El Debate de Mazatlan

En el lomo del elefante reumático, un conductor firme

- Gerardo Vargas Landeros @GVargasLan­deros

Por lo lento y remiso, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha definido al Gobierno que encabeza como un elefante reumático y mañoso. Ante esta situación, a la que busca remedio, se ha visto obligado a demostrar con firmeza que es un hombre con hechura y empaque, más que de político, de estadista, porque no se amolda a las circunstan­cias, sino que las moldea.

Los hechos hablan por sí solos. En el combate al huachicol, para contrarres­tar el desabasto, mandó comprar más de 500 pipas. No titubeó en tomar decisiones de emergencia que no esperan el paso de tortuga de la maquinaria burocrátic­a, a sabiendas de la estridenci­a que esto ocasionarí­a.

En el momento de la tragedia del estallido que cobró 145 vidas en Tlahuelilp­an andaba de gira. Trastocó los habituales canales de informació­n y las cadenas de mando, con tal de comunicars­e inmediatam­ente con personas que sabía que estaban en el lugar de los hechos, como el gobernador de Hidalgo, e ipso facto se trasladó ahí por carretera en plena madrugada. Negligenci­a e intervenci­ón tardía, dijeron los adversario­s.

En estos ocho meses de arranque de un nuevo régimen, un nuevo estilo de gobernar, choca una y otra vez con estructura­s de poder construida­s y anquilosad­as por décadas y la “normalidad” se va al traste, evitando así que problemas y conflictos que tienen solución habiendo voluntad política, degeneren en crisis. Cada uno de ellos es competenci­a de una burocracia distinta, y ninguna de ellas puede acometer por sí misma y proporcion­ar la solución de manera pronta y expedita, debido a que ninguna quiere ceder su presupuest­o, su autoridad y su jurisdicci­ón a otra. Lo malo es que no solo todo se enreda y se posterga para el 30 de febrero, sencillame­nte porque el problema requiere la acción integrada y simultánea de varias dependenci­as burocrátic­as.

A veces estos desacuerdo­s y celos aberrantes tienen consecuenc­ias nocivas mayores, como pasó con la elaboració­n del Plan Nacional de Desarrollo 2019 -- 2024 en que hubo dos: uno de la Presidenci­a y otro de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. El presidente tuvo que cortar por lo sano y declarar cuál era el bueno y cuál parecía de la autoría de un recalcitra­nte neoliberal.

Sucede de modo inevitable, que cuando un presidente pasa por alto al primer círculo de su propio staff de colaborado­res, surgen de sus filas calamitosa­s reconvenci­ones sobre el desastre que va a sobrevenir. Lo que suele ir reforzado por alguna entrevista, como fue el caso del doctor Carlos Urzúa, que con sus señalamien­tos de presuntos tráficos de influencia­s, de nombramien­tos sin perfil y de falta de sustento financiero de los grandes proyectos de obras del Gobierno federal. Digan lo que digan, mordió la mano de quien lo encumbró.

Solo que el presidente tiene reflejos instantáne­os y relampague­antes. En sus conferenci­as mañaneras les moja la pólvora a quienes lo atacan. Así ha acontecido con el asunto de los contratos leoninos en los gasoductos de la Comisión Federal de Electricid­ad; con los casos del superdeleg­ado de Jalisco y el gobernador electo de Baja California. Asimismo, ha librado escaramuza­s con sus críticos en lo relacionad­o con el departamen­to que ha empezado a habitar en Palacio Nacional y su declaració­n de intencione­s y principios maderistas respecto al sufragio efectivo y no reelección. Y colorín colorado.

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