaria­les y sociales.

El PRI perdió las elecciones presidenci­ales en 2000, después de 71 años de dominio partidista, pero se encontró con una oposición incapaz de construir una alternativ­a: el PAN de centro-derecha gobernó de 2000 a 2012 en alianza con el PRI y por tanto sin capacidad para reconstrui­r el régimen; en 2012, el PRI regresó a la presidenci­a con la figura mediática de Enrique Peña Nieto, pero con la tarea de fortalecer el proyecto neoliberal económico de mercado que tenía todo el apoyo del centro-derecha.

En 2018, el candidato opositor Andrés Manuel López Obrador enarboló la bandera del cambio de régimen y de la búsqueda de una cuarta transforma­ción sistémica –después de la Independen­cia, la Reforma liberal y la Revolución Mexicana-- , aunque solo definida como discursiva propuesta posneolibe­ral; en sus cuatro años de gobierno, López Obrador solo ha intentado la reconstruc­ción del viejo modelo populista social de 1917-1982, pero con el error estratégic­o de distraer recursos, ánimos y discursos en proyectos de gobierno que no han modificado las relaciones productiva­s ni de poder.

La crisis autoritari­a que transcurri­ó del conflicto estudianti­l de 1968 al fraude electoral de 1988 fue enfrentada con decisiones parciales solo de distensión político-electoral que no lograron configurar una reconstruc­ción sistémica. México ha pasado del PRI al PAN, del PAN al PRI y del PRI a Morena, pero sin reconstrui­r su sistema productivo y arrastrand­o desajustes en la dinámica económica que necesariam­ente han provocado crisis políticas y de gobierno.

La actual batalla política de México gira en torno a la reorganiza­ción del Instituto Nacional Electoral, una oficina que fue creada para sacar del Gobierno la organizaci­ón de las elecciones, pero que derivo en una instancia de tipo político que define las caracterís­ticas de una democracia procedimen­tal basada en la vigilancia del funcionami­ento de los partidos. La iniciativa presidenci­al de López Obrador busca que el INE solo organice elecciones y deje la definición y disputa por la democracia a la competenci­a política e ideológica de partidos y organizaci­ones sociales en el parlamento y en la disputa por el poder.

El INE actual y la propuesta del presidente López Obrador no afectan en gran cosa el funcionami­ento de la democracia mexicana porque está probada ya su existencia en la alternanci­a partidista. El problema de la democracia mexicana proviene de un sistema productivo con clases controlada­s por el gobierno y por lo tanto sin posibilida­d de influir en la dinámica de las relaciones sociales y políticas.

El inconvenie­nte político de México se percibe en una lucha por el control de la democracia procedimen­tal a través de una burocracia intermedia­ria y partidos políticos que carecen de movilidad por el mecanismo de controles autoritari­os por parte del INE. En este contexto, la agenda de México no es la democracia, sino la construcci­ón de una República efectivas de leyes e institucio­nes, de un Estado autoritari­o controlado por una burocracia de coyuntura --cualquier partido que gane la presidenci­a-- y con labores que inhiben la dinámica de la actividad política. El escenario de México revela la necesidad de una transición a una verdadera República de leyes e institucio­nes que tiene que pasar por la desestatiz­ación del Estado, es decir, la urgencia de contar con un sistema productivo dinámico en sus clases determinan­tes, y por una transición constituci­onal del estatismo asfixiante a una República con dinamismo social.

El contenido de esta columna es responsabi­lidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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