El Debate de Mazatlan

La última movilizaci­ón de AMLO

- HÉCTOR DE MAULEÓN @hdemauleon

Gran lector de la calle, el resultado de la marcha ciudadana en defensa del INE, verificada de manera multitudin­aria hace dos semanas entre el Ángel de la Independen­cia y el Monumento a la Revolución, dejó en el presidente de México una molestia, una preocupaci­ón difícil de ocultar.

El río humano que marchó de manera espontánea a lo largo de algo que AMLO considera su marca registrada, la calle, significó un duro baño de realidad para el gran solitario del Palacio: un presidente que vive encerrado en sí mismo y que cada vez escucha menos a la gente que tiene a su alrededor ?como han dado fe, entre otros, el exsecretar­io de Hacienda, Carlos Urzúa, y el exdirector del IMSS, Germán Martínez.

López Obrador entendió que algo inédito estaba sucediendo. Se dedicó durante varios días a descalific­ar la marcha ciudadana y a insultar, con la batería de adjetivos de costumbre, a sus participan­tes.

Cuentan funcionari­os de la Presidenci­a que el mandatario se encerró con personas de su confianza, el vocero Jesús Ramírez Cuevas y su jefe de asesores, Lázaro Cárdenas, para buscar una forma de responder a lo que acababa de verse en Reforma.

“La gente quiere que marchemos el 27, un domingo”, diría después López Obrador.

“La gente”, según los funcionari­os consultado­s, era en reaCárdena­s. lidad Jesús Ramírez Cuevas, quien puso sobre la mesa la idea de tomar la calle echando mano de todo el aparato gubernamen­tal, incluidos los gobernador­es.

La operación quedó en manos del secretario de Gobernació­n, Adán Augusto López. A Claudia Sheinbaum le correspond­ió garantizar la asistencia del gobierno de la ciudad.

Trabajador­es de la Secretaría de Trabajo y Fomento al Empleo de la Ciudad de México grabaron al secretario José Luis Rodríguez Díaz de León ordenando que se aplicara “el mismo ejercicio” que se llevó a cabo durante el último informe de la jefa de Gobierno, en el cual se estableció la cuota de camiones que funcionari­os altos y medios debían aportar: desde directores generales hasta jefes de departamen­to, pasando por directores de área y subdirecto­res. Gobernador­es de todos los puntos del país, así como los integrante­s del gabinete, comenzaron a convocar a todo vapor a la marcha, tal vez la última de AMLO.

Lo que antes era sucio y corrupto ?el autobús, la torta y el Frutsi?, ahora se manejó como un ejemplo de congruenci­a, de lealtad, de patriotism­o, de compromiso con “la transforma­ción”.

Los mensajes cargados de desvergüen­za y oportunism­o que poblaron las redes quedarán ahí para la historia: “Acarreada por el corazón. Ya lista para marchar y seguir transforma­ndo al lado de nuestro presidente”, escribió la titular de Cultura del gobierno federal, Alejandra Frausto ?responsabl­e de una de las gestiones más grises y anodinas que se recuerden.

“Caminarán los herederos de las luchas de Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero, Zapata, Villa, Magón y el Gral. Las gestas y aspiracion­es de obreros, campesinos, indígenas, estudiante­s, maestros; de quienes sueñan con una patria para todos”, escribió, con ganas de no quedarse atrás, el vocero Ramírez Cuevas.

La Asociación Mexicana de Derecho a la Informació­n, AMEDI, denunció la forma descarada en que los medios públicos ?el canal Once, el 22, el Imer, Capital 21, Radio Educación, entre otros?, pisaron la ley que les impide convertirs­e en instrument­os de propaganda, y convocaron y transmitie­ron una marcha que tuvo como fin sanar el ego herido del presidente.

Las plumas del régimen celebraron “la más grande movilizaci­ón de la izquierda” de que hay memoria, como si lo de ayer no se hubiera tratado de un acto de poder, de una marcha de Estado en la que el presidente más poderoso que ha habido en México en los últimos 30 años salió a marchar… en apoyo de sí mismo.

Todos los recursos del Estado se pusieron al servicio del presidente al que una marcha ciudadana había irritado. Se documentó la llegada de autobuses procedente­s de todos los puntos de la República, los cuales convirtier­on los alrededore­s de Reforma ?Insurgente­s, México-Tacuba, Circuito Interior, Parque Lira, Avenida Chapultepe­c, y las colonias Cuauhtémoc, Juárez, Roma y Guerrero— en “la más grande central de autobuses”.

Todo ocurrió sin ganas de ocultarlo. Al contrario, haciendo exhibición del gesto de poder que, en su mañanera de este lunes, el presidente celebrara extasiado.

El gobierno de la ciudad, que en la marcha que tapizó Reforma en defensa del INE calculó una asistencia de 10 mil manifestan­tes, anunció anoche que a la última movilizaci­ón de AMLO habían asistido un millón 200 mil personas.

Ocho horas más tarde, la mayor parte de estas volvió en los mismos autobuses a su realidad cotidiana. Una realidad que, en medio de tanta gente, no encontró ningún espacio en el discurso pronunciad­o ayer en el Zócalo.

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