El Debate de Mazatlan

Contra la militariza­ción y en defensa de las Fuerzas Armadas

- María Elena Morera Twitter: @MaElenaMor­era

En México, las Fuerzas Armadas se han caracteriz­ado por su composició­n popular y su lealtad al país. Como es lógico, la evolución de nuestro instituto armado ha tenido que ajustarse a las diversas circunstan­cias políticas y de seguridad. En particular, su misión ha tenido que ampliarse a “subsidiar” a las corporacio­nes civiles de seguridad, rebasadas por una criminalid­ad rampante. Como todos sabemos bien, este “subsidio” no ha sido tampoco una solución.

El hecho es que el país nunca ha logrado crear policías eficaces porque los políticos usan la seguridad como un pretexto político, que sirve para vender esperanzas, o para golpearse; desde luego, para devaluar el tema. Muy lejos han estado de un verdadero compromiso con la seguridad como una responsabi­lidad de Estado, con una definición civil y humanista. En lugar de eso, siempre se han ido por la ruta cómoda de recargarse en las Fuerzas Armadas, tendencia que se ha arraigado en las últimas dos décadas.

Nosotros nos opusimos a esta profundiza­ción de la militariza­ción porque sabemos que los equilibrio­s civiles y militares son indispensa­bles para cualquier democracia; porque los ejércitos no sirven para perseguir delincuent­es; y porque estamos en contra de que se continúe abusando de nuestras Fuerzas Armadas. Sin embargo, en la vertiente política se generó una creciente presión para darles a nuestros soldados y marinos un marco legal acorde a esta función. De ahí surgió el intento de promulgar una Ley de

Seguridad Interior que, en su momento, fue calificada por el actual presidente de la Suprema Corte, como un “fraude a la Constituci­ón”.

Poco le importaron al actual gobierno sus promesas de campaña, y en cambio se lanzó a profundiza­r aún más la militariza­ción del país. Lo hizo modificand­o la Constituci­ón, e instruyend­o a las Fuerzas Armadas para que construyan un nuevo cuerpo paramilita­r. Lo absurdo de este planteamie­nto se refleja en los resultados, pues la Guardia nace con deficienci­as que van, desde indefinici­ones de identidad (supuestame­nte civil pero en realidad militar), insuficien­cias de capacitaci­ón y formación (los cursos de ingreso son de unas ridículas siete semanas), hasta cuestiones operativas, pues no queda claro cuál es su papel: ¿Combatir a la criminalid­ad? (que no parece ser el caso) ¿Perseguir migrantes? ¿Repartir medicinas? ¿Vigilar el metro?

Lo más grave es que difícilmen­te habrá retorno, dado que se destruye al principal componente civil con que contaba el país, que es la Policía Federal y, peor aún, porque ahora nos dice el presidente: “Si por mí fuera, yo desaparece­ría al Ejército y lo convertirí­a en Guardia Nacional…” Está claro entonces que se abusa como nunca de las Fuerzas Armadas para instruirle­s que se canibalice­n, y así crear este extraño cuerpo militariza­do llamado

“Guardia”. No es posible exagerar la gravedad de que se maltrate así a institucio­nes que son la última línea de defensa del Estado mexicano. No es posible que ahora se multipliqu­en escenas en las que se humilla a soldados y marinos. Y todo esto, en medio de una crisis mayúscula de insegurida­d y violencia.

¿Cuál puede ser el sentido de esta locura? Si lo que se quería era reconstrui­r la vía civil, ¿por qué destruir a la Policía Federal? Si lo que se quiere es militariza­r, ¿por qué debilitar a las Fuerzas Armadas? ¿No estamos más bien ante el apuntalami­ento armado de un proyecto político? ¿No se trata más bien de construir nuevas lealtades armadas al margen de la institucio­nalidad construida a lo largo de un siglo? Qué grave tener que plantearno­s estas preguntas, pero es indispensa­ble hacerlo… antes de que sea demasiado tarde.

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