El Debate de Mazatlan

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- Catón armandocat­on@gmail.com afacaton@yahoo.com.mx

Babalucas contrajo matrimonio. Ninguna experienci­a tenía en el amor, de modo que su flamante mujercita se vio en la precisión de darle las instruccio­nes del caso. En el momento debido empezó a decirle: “Hacia adelante. Hacia atrás. Hacia adelante.. Hacia atrás”. Le dijo con enojo el badulaque: “Ya decídete, ¿no?”. El manzano estaba lleno de hermosas manzanas, grandes, lucientes, purpurinas. De pronto una de ellas cayó del árbol. Todas las demás se echaron a reír, burlonas. La manzana caída levantó la vista desde el suelo y les dijo exasperada: “¿De qué se ríen, inmaduras?”... Don Astasio llegó a su casa después de su jornada de trabajo como tenedor de libros en la Compañía Jabonera “La espumosa”, S.A. de C.V., y encontró a su esposa doña Facilisa en trance adulterino con un desconocid­o. Colgó en el perchero su saco, su sombrero y la bufanda que usaba aun en los días de calor canicular y fue en seguida al chifonier donde guardaba la libreta en la cual solía anotar adjetivos denostosos para decirlos a su mujer en tales ocasiones. Le leyó los últimos que había registrado: “¡Maturranga! ¡Furcia! ¡Perendeca! ¡Mujer de ésas!”. Sin dejar de hacer lo que estaba haciendo doña Facilisa respondió en tono de queja: “¡Qué malo eres, Astasio! ¡Tienes un mal día en la oficina y luego vienes a desquitart­e conmigo!”. Una vaca le dijo a otra: “¡Mu!”. “Me quitaste la palabra -dijo la otra-. Precisamen­te iba a decir lo mismo”. Don Algón, el jefe de la oficina, sorprendió a la archivista y al office boy haciendo cositas en el cuarto del archivo. “Perdone usted, patrón -se disculpó la muchacha-. Es la hora del

coffee break, y ni a él ni a mí nos gusta el café”. Los recién casados decidieron pasar la noche de bodas en la casa donde iban a vivir, pues su vuelo a Cancún salía ya tarde al día siguiente. La mañana después de la noche nupcial el novio dejó el lecho sin hacer ruido y de puntillas fue a la cocina. Quería darle una sorpresa a su mujercita: le llevaría el desayuno a la cama. Se lo llevó, en efecto. La muchacha vio el condumio que su marido le presentó: el café estaba chirle y frío; el pan venía quemado; los huevos se veían mal guisados. “¡Caramba! -exclamó la muchacha con disgusto- ¿Tampoco esto sabes hacer?”. El niñito le dijo a su mamá: “Mi papi me va a regalar un carrito en mi cumpleaños”. “¿Por qué piensas eso?” quiso saber la señora. Contestó el pequeñín: “Vi su cartera, y ahí trae la llantita de refacción”... Del brazo y por la calle iban dos amigas, gorditas las dos. Ya se sabe que las gorditas, a más de ser siempre simpáticas y agradables, tienen andar gracioso y ondulante. Un señor que las vio se puso a caminar tras ellas al tiempo que les decía: “¡Bomboncito­s! ¡Caramelos! ¡Pastelitos! ¡Chocolatit­os!”. Una de las robustas chicas se volvió a él y le dijo con sonrisa de coquetería: “Ay, señor ¡qué bonitos piropos sabe decir usted!”. “No son piropos, señoritas -respondió el expresivo caballero-. Soy nutriólogo, y les voy diciendo lo que han comido y que ya no deberían comer”... El padre Arsilio se dirigió a sus feligreses y les dijo con vehemente acento: “¡Por amor de Dios, hijos míos! -les suplica-.¡ Den una limosna generosa para los hambriento­s de la parroquia!”. Preguntó desde la última banca Empédocles

Etílez, el borrachín del pueblo: “Y para los sedientos ¿qué?”... La mamá de Pepito recibió una ingrata queja: su hijo se había exhibido ante Rosilita, la pequeña vecina de al lado. La señora, alarmada, llamó a su hijo y lo reprendió con severidad. Pepito se defendió: “¡Pero, mamá! Tú me dijiste: ‘Ponte la camisa nueva y enséñasela a Rosilita’. ¡Yo pensé que eran dos órdenes distintas!”. FIN.

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