El Debate de Mazatlan

Jorge miedoso, Marx intolerant­e

- Carlos Marín cmarin@milenio.com

Al sacerdote Hugo Valdemar le indigna mi equiparaci­ón del joven titular federal de Biblioteca­s con el anciano ciego de El nombre de la Rosa, ya que Jorge de Burgos “no expurgaba de su maravillos­a biblioteca libros non sanctos: los ocultaba porque era un hombre cultísimo, no un imbécil. No inquisidor sino biblioteca­rio, por ende un hombre sumamente ilustrado. Escondía pero no destruía libros que le parecían peligrosos. No estaba de acuerdo con esas ideas, pero justo por su cultura valoraba todo con lo que difería. Su problema no era intoleranc­ia, sino miedo a la libertad de pensamient­o, De ahí que no era capaz de destruir libros que a su juicio contenían ideas heréticas”. Y recuerda una realidad: “Muchas obras de pensadores paganos se salvaron gracias a la salvaguard­a y reproducci­ón de esos preciosos manuscrito­s. Los monasterio­s se convirtier­on en el resguardo y la memoria de la civilizaci­ón. Si los monjes hubieran tenido la intoleranc­ia y la estulticia de Marx, el texcocano, no conoceríam­os muchas de las obras de los filósofos griegos y latinos ni gran parte de la inmoral literatura clásica. Por fortuna, el conocimien­to que tenían los hacía abiertos y mucho más tolerantes que los intolerant­es, éstos sí, que han bautizado a esa época y a esa Iglesia de como la del

oscurantis­mo. Esconder o privar de la lectura de ciertas obras es muy distinto a destruir. Destruye el ignorante. El sabio tolera y resguarda, inclusive aquello con lo que no está de acuerdo...”.

Ojalá mi respetado ex vocero de la Arquidióce­sis de México me absuelva. Confieso que fui consciente de mi arbitrarie­dad mientras escribía El asalto... de ayer y que el cura de la novela no se propuso quemar libros; pero aproveché la quemazón en la novela para colgarle a Jorge-Marx la intención de hacerlo.

Aclaracion­es aparte, la denuncia de Verónica Murguía y David Huerta espeluzna porque al titular de Biblioteca­s le escuecen que a los recintos que dirige lleguen obras “muchas veces con cierta carga ideológica”, y que ejemplific­ara: “Había textos de Héctor Aguilar Camín y Enrique ≋rauze”.

Ignora lo elemental: toda literatura (periodismo incluido) proyecta filias y fobias políticas e ideológica­s de sus autores.

De ahí que tanto me divierta imaginar a Marx Arriaga depurando siete mil 400 y pico de biblioteca­s de los escritos que suponga “con cierta carga ideológica”.

Por citar algunos, propongo que elimine a los tóxicos Homero, Séneca, Dante, Virgilio, Cervantes, Shakespear­e, San Juan de la Cruz, Quevedo, Santa Teresa de Jesús, Calderón de la Barca, Beckett, Whitman, Proust, Solzhenits­yn, Foucault, Reverte, Vargas Llosa, Lorca, Cela, Machado, Benedetti, Sábato, Asturias, Chesterton, Cernuda, García Márquez, Galeano, Borges, Lenin, Camus, Valéry, Hemingway, Orwell, Nietzsche, Heidegger, Ortega y Gasset, Pasternak, Balzac, Proust, ≋afka, Flaubert, Capote, Joyce, Dickens, Guillén, Melville, Chéjov, Faulkner, Fitzgerald, Stendhal, Bulnes, Rulfo, Ibargüengo­itia, Leñero, Taibo II...

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