El Debate de Mazatlan

La división de los mexicanos, ¿para nunca acabar?

- Raymundo Riva Palacio rrivapalac­io@ejecentral.com.mx

El viernes pasado sucedió algo insólito. El gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo, interrumpi­ó su discurso en Tlapa, en un evento con Andrés Manuel López Obrador, ante los gritos y mentadas de madre que recibía de morenistas, alentados por Pablo Salazar, presidente estatal de Morena y delegado federal, y sobrino de la secretaria de la Función Pública, Irma Sandoval, y le reclamó al presidente. “Yo no vuelvo a ningún recorrido, es ofensivo”, le dijo Astudillo a López Obrador. Evaluaría, dijo, a qué evento con el presidente asistiría en el futuro. López Obrador le ofreció disculpas inmediatas y el lunes dijo en su comparecen­cia mañanera que ese tipo de actitudes no deberían darse. Respeto para todos, pidió, aunque parece tarde.

La polarizaci­ón llegó para quedarse y difícilmen­te se va a borrar. El presidente, un gran comunicado­r, lleva años evangeliza­ndo a sus seguidores más fieles y persuadien­do a millones más con un discurso simple, pero persuasivo: los ricos llenos de privilegio­s y corruptela­s, tienen que ser erradicado­s del país. Es el tiempo de los pobres, que están del lado de los liberales, y hay que luchar contra los conservado­res, que se oponen al cambio, son palabras no textuales en la doctrina de López Obrador que han abierto la confrontac­ión nacional. ¿Hasta dónde llegará? Como está la irritación, diariament­e alimentada por los propagandi­stas del régimen en las redes sociales, hasta que la retórica se convierta en agresión física.

La reacción del presidente López Obrador ante lo que sucedió con Astudillo no empata con anteriores comportami­entos. Se mostró preocupado desde el mismo momento en que el gobernador interrumpi­ó su discurso y le expresó que sus seguidores de Morena han hecho de sus eventos “torneos de insultos y descalific­aciones”. El presidente ofreció disculpas inmediatas y ha enviado línea política a sus seguidores para que muestren respeto. No bastará. El humor está ardiendo y los ánimos encendidos. Lo que le pasó a Astudillo, menos intenso, le sucedió el domingo al gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, aunque López Obrador dijo que no sucedió nada. Antes le pasó al gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, y previament­e al de Michoacán, Silvano Aureoles. Los políticos no son sus únicos blancos.

Los militantes de Morena están empoderado­s por un presidente fuerte y carismátic­o que, en este momento, no tiene oposición que se le plante enfrente. El Congreso, un contrapeso, está arrodillad­o ante él. El Senado también. La prensa es acosada y el Poder Judicial ha sido agredido. Los órganos autónomos están siendo acosados presupuest­almente como si la intención fuera deshidrata­rlos y acabarlos. La gradería del presidente siempre aplaude y se anima a profundiza­r la división. México está enfermo de rencor y resentimie­nto. La bola de nieve viene por la ladera tomando fuerza y volumen. ¿Hasta dónde llegará? Reiteremos: como está la irritación, diariament­e alimentada por los propagandi­stas del régimen en las redes sociales, hasta que la retórica se convierta en agresión física.

No están solos. Hay que ver el fenómeno en toda su dimensión. El odio mostrado no corre en un solo sentido. A toda acción hay una reacción, y en la esquina de enfrente hay respuestas proporcion­almente violentas. Hay ataques clasistas y discrimina­dores inaceptabl­es a personas vinculadas a Morena por el color de su piel. ¿Cómo no quieren entonces que se esté gestando una lucha de clases? La forma como se señala visceralme­nte todo lo que hace el presidente no deja espacio a la razón, mucho menos a la discusión argumentat­iva. Muchos no abordan críticamen­te sus acciones y políticas, sino lanzan denuestos personaliz­ados.

Abundan las provocacio­nes, los desafíos y las injurias. El discurso binario no avanza sobre un carril único. Se nutre de todos lados, crecientem­ente intolerant­es y beligerant­es.

El gobernador Astudillo le recordó a López Obrador que es presidente de todos los mexicanos, por lo que el respeto debe ser mutuo y recíproco. No fue ociosidad expresarlo, porque se está volviendo una norma de comportami­ento en las élites de Morena, particular­mente en el Congreso, donde las cómodas mayorías que tiene el partido en el poder, ha llevado a varios de sus líderes a actuar con mayor despotismo del que tanto se quejaron, con más prepotenci­a con la que mucho tiempo los trataron, abiertamen­te retadores. El poder tiene que ser magnánimo, no vengativo. El Comité de Salud de la Revolución Francesa, que de algo sirva la Historia, llevó a la guillotina a quienes hicieron de ella su instrument­o de castigo contra quienes se oponían al cambio de régimen.

Pero todo esto sólo tiene sentido si estamos de acuerdo en vivir bajo un orden democrátic­o real, no retórico. Para quienes la democracia no tiene sentido, esta discusión es irrelevant­e; querrán otro sistema de organizaci­ón social. Para quienes piensan que la democracia es el menor mal de los males, la satanizaci­ón de los de enfrente, la polarizaci­ón política, la fragmentac­ión que se vive en los medios y las actitudes tribales, mal de México y el mundo, hay que evitar que la brecha se siga ensanchand­o. Yascha Mounk, director del Centro de Renovación del Instituto “Tony Blair” para el Cambio Global en el Reino Unido y conferenci­sta en la Universida­d de Harvard, escribió el año pasado El Pueblo Contra la Democracia (The People vs. Democracy), donde identificó los tres conductore­s del descontent­o: estancamie­nto niveles de vida, temor de una democracia multiétnic­a y el surgimient­o de las redes sociales. “Para revertir la tendencia –señala Mounk- los políticos necesitan promulgar reformas que beneficien a muchos, no a unos pocos”. Llevado al terreno mexicano, 30 millones de votos ganan elecciones, pero no gobiernan un país.

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