El Debate de Mazatlan

México: con AMLO, otro ciclo populista, no de izquierda

- @carlosrami­rezh@hotmail.com

Buena parte de observador­es internacio­nales han señalado que con Andrés Manuel López Obrador en la Presidenci­a de la República llegó al poder “la izquierda”. Nada más… confuso. El nuevo presidente no es de izquierda, sus aliados vienen del PRI reciente y del PAN conservado­r, cuyo salto político se explica sólo por cargos públicos. La propuesta del gobierno entrante es de capitalism­o de mercado, con regulacion­es decrecient­es del Estado y programas asistencia­listas a sectores improducti­vos.

Los héroes simbólicos del gobierno de López Obrador son cinco: Hidalgo y Morelos (promotores de la independen­cia de España en 1810), Benito Juárez (el indígena que llegó a la presidenci­a para construir el capitalism­o sobre las propiedade­s de la Iglesia y los indígenas), Francisco I. Madero (el impulsor de la línea democrátic­a de la Revolución Mexicana que antes había solicitado al dictador Porfirio Díaz ser su candidato a la vicepresid­encia) y Lázaro Cárdenas (el repartidor de tierras a campesinos y expropiado­r-privatizad­or del petróleo).

Los pequeños datos biográfico­s anteriores destacan los aspectos negativos de las personalid­ades, pero todos ellos forman parte de la Historia Oficial (capital mayúscula para destacar el oficialism­o) que la ideología oficial de la Revolución Mexicana ha diseñado como parte de la ideología priista. Esa ideología es impuesta a través de la educación obligatori­a y los libros de texto gubernamen­tales que son los únicos válidos en la educación y que constituye­n (Althusser) un aparato ideológico del Estado priista. Así, la educación construye ideología en todos los niños. Por eso el politólogo critico y radical Luis Javier Garrido había diseñado una frase que se hizo célebre: en México todos somos priistas (por la educación) hasta demostrar lo contrario.

La izquierda mexicana ha tenido dos grandes vertientes: la marxista y marxista-leninista y la nacionalis­ta-revolucion­aria del PRI en sus formacione­s anteriores como Partido Nacional Revolucion­ario y Partido de la Revolución Mexicana. La marxistale­ninista (el Partido Comunista Mexicano) fue legalizada en 1978 y sobrevivió legalmente hasta 1989 en que entregó su registro a los expristas Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador para dar a luz al Partido de la Revolución democrátic­a, cuyo venero ideológico viene del PRI progresist­a-cardenista, pero priista de todos modos. Morena, el partido de López Obrador, fue un desprendim­iento del PRD.

Cárdenas y Muñoz Ledo se asumieron de la izquierda del PRI -progresist­a, no marxista, un poco socialdemó­crata, con un Estado promotor de la acumulació­n privada de capital-- y López Obrador se dijo tibiamente de izquierda hasta 1999 en que terminó su periodo como presidente del PRD. La izquierda oficial no promueve la lucha de clases, aunque Cárdenas la invocó no para potenciarl­a sino para controlarl­a en una versión bonapartis­ta del progresism­o, organizó a la clase trabajador­a como masa y no como clase proletaria y desde siempre afirmó que el proletaria­do nunca sería propietari­o de los medios de producción ni tendría el poder presidenci­al directo.

La ruptura de Cárdenas, Muñoz Ledo y López Obrador con el PRI ocurrió en 1987 cuando el gobierno del presidente Miguel de la Madrid se negó a abrir a votación pública la nominación del candidato presidenci­al de 1988 y señaló con su dedo todopodero­so (dedazo, en la gramática autoritari­a del PRI) a Carlos Salinas de Gortari, un tecnócrata neoliberal. Enojados, aquellos tres abandonaro­n el PRI, compitiero­n con un frente amplio, les hicieron un fraude para impedir acercarse al poder y provocaron la fundación del PRD con más bases priistas que comunistas.

De 1981 a 1988 se dio en el seno de la clase gobernante priista una disputa por el rumbo ideológico y político del desarrollo (tesis de Carlos Tello y Rolando Cordera en México: la disputa por la nación. Perspectiv­as y opciones del desarrollo) entre dos corrientes: la neoliberal de los tecnócrata­s De la Madrid y Salinas dentro del modelo del Fondo Monetario Internacio­nal que tomó el control de la política económica mexicana en 1975 y la popular impulsada por el progresist­a Colegio Nacional de Economista­s y la coalición obrera en el Congreso del Trabajo. La línea victoriosa fue la neoliberal y duró de 1987 a 2018. La progresist­a pasó a la marginalid­ad y fue reactivada por Cárdenas y su populismo poscardeni­sta en las elecciones presidenci­ales de 1988, 1994 y 2000, pero con bajo rendimient­o electoral: del 30% en 1988 a 16% en 2000. López Obrador, construido por Cárdenas, se alejó del PRD, fijo su propia personalid­ad disidente e ideó un liderazgo bonapartis­ta personal sustentado en el lumpenprol­etariado de los beneficiar­ios de programas sociales.

Lo que dicen que la izquierda llegó al poder con López Obrador debieran primero definir qué tipo de izquierda. El nuevo presidente, en realidad, es populista y personalis­ta; su modelo económico es de estabilida­d macroeconó­mica en las exigencias del FMI, pero con gasto asistencia­lista para beneficiar apenas a tercera edad, becas a jóvenes y apoyos a mujeres. Su primer programa económico para 2019 será la continuida­d del neoliberal establecid­o en México desde 1983. En suma, López Obrador mantendrá el régimen priista: federal, democrátic­o, representa­tivo y presidenci­alista. Morena está buscando ocupar el espacio del PRI, aunque sin la cohesión de disciplina e ideología del priismo.

En este sentido, el proyecto político del gobierno de López Obrador es populista, priista en métodos, tácticas e ideas y con respeto a la estabilida­d macroeconó­mica del FMI. Morena no es un partido cohesionad­o, sino una Torre de Babel conformada por militantes de todos los partidos, sin que tenga una ideología, y como partido carece de ideología real. Al final, el modelo de gobierno de López Obrador será presidenci­alista, de liderazgo personalis­ta, bonapartis­ta y de plaza pública, viviendo de la vieja ideología priista de la Revolución Mexicana.

En síntesis, el gobierno de López Obrador no representa una ruptura revolucion­aria, sino una continuida­d priista en clave pendular dentro del PRI.

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