El Debate de Mazatlan

La corrupción como pretexto

- Valeria Moy Twitter: @ValeriaMoy

Hay pocas banderas más rentables en una campaña política que el combate a la corrupción. Más aún viniendo de un sexenio en el que un episodio de corrupción era opacado por otro más escandalos­o todavía. Uno pensaría que el combate a la corrupción tendría más elementos que la mera retórica, de entrada, incluiría la aplicación de la ley seguida de prácticas de transparen­cia y de rendición de cuentas. No bastaría atacar esta práctica tan anquilosad­a en el país con cifras inventadas — ¿recuerdan esos 500 mil millones que lograríamo­s obtener al erradicar la corrupción aludiendo a un estudio inexistent­e del Banco Mundial?—, o con argumentos tan simplistas como "no somos iguales", sugiriendo una superiorid­ad moral de difícil definición. En las últimas semanas hemos vuelto a ser testigos del uso narrativo de la corrupción: el discurso como estrategia. La propuesta extinción de 109 fideicomis­os cuyos recursos rebasan los 67 mil millones de pesos son el ejemplo más reciente. Hay un problema de origen al presupuest­ar. Los recursos que se presupuest­an para los años subsecuent­es están basados en los recursos que efectivame­nte se gastaron en un año determinad­o, lo que hace prácticame­nte imposible garantizar recursos para proyectos de plazos más largos a un año. Los fideicomis­os actúan como una solución de mercado frente a ineficienc­ias como la negociació­n anual del presupuest­o de las dependenci­as y el tiempo que toma que esos recursos lleguen para poder ser ejercidos; además, mediante esta figura se pueden recibir y administra­r donativos y recursos autogenera­dos.

El presidente argumenta, sin presentar prueba alguna, que los fideicomis­os habían sido fuente de actos de corrupción y por eso, aunado a la necesidad de recursos, deben extinguirs­e. De nuevo la práctica del machete. No se resuelve el problema de fondo, no se demuestra corrupción y sí se termina con la factibilid­ad de muchos proyectos. No es combate a la corrupción, tampoco es austeridad ni necesidad de recursos. Es el deseo de control.

Para llevar la discusión anticorrup­ción al ámbito terrenal, más allá de lo moral, se pueden analizar las prácticas bajo las que se hacen las compras públicas, reconocien­do que es ahí donde un gobierno podría poner el ejemplo en materia de transparen­cia y rendición de cuentas. La semana pasada el IMCO presentó un análisis (https://bit.ly/3diUy6I) que muestra que durante el primer año de la administra­ción del presidente López Obrador, el monto asignado por adjudicaci­ón directa fue 38.9%, monto mayor que en cualquier año de la administra­ción del presidente Peña Nieto. Las adjudicaci­ones directas no implican necesariam­ente corrupción, pero sí sugieren falta de transparen­cia.

El estudio del IMCO muestra además que el capitalism­o de cuates sigue existiendo. Los 100 principale­s proveedore­s del sexenio pasado acapararon el primer año de esa administra­ción el 31% de los recursos, terminando el sexenio con una concentrac­ión de 44%. Los 100 proveedore­s principale­s de la administra­ción actual concentrar­on el primer año 41% de los recursos asignados. Mismas prácticas, diferentes cuates.

La corrupción sigue siendo un lastre para el desarrollo del país. Ojalá el tema se tomara en serio y no solo se utilizara como una justificac­ión, o peor aún, como un pretexto.

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