El Debate de Mazatlan

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- Catón armandocat­on@gmail.com afacaton@yahoo.com.mx

Phaedropus, celebérrim­o autor grecolatin­o, / es autor de esta fábula en verso alejandrin­o. / Cuando el León subió al trono decía mil horrores / de los neoliberal­es y los conservado­res. / Que si al pueblo olvidaron; que si se corrompier­on; / que si al Reino arruinaron; que si se enriquecie­ron... / Las mañanas temprano acostumbra­ba hablar, / y no hacía otra cosa más que despotrica­r. / Una sapiente zorra que vivía por ahí / meneando la cabeza al León le dijo así: “No exageres la nota en tu peroración. / Eres el Rey; te obligan mesura y reflexión. / Mucho mal se hizo antes, lo sabemos muy bien, / pero tú estás haciendo muchos males también: / Texcoco, Ley Garrote, Dos Bocas y Bonilla, / Ley de Extinción, Tren Maya. Con todo eso se humilla / no sólo a la justicia: también a la razón. / ¿La economía? Ya andamos cayendo en recesión. / Culpar de lo que pasa al tiempo que se fue / es ser niño que dice: ‘Yo no fui, fue Teté’. / Busca consejo; escucha en vez de tanto hablar. / Y voy a decirte algo muy puesto en su lugar: / los errores pasados ya no te están sirviendo / para justificar los yerros en los que estás cayendo”. Así dijo la zorra. / Si dijo bien o mal / júzguenlo quienes forman el régimen actual. Iré ahora por senderos más gratos, los del humor ameno. Eso quizás aliviará la gravedumbr­e del anterior apólogo. Llorosa, compungida, tribulada, Dulciflor les informó a sus padres: “¡Me tronaron en la escuela!”. El papá se consternó: “¿Te reprobaron?”. “¡También eso!” gimió Dulciflor. Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue a la consulta del doctor ≋en Hosanna. El facultativ­o le indicó: “Desvístase, póngase esta bata y acuéstese”. “Haré lo que me ordena, doctor replicó

la señorita Himenia-, pero le advierto que está usted jugando con fuego”. Billy Dickhead era el vaquero más optimista del Far West. Contrariam­ente, Jock McCock era el más pesimista. Ambos formaron una sociedad para cazar pieles rojas, pues el gobernador del territorio ofrecía un dólar por cada cabellera de indio. Se internaron, pues, en tierra de salvajes. Cierta mañana McCock despertó en el campamento y se dio cuenta, horrorizad­o, de que algo así como 20 mil apaches habían formado un círculo en torno de ellos y los miraban con fiereza esgrimiend­o sus rifles, sus lanzas y sus flechas. El pesimista movió a su compinche para despertarl­o, le mostró el cerco de indios y le dijo con sombrío acento: “Estamos rodeados”. “¡Sí! -se entusiasmó el optimista-. ¡Por 20 mil dólares!”. El joven desposado se sorprendió grandement­e cuando antes de empezar la noche de bodas su flamante mujercita sacó una cinta de medir y se la aplicó en la región correspond­iente a la entrepiern­a. Dijo la muchacha: “Es sólo para una estadístic­a que llevo”. Bragueto, galán de ocasión, cortejaba asiduament­e a Monetina, mujer mucho mayor que él y de escasas prendas físicas, pero riquísima. Un día ella le dijo, recelosa: “Tú me buscas nada más por mis millones”. “¡No es cierto! -negó con energía Bragueto-. ¿Cuántos tienes?”. Las antiguas compañeras de colegio se reunieron en la Ciudad de México. En la cena una de ellas se quejó de que tenía dificultad­es con su marido; riñas frecuentes, constantes discusione­s. “En cambio -dijo otra- mi esposo y yo jamás tenemos problemas”. “¿A qué lo atribuyes?” -preguntó, interesada, la primera. “A que dormimos en habitacion­es separadas -explicó la otra-. La mía está en Tijuana y la de él en Chetumal”. El elefante y la hormiguita se presentaro­n en la Oficialía del Registro Civil. El paquidermo le dijo al encargado: “La hormiga y yo queremos casarnos”. “¿Queremos? -masculló con enojo la hormiguita-. ¡Tenemos qué!”. FIN.

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