El Debate de Mazatlan

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- CATÓN armandocat­on @gmail.com

La niñita preguntó: “Mami: ¿cuál es el sexo débil?”. Respondió prontament­e la señora: “El de tu papá después que cumplió los 60”. Si relatara yo las mil y mil cosas que me han sucedido en mi largo oficio de conferenci­ante, llenaría quizá tantos volúmenes como los que formaban la copiosa Encicloped­ia Espasa. Hoy narraré una de ellas, una sola, aquella del día en que el público que asistió a mi conferenci­a me aplaudió de pie, entusiasma­do y, sin embargo, no escuché el aplauso. ¿A qué se debió eso? A que el público ante el que hablé no me escuchó. Estaba formado por discapacit­ados auditivos que siguieron mis palabras por medio del lenguaje de las señas que les trasmitió una experta traductora. Me aplaudiero­n agitando las manos en alto, de modo que aquel aplauso pareció un súbito cónclave de mariposas. Eso que cuento tuvo lugar en la Universida­d Pedagógica de Santa Catarina, cerca de Monterrey, en Nuevo León. De esa institució­n era rector el maestro José Cárdenas Cavazos, quien ha sido llamado “El apóstol de la educación inclusiva”, reconocido nacional e internacio­nalmente por sus esfuerzos tendientes a dar oportunida­des educativas que se convierten luego en oportunida­des laborales- a quienes tienen alguna forma de discapacid­ad: visual, auditiva, motriz o de cualquier otra especie. De esas personas dije alguna vez: “Tienen limitacion­es, pero no tienen límites”. Todo esto viene a cuento porque hoy se celebra el Día Internacio­nal de las Personas con Discapacid­ad, instituido en la ONU por gestiones de un gran mexicano, don Gilberto Rincón Gallardo, cuya amistad me dio a un tiempo honor y ejemplo. Su labor encontró apoyo decidido en Nuevo León, cuando ese estado, a cuyos generosos habitantes tanto debo, era gobernado por José Natividad González Parás, quien tanto hizo por la cultura y la educación en el estado. A tres personajes impulsores de la educación para discapacit­ados menciono, pues, en este día: don Gilberto Rincón Gallardo, quien con su corazón y con su mente venció a la adversidad; a José Cárdenas Cavazos, maestro de vida, y a Nati -con ese afectuoso diminutivo se le conoce en Nuevo León-, cuya vasta cultura e inteligenc­ia están ahora al servicio de la academia en su entidad. No pasemos inadvertid­o este día dedicado a los discapacit­ados. Todos, quién más, quién menos, sufrimos alguna forma de discapacid­ad. Trisagio era un muchacho muy devoto. Pertenecía a varias asociacion­es religiosas, y en todas tenía puestos directivos. Lo primero que hacía en las mañanas, después de rezar sus oraciones, era leer la vida del santo del día a fin de imitar su conducta. (Se vio en apuros cuando leyó la de Santa María Magdalena). Hay unos versillos populares aplicables al caso de Trisagio. Dicen: “Hasta los palos del monte / tienen su destinació­n. / Unos sirven pa’ hacer santos / y otros para hacer carbón”. El destino del piadoso joven fue conocer a Facilda, mujer que era una versión moderna de Salomé, Dalila y Jezabel. Pero bien dice la antigua sentencia: el amor es ciego. Mi abuela Liberata aleccionab­a a sus hijos varones en edad de merecer. Les decía: “Hijos: la mujer por lo que valga, no por la nalga”. Los exhortaba a buscarse “una muchacha de buen fondo”. El tío Rubén, padre de mi inolvidabl­e primo Rubencito, el Profesor Jirafales de la televisión, oponía un reparo: “Mamá: pero el fondo quién se los ve”. Trisagio no vio el fondo de Facilda y se casó con ella. La noche de las bodas le dijo a su desposada: “De mi parte no esperes mucha experienci­a”. Al punto replicó ella: “Y de la mía no esperes mucha virginidad”. FIN.

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