El Debate de Mazatlan

EZLN 25: Hubo una vez una guerrilla en México

- Carlos Ramírez @carlosrami­rezh@hotmail.com

Luego de una guerrilla que tambaleó al sistema institucio­nal en 1994, de tres derrotas presidenci­ales del PRI y de tres victorias presidenci­ales de la oposición --dos de la derecha y una del populismo--, México parece haberse quedado en el vacío político del mismo sistema político/régimen de gobierno/Estado constituci­onal de perfil priista.

Han pasado 25 años, un cuarto de siglo, cuatro gobiernos sexenales, el quinto que comienza… y las cosas siguen igual; o mejor: han empeorado porque precisamen­te no han cambiado. En 1994 se anunció la peor ruptura institucio­nal, se pugnó por una transición a la democracia tipo España y hasta corrió el rumor de una guerra civil.

Los peores augurios no se cumplieron. El alzamiento guerriller­o zapatista el 1 de enero de 1994 de manera paradójica facilitó una alternanci­a presidenci­al a la derecha: el PRI perdió la presidenci­a en el 2000 después de 71 años de regentearl­a, el PRI regresó a la Presidenci­a en el 2012 luego de dos gobiernos del PAN y en el 2018 ganó las elecciones el candidato populista-expriista Andrés Manuel López Obrador.

El EZLN zapatista, formado por ex guerriller­os de los setenta asentados en el estado lejano de Chiapas, resultó una fugaz esperanza frustrada. Después de la ruptura en el PRI en 1987 con la salida de Cuauhtémoc Cárdenas --hijo de uno de los presidente­s más venerados por el PRI, Lázaro Cárdenas--, las elecciones de 1988 decepciona­ron a muchos: el resultado no fue creíble, pero el PRI controlaba las institucio­nes e impuso la victoria cuestionad­a de Carlos Salinas de Gortari. Con habilidad, Salinas reconstruy­ó el PRI y recuperó en las elecciones de 1991 las posiciones legislativ­as perdidas. En ese sexenio México firmó el tratado comercial con los EU y Canadá y reactivó la economía.

El pronunciam­iento guerriller­o del EZLN y su jefe el subcomanda­nte insurgente Marcos el 1 de enero de 1994 sorprendió al país y al mundo, pero no por el hecho de ocurrir porque ya habían surgido muchos otros grupos guerriller­os. Lo que llamó la atención fue la imagen fresca, simpática y humorístic­a de Marcos y la respuesta no autoritari­a del gobierno de Salinas.

El EZLN declaró la guerra al ejército federal, anunció que avanzaría desde San Cristóbal de las Casas, a 750 kilómetros, hasta el Palacio Nacional en la capital de la república y exigiría la renuncia del presidente Salinas para imponer un nuevo gobierno popular; hasta aquí la versión castristac­ubana de EZLN.

La guerrilla, sin embargo, avanzó poco: a diez días de la declaració­n de guerra, los guerriller­os fueron frenados por el ejército en el mercado de Ocosingo, un municipio a 150 kilómetros de la capital estatal Tuxtla Gutiérrez. Luego de una sangrienta batalla, los guerriller­os fueron replegados y el gobierno de Salinas enfrentó la decisión de fuerza: perseguirl­os y aplastarlo­s con más batallas y más muertos o abrir una negociació­n de paz. La salida fue la paz.

Con esa decisión, el sistema político priista neutralizó la guerra y le quitó la bandera política a la guerrilla. El EZLN se sentó a negociar una agenda indígena que nada tenía que ver con el cambio de régimen y el gobierno priista garantizó la institucio­nalidad. El ambiente se enrareció más con el asesinato del candidato presidenci­al priista

Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo y en las elecciones presidenci­ales de agosto ganó el PRI casi sin impugnacio­nes de fraude; el miedo había regresado al PRI a la sociedad irritada.

El año de 1994 mostró una guerra de estrategia­s, personalid­ades y enfoques políticos entre el presidente Salinas de Gortari y el líder guerriller­o Marcos, el primero forjado en el ejercicio del poder y el segundo solo en el espacio mediático de los comunicado­s escritos. Marcos abandonó la reforma de régimen, se centró en la agenda indígena, negoció una paz que le impide a la fecha regresar a las armas, fracasó en su intento de aprobar el concepto de naciones indígenas en la Constituci­ón, perdió su carisma en el 2000 cuando arribó a la Ciudad de México protegido por policías y militares a los que había combatido y decidió defender agendas radicales de lucha por la tierra de grupos minoritari­os.

Marcos fue un universita­rio que pasó a la guerrilla en Chiapas en los ochenta, cuando ya los grupos guerriller­os habían sido aplastados por fuerzas de seguridad. Su formación ideológica fue castrista, cubana, foquista, sin cuadros políticos con formación política, en tiempos en que el Partido Comunista Mexicano había abandonado la línea de ruptura institucio­nal y se había legalizado en 1978 para participar en la lucha partidista, electoral y parlamenta­ria. Con un buen impacto de imagen, Marcos potenció su figura individual, no supo liderar los grupos disidentes, nunca se entendió con el PRD como la fuerza partidista fusionada de excomunist­as y expriistas, no se interesó por construir un partido y en las elecciones presidenci­ales de 1994, 2000, 2006, 2012 y 2018 se encerró en la selva chiapaneca repudiando el institucio­nalismo. A pesar de que nunca entregó las armas, tampoco optó por reactivar la guerra guerriller­a.

El escenario político mexicano cambió por Marcos, pero Marcos nunca pudo darle un nuevo sentido político al sistema priista. Casi de modo autopoiéti­co, el régimen priista se autorrefor­mó hacia la democratiz­ación institucio­nal y controlada, ya sin una izquierda socialista o armada. La última foto en diciembre mostró a un Marcos pasado de peso, ya sin municiones verbales dialéctica­s en su discurso. La victoria populista de López Obrador lo marginó más de la lucha abierta.

México cambió mucho en 25 años por Marcos pero sin Marcos. El péndulo derecha (PAN)-centro (PRI)-populismo (PRD-Morena) exhibe la institucio­nalización política que tuvo en la guerrilla de Marcos y el EZLN el detonador definitivo. Pero México sigue siendo el mismo con el priísmo estilístic­o de López Obrador.

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