DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
Lord Feebledick llegó inesperadamente a su chalet de caza y sorprendió a su mujer, lady Loosebloomers, en ilícito abrazo de libídine con Well Ung, a cuyo cargo estaba la cría de faisanes. El pelirrojo mancebo tenía arrecholada a la señora -el verbo “arrecholar”, que el lexicón de la Academia no recoge, se usa en Coahuila y otros estados del norte del país como sinónimo de arrinconar. No tiene, desde luego, equivalente en lengua inglesa -ni Shakespeare ni Shaw usaron alguno parecido-, pero aun así el tal Ung tenía arrecholada a la señora y con su aceptación y complacencia la hacía objeto de apretados ceñimientos lúbricos. “Bloody be! -prorrumpió lord Feebledick enrostrando al acezante mocetón-. ¿Por qué me haces esto, desdichado?”. Sin suspender su rítmica labor (era hombre que solía terminar lo que empezaba) respondió el jayán con lógica implacable: “No se lo estoy haciendo a usted, milord. Se lo estoy haciendo a milady”... Una mujer con traza de campesina iba con su canasta por la calle. Le dijo a Babalucas: “Vendo huevos”. Desdeñoso y burlón contestó el badulaque: “¡Bonito me vería yo vendado de ahí!”... Rosibel, secretaria de don Algón, le ofreció: “¿Quiere un cafecito?”. El salaz ejecutivo preguntó a su vez: “¿Está caliente?”. Con un mohín de coquetería replicó la linda chica: “¡Ay, jefe! ¡Ya va usted a empezar con sus cosas!”... En la fiesta de Navidad de aquella empresa se encontraba una chica de mucha pechonalidad. Quiero decir que era dueña de un busto ubérrimo, opíparo, espléndido, pletórico. Fue hacia ella un individuo y la saludó llano y cordial: “¡Hola, tocayita!”. Ella se extrañó. “¿Tocayita? -le dijo-. Pues ¿cómo te llamas?”.