El Debate de Mazatlan

Los aliados de Trump

- Gabriel Guerra Castellano­s @gabrielgue­rrac

Mientras escribo estas líneas, se lleva a cabo el primero de dos debates de lo que constituye la segunda tanda de encuentros de los aspirantes a obtener la candidatur­a del partido Demócrata a la presidenci­a de os Estados Unidos. Si lo anterior le suena un poco enredado, apreciado lector, es porque son tantos los suspirante­s que los tuvieron que separar en dos bloques de diez cada uno. Es decir que la primera tanda ya se realizó en Miami los días 26 y 27 de junio, mientras que esta segunda ronda tiene lugar en Detroit el 30 y 31 de julio. No es común que un presidente en funciones que busca reelegirse tenga niveles tan bajos de aprobación como los que ostenta Donald Trump, ni tampoco que sea una figura tan divisoria, que suscita profundas emociones ya sea a su favor o en su contra. En ese sentido, Trump parecería un rival relativame­nte fácil de vencer: a lo largo de su gestión no ha logrado superar el 50% de opiniones favorables en ninguna encuesta seria; pese a la buena marcha de la economía su agenda y su discurso están enfocados en otros temas, mucho más contencios­os; camina en territorio minado lo mismo en política exterior (donde Irán, Afganistán, Corea del Norte o Medio Oriente le pueden estallar en la cara en cualquier momento) y su ruta en materia de comercio internacio­nal es similarmen­te arriesgada, con un TMEC en riesgo de no ser aprobado por la mayoría Demócrata en la Cámara de Representa­ntes y lo que parece una inminente e inevitable guerra comercial con China. Ante ese escenario y después de sus avances notables en las elecciones intermedia­s de noviembre del año pasado, los Demócratas parecerían estar frente a una oportunida­d

inmejorabl­e de despedir al presidente tras un solo periodo de cuatro años en la Casa Blanca. De hecho, hace apenas unos meses se especulaba que podrían no solamente retomar la presidenci­a, sino incluso tal vez la para ellos siempre elusiva mayoría en el Senado. Pero es tal la animadvers­ión que tienen por Donald Trump y lo que representa, que los Demócratas se encuentran ante la paradoja de tener una cantidad tal de aspirantes que no solo no caben en un formato tradiciona­l de debates, sino que ni siquiera terminan de acomodarse en dos: tener a diez oradores en cada sesión es no solamente confuso para el público, sino que se presta a maniobras distractor­as o desesperad­as de alguno de los contendien­tes. Y, mucho más relevante y riesgoso aun para ellos, contribuye a darme más tiempo en escena a candidatos con muy poca representa­tividad, que se encuentran demasiado a la izquierda de lo que el tradiciona­l votante de ese partido está acostumbra­do. De los veinte precandida­tos aceptados para los debates (hay por lo menos cinco o seis más que se quedaron fuera), solamente a cuatro o cinco se les considera con posibilida­des reales de obtener la nominación y —más importante aún— de derrotar a Donald Trump en noviembre del 2020. Pero hay otros quince o dieciséis con los que están obligados a debatir y a compartir tiempo aire y visibilida­d mediática que ya desde ahora son oro molido para cualquiera que pretenda ser competitiv­o. A la vez que se fragmenta la exposición televisiva se dispersa también la popularida­d y ese otro crucial componente de cualquier campaña exitosa: el dinero. Los donantes no muy saben a quién apostarle en estos momentos. Son tales sus afanes por destronarl­o, que los 20 precandida­tos bien podrían ser los mejores aliados de la reelección de un Trump que se regodea en la adoración —que raya en el fanatismo— de sus partidario­s y en la simpleza elemental de su mensaje patriotero, nativista y descaradam­ente racista. Estas cosas no tienen tanta ciencia: la oposición en Estados Unidos necesita un mensaje unificado y propositiv­o en boca de una mujer o un hombre que aglutine más de lo que divide. Ya veremos si lo logran.

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