Por el bien de México...
El momento es delicado y aunque el Presidente festine el 0.1 anunciado por el Inegi, con el que, de milagro, se evitó la declaratoria técnica de recesión, es obvio que la desaceleración económica es un hecho. El contexto internacional se desacelera y el gobierno mexicano toma medidas contracíclicas con grado de urgencia Echó mano de 120 mil millones de pesos del Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios. Deberá también ejercer con rapidez y eficiencia el gasto público que le resta en este año y hacer uso del que ha subejercido. El primer semestre no gastó 123 mil mdp que tenía presupuestados y que, en este contexto, tiene que poner a trabajar ya. Todas las proyecciones van a la baja, salvo las del presidente.
Por supuesto que no son suficientes las ganas del Presidente -y de todos los que no queremos que se vaya al carajo México en materia económica- para hacer que la economía crezca o, por lo menos, que no se desplome en un ambiente recesivo y de desaceleración como éste, pero sí es importante que haya un ánimo, disposición y acciones genuinas entre autoridades, inversionistas, consumidores y,
en general, todos los agentes económicos-, para hacer que la economía se dinamice, se mueva y crezca. No hacer nada para que la profecía de la recesión se autocumpla no debe ser aceptado. Los grandes capitales ya deben dejar de tomarse fotos y visitar al Presidente, o, si lo hacen, que lo hagan con proyectos e inversiones concretos bajo el brazo y con un cronograma verificable de su cumplimiento. La responsabilidad que tienen con México es grande.
Los bancos e instituciones financieras, obligadas -de por sí- a financiar el desarrollo, en un contexto como éste, están más obligadas que nunca a promover, agilizar y facilitar financiamientos para proyectos productivos. No pueden quedarse cruzados de brazos recibiendo, como hasta ahora, los beneficios y ganancias más altas del mundo -según han reconocido en sus propios informes las empresas internacionales que dominan la banca en México-.
Quienes han visto crecer patrimonios y fortunas en un modelo que agudiza las desigualdades y privilegia la concentración de la riqueza, deben apreciar -ya no digamos agradecer- que el gobierno de López Obrador no está planteando medidas que pongan en riesgo ni capitales, ni fortunas, ni siquiera cambios fiscales que pudieran tener propósitos redistributivos.
Deberían apreciar y no ver con displicencia perdonavidas, por ejemplo, que se detuvo la intentona legislativa para revisar, con un Congreso con mayoría de Morena, las comisiones altísimas que cobran los bancos por sus servicios en México. Igualmente aquilatar, como un segundo ejemplo, que en México la
revisión legal al Sistema de Ahorro para el Retiro, a diferencia de lo que sí ha ocurrido en otras partes del mundo, no plantea, ni de lejos, revertir el modelo de privatización que -según el informe de la Oficina Internacional del Trabajo de la OIT- resultó un fracaso para mejorar la seguridad y los ingresos en la vejez de millones de trabajadores, pero no así para los intereses de las instituciones financieras que administran esos recursos. Se podrían poner numerosos ejemplos de lo que México ha dado a los grandes inversionistas.
En los últimos treinta años este país ha producido fortunas inmensas que compiten con las más grandes del mundo. La mayoría de ellas, si no es que todas, hechas o consolidadas por la explotación de los bienes que son o han sido propiedad de la nación. Nadie ha planteado revertir lo sucedido en materia de concesiones, permisos y adjudicaciones, ni nada serio que los ponga en riesgo. Ciertamente se canceló el aeropuerto pero, hasta donde se sabe, se pagó o pagará hasta el último centavo a quien puso dinero. AMLO no come lumbre. Estamos en un momento crítico. Para parafrasear al Presidente, si se trata de entrarle al toro, empujar la economía, inyectar recursos económicos que promuevan y financien el desarrollo, por el bien de México, primero los ricos. En momentos como éste, es que se esperaría un mínimo de reciprocidad de esos capitales que se han favorecido con la robusta generosidad de México. Dejarle el paquete solo al gobierno mexicano y voltear la vista a otro lado es, por decir lo menos, irresponsable.