Un boleto de camión le cambió la vida a José, un sobreviviente del fentanilo
128 dólares juntó su mamá para que volviera de Estados Unidos, y en el Crread 10 de Mayo le ayudaron a salir adelante
Dicen que soy un milagro y sí, lo soy (afirma sonriendo el joven).”
JOSÉ JOVEN EN RECUPERACIÓN POR ADICCIÓN AL FENTANILO
José pensó que estaba limpio de las drogas y que no volvería a caer en sus garras por más tentaciones que tuviera, pero bastaron solo unas semanas de pisar suelo americano para no solo recaer, sino ser arrastrado al mismo infierno por ellas.
Mientras consumía metanfetaminas y la droga que para él era una novedad: el fentanilo, en Estados Unidos sufrió hambre, soledad, humillaciones y en una riña recibió siete heridas de arma blanca que le dejaron marcado su cuerpo.
Estuvo al borde de morir en una cama de hospital, pero gracias a las oraciones de su mamá, afirma, y a los cuidados de los médicos sobrevivió y fue dado de alta.
El sueño americano
José, nombre ficticio de quien contó su historia a EL DEBATE, se fue a Estados Unidos después de recibir atención a sus adicciones en el Centro de Recuperación y Rehabilitación de Enfermos de Alcoholismo y Drogadicción (Crread) 10 de Mayo, en Los Mochis, Sinaloa. Se sentía bien, con ánimos. Iba con el firme propósito de trabajar en el ramo de la construcción, juntar dinero y comprarle su casa a la mujer que siempre lo ha amado y protegido: su mamá.
Con esa meta fijada en su mente llegó a Phoenix, Arizona, aproximadamente en el mes de julio del año pasado, pero apenas unas semanas después, en agosto, ya estaba consumiendo metanfetaminas o como comúnmente se le conoce: cristal.
Allá lo venden en cualquier esquina, revela, y comenzó a depender de nuevo de esta, pero no solo eso: su mundo se tornó aún peor al probar el fentanilo, una droga sintética 50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más potente que la morfina.
Siempre estaba ansioso y se sentía morir al hacerle falta el fentanilo en su cuerpo, recuerda. Incluso buscaba trozos de papel aluminio en el suelo que antes sirvieron como envoltorio del opioide sintético, y hurgaba en ellos a ver si tenían residuos que calmaran un poco la ansiedad que lo estaba matando.
Sin embargo, algo en su mente le decía que ese no era su mundo, que podía salir adelante. Y es que ya no quería sufrir, agrega; había caído de nuevo pero sabía que en su natal Mochis tenía gente dispuesta a echarle la mano porque incluso platicaban con él por teléfono y lo orientaban, pero siempre era más fuerte la tentación que cualquier consejo.
Y así fue hasta que recibió las siete puñaladas en un pleito. Ahí se dio cuenta que tenía que salir de ese mundo porque veía cómo incluso recién operado andaba por las calles buscando fentanilo, con las heridas sin sanar y con el peligro de que se infectaran.
El regreso
Por eso, aunque seguía en las drogas buscaba ayuda para volver. Solo pedía un boleto para regresar a Sinaloa, a Los Mochis, pero nadie quería apoyarlo porque pensaban que no hablaba en serio, que quería el dinero para seguir drogándose. Fue entonces que a días de ser dado de alta, sin un peso y con un techo prestado por su convalecencia, habló por teléfono con la mujer que lo llevó en su vientre por nueve meses, la que se desgarra por dentro al verlo sufrir y la que no deja de pedirle a Dios por él, para rogarle que juntara los 128 dólares que cuesta el camión de Phoenix a Los Mochis, directo, y que le comprara el boleto como prueba de que no quería dinero, solo buscaba salvar su vida.
Ya en Los Mochis, en la terminal lo esperaba su mamá, a quien después de abrazar y llorar con ella le pidió no llevarlo a casa, sino al Crread 10 de Mayo, donde ya le tenían su lugar, y siempre le dijeron que si tenía éxito en Estados Unidos, ellos se unían a su alegría, y si no, tenía las puertas abiertas para continuar con su recuperación.