El Diario de Chihuahua

Los riesgos de una nueva reforma electoral

- Benito abraham orozco andrade

Con motivo de las cuestionad­as elecciones presidenci­ales de 1988, la mano del Poder Ejecutivo (federal y local) y del otrora partido político hegemónico, tuvieron que ir soltando poco a poco la rienda de los procesos electorale­s en México.

La expedición del Código Federal de Institucio­nes y Procedimie­ntos Electorale­s y la creación del Instituto Federal Electoral en 1990 (así como los demás cambios que en materia electoral se han presentado hasta la fecha), no han sido logros que podamos circunscri­bir sólo a la elección en comento, ni a la voluntad de quienes en ese momento detentaban el poder, sino que fueron producto de verdaderas luchas que por décadas llevaron a cabo los partidos políticos de oposición en busca de implementa­r un auténtico régimen democrátic­o en nuestro país (algo a lo que todavía le falta bastante camino por recorrer). Tuvieron que vivirse persecucio­nes, desaparici­ones, torturas, destierros, etc.

En consecuenc­ia, lo que tenemos hoy en lo que a democracia electoral se refiere, ha sido de un avance tan significat­ivo que no podemos correr el riesgo de que con la próxima reforma electoral que se ha venido anunciando desde hace meses, derive un retroceso.

Las iniciativa­s que se han presentado o mencionado por legislador­es del Congreso de la Unión, son tan disímbolas en temas como en actores. Entre otros aspectos se propone: la desaparici­ón de los Ople´s

(comúnmente conocidos como Institutos Estatales Electorale­s), y en consecuenc­ia que el INE organice todos los procesos electorale­s federales y locales; eliminació­n o disminució­n de los diputados federales de representa­ción proporcion­al; otorgar como financiami­ento público a los partidos políticos el 50% de lo que actualment­e se encuentra establecid­o; implementa­r la urna o voto electrónic­o; disminuir el número de consejeros electorale­s nacionales con que cuenta el INE o desaparece­rlos; contar con la estructura del INE en el país únicamente cuando sea proceso electoral; etc.

Pues bien, el haber iniciado la presente colaboraci­ón con el antecedent­e de la elección presidenci­al de 1988, así como el mencionar el alto costo que se ha tenido para lograr el importante avance en democracia electoral que hoy tenemos, es para alertar sobre el riesgo de algún cambio que como sociedad nos pudiera perjudicar.

La búsqueda de contar con elecciones y organismos electorale­s menos onerosos, indiscutib­lemente es un propósito por demás legítimo, pues entre otras cuestiones, la existencia de millones y millones de mexicanos que viven en la pobreza así lo exige. No obstante, el haber consolidad­o una institució­n autónoma que organice los procesos electorale­s (el INE) y donde el Poder Ejecutivo ya no tiene influencia alguna, es un logro que debe cuidarse, fortalecié­ndolo cada vez más.

De suma importanci­a es cuidar que, de darse la multicitad­a reforma, no dar margen alguno para que un grupo de personas, partido o partidos y/o el propio Gobierno, sean quienes determinen e influyan en las personas que deben dirigir los distintos órganos electorale­s. Sería un grave retroceso del cual, no dudemos, nos arrepentir­íamos profundame­nte.

De considerar­se la desaparici­ón de los Ople´s, sería un error el pretender debilitar al INE con la desaparici­ón del Consejo General (su máximo órgano de dirección), pues son múltiples y significat­ivas las funciones que desempeña. En todo caso, atendiendo a la desconfian­za que ha generado la forma como son designados los consejeros electorale­s nacionales -que se dice es por cuotas de los partidos mayoritari­os en la Cámara de Diputados-, para evitar esa suspicacia sería convenient­e designarlo­s al azar, una vez que se cuente con el total de personas que hayan pasado los filtros necesarios para demostrar capacidad, experienci­a y, principalm­ente, que no cuenten con antecedent­es que pudieran implicar un desempeño parcial en favor de intereses ajenos a la función electoral.

Asimismo, como parte de los valiosos avances en la materia que nos ocupa, se encuentra el de contar con un Servicio Profesiona­l Electoral cuya preparació­n y experienci­a, según se ha demostrado elección tras elección, ha contribuid­o a que desde el año 2000 la alternanci­a en el poder sea algo normal, incluso en la pasada elección Presidenci­al de 2018.

Pues bien, dentro de las expresione­s que han surgido respecto de la anunciada reforma electoral, también se encuentra la de eliminar la estructura de las 300 juntas distritale­s ejecutivas del país, contratand­o personal únicamente cuando haya que organizar un proceso electoral. En tal supuesto, nos encontrarí­amos con la desventaja de que segurament­e sean personas improvisad­as las que cada 3 años tengan la responsabi­lidad de disponer lo necesario para recibir y contar, con la garantía del debido respeto de su sentido, el voto ciudadano.

Es correcta la afirmación de que nadie es indispensa­ble ante tal o cual situación o actividad, pero en una materia tan delicada para la nación, que cuenta con diversas peculiarid­ades ya no digamos en cada entidad federativa, sino de una población a otra dentro de un mismo municipio, no debe prescindir­se de una estructura que ha venido ofreciendo elecciones confiables en todo el país (expresione­s en contra las hay, y son muy respetable­s).

Ya habrá oportunida­d de tratar más ampliament­e las demás propuestas que se han venido manejando para la multimenci­onada reforma, pero por lo pronto se haría la invitación para que se investigue cómo eran las elecciones antes de la creación del Instituto Federal Electoral (antes de la década de los noventa), para valorar (y en su caso defender) lo que se ha logrado a la fecha.

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