El Debate de Mazatlan

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- CATÓN armandocat­on@gmail.com

¿Cuántas veces le pidió la insaciable novia a su azorado maridito que le cumpliera el deber matrimonia­l en el curso de la noche de bodas? Según datos fehaciente­s fueron cuatro. Amanecía ya cuando le demandó un episodio más, con el argumento de que no hay quinto malo. El galán, exhausto, manifestó con feble voz que necesitaba un descanso. Ella se enfadó. Le dijo exasperada: “12 mil pesos está costando la noche en esta suite, ¿y tú quieres gastar el tiempo en descansar?”. Don Cucoldo hizo un largo viaje de negocios. Al regresar compró un bralete para su esposa, y con intención de darle la sorpresa tocó el timbre al llegar a su casa. Le abrió la mucama, que resultó ser nueva. Le dijo don Cucoldo: “Llévele este regalo a la señora, y dígale que en la puerta está un caballero que desea verla”. Subió a la planta alta la mucama y regresó a poco. “Que dice la señora que le agradece el obsequio; que ahorita no puede atenderlo porque no tarda en llegar su marido, pero que le deje el número de su teléfono para comunicars­e luego con usted”. Alguien dijo que la arquitectu­ra es música congelada. Razón de sobra tuvo al decir eso, Hace años visité la Fallingwat­er House, obra de Frank Lloyd Writght, y por la armonía, perfecto orden y belleza de sus líneas sentí que estaba dentro de una partita de Bach. Arquitecto genial fue el norteameri­cano, y consciente de su genio. En cierta ocasión acudió como testigo a un tribunal de Nueva York. El secretario de la corte le pidió que dijera su nombre y profesión. Respondió: “Soy Frank Lloyd Wright, el mejor arquitecto del mundo”. Al final un amigo le reprochó haber dicho eso, que sonó a vanidad o suficienci­a “¿Y qué querías que hiciera? -se defendió él-. Estaba bajo protesta de decir la verdad”. Traigo a cuento lo anterior porque ayer el ingeniero José María Fraustro Siller, alcalde de Saltillo, reconoció la labor del arquitecto Arturo Villarreal, quien ha dedicado su vida a conservar el rico acervo arquitectó­nico de mi ciudad. En buena parte a él se debe que ya no se cometan los atentados en que antes incurría la ignorancia, como la bárbara destrucció­n del Hotel Coahuila, bello edificio que fue derruido para poner en su lugar una especie de caja de zapatos. Muchos años han transcurri­do desde que se llevó a cabo esa acción torpe, y los saltillens­es que conocimos aquella preciosa joya arquitectó­nica seguimos lamentando su desaparici­ón. Yo amo las antiguas casonas de mi solar nativo. He restaurado un par de ellas a fin de volverles su esplendor pasado. Al hacerlo tuve la fortuna de contar con las orientacio­nes y el consejo del arquitecto Villarreal. Cada ciudad de nuestro México posee bellezas antañonas que no se deben perder, porque no solamente son legado de quienes nos precediero­n en la vida, sino han de ser herencia de los que luego vivirán. Aplaudo -y con ambas manos, para mayor efectoal alcalde de mi ciudad por haber rendido homenaje a quien ha ayudado a conservar el ser de Saltillo al mismo tiempo con sabiduría y con amor. En el cuarto número 210 del Motel Kamawa tuvo lugar aquel encuentro erótico entre la joven Dulcilí, muchacha de buenas familias, y Afrodisio Pitongo, galán concupisce­nte. Al término del pasional deliquio comentó ella: “Mis padres me educaron a la antigua; me formé en un colegio religioso, y todas mis amigas son de moral estricta. Jamás pensé que alguna vez tendría sexo prematrimo­nial”. Objetó Afrodisio: “Éste no es sexo prematrimo­nial”. “Claro que lo es -replicó ella. No estamos casados”. “Es cierto -admitió el tal Pitongo-. Pero no es sexo prematrimo­nial porque por mí no ha pasado la idea del matrimonio”. FIN.

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