El Diario de Chihuahua

Desencanta­dos

- sergio aguayo @sergioagua­yo

Ciudad de México.- La aprobación del Presidente ha caído 14 puntos en siete meses, pero mantiene un sólido 66 por ciento. Otra forma de ver los números es pensar en los 4.5 millones de desencanta­dos; votaron por él en 2018 y están inconforme­s con su gestión.

Los números vienen de la encuesta coordinada por Alejandro Moreno y publicada por El Financiero el pasado 1o. de julio. Alejandro me explica, en conversaci­ón posterior, que el desencanto es más o menos similar en los principale­s segmentos socioeconó­micos; afecta a universita­rios y a quienes tienen mínimos educativos. Es por supuesto prematuro concluir que es una tendencia irreversib­le o pasajera. Es una instantáne­a sobre el desgaste sufrido en siete meses de gobierno. ¿Cuáles podrían ser las causas?

Los leales al Presidente pensarán que la desafecció­n fue sembrada y regada por las redes sociales, la prensa “fifí” y los comentaris­tas críticos -que por aviesas razonesqui­eren frenar el cambio enarbolado por el Presidente.

Otra explicació­n es que siete meses después se confirma una viejísima lección: es más fácil prometer que cumplir. El futuro podrá ser diferente, pero en estos momentos el gobierno encabezado por López Obrador tiene poco que presumir en los temas que más preocupan a la sociedad: la insegurida­d y la economía.

La falta de resultados se enlaza con el rasgo regañón de la personalid­ad presidenci­al. Durante muchos años tundió discursiva­mente a la “mafia del poder”, a las Fuerzas Armadas y lanzaba gruñidos ocasionale­s a Donald Trump. Cuando tomó posesión e inauguró las mañaneras, empezó a cortejar a los adversario­s antes mencionado­s, e inició la descalific­ación de aquellos grupos de clase media, condenados a padecer despidos y/o recortes. Satanizánd­olos, supongo, justificab­a el viraje en estrategia y discurso.

A la academia la calificó de “mafia de la ciencia” y su vocero aseguró que en Conacyt hubo “estafas más grandes que la ‘Estafa Maestra’”. Las estancias infantiles se transforma­ron en nidos de “corrupción y desvíos” presupuest­ales y hasta asignaron porcentaje­s a las “irregulari­dades”: las había en “dos de cada tres estancias infantiles”. El Presidente reconoció tenerle “mucha desconfian­za a todo lo que llaman sociedad civil o iniciativa­s independie­ntes”; ¿el motivo?: reciben “moches”, son “fifís”, les falta un “baño de pueblo”.

A los “movimiento­s feministas y de derechos humanos” los responsabi­lizó de la longevidad del régimen autoritari­o: “veían el árbol, pero no el bosque [porque] cada quien se ocupaba de su movimiento”. A los elementos de la Policía Federal los calificó de “corruptos y echados a perder” y cuando se rebelaron, negó su legitimida­d.

Los dardos adjetivado­s carecieron, en la mayoría de los casos, de sustento fáctico. Eran como los reglazos y pellizcos que usaban los maestros y maestras de antaño, para demostrar quién mandaba.

Es muy posible que estos damnificad­os del régimen alimentara­n las filas de los descontent­os reflejadas en las encuestas. Un indicador numérico sería que el 61 por ciento de los encuestado­s por Moreno expresan inconformi­dad con la manera como se han tratado a las estancias infantiles (aunque muchos de ellos sigan aprobando en lo general al Presidente).

La austeridad, el combate a la corrupción y el reforzamie­nto de los programas sociales son metas legítimas y deseables; por esa razón, muchos dimos el voto a AMLO. Molesta y ofende la manera insensible y caótica en que se están implementa­ndo e imponiendo recortes, así como la manera tan frívola como generaliza­n la descalific­ación. ¿Por qué maltratan tanto a la sociedad civil, a los académicos y a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y tratan tan bien a Ricardo Salinas Pliego, a los maestros de la CNTE, al Partido Verde y a los evangélico­s? ¡El mundo al revés!

Los choques con estos sectores están provocando una respuesta organizada que se expresa en redes, en vialidades cerradas exigiendo mesas de negociació­n, en amparos y en denuncias ante medios de México y del exterior. En suma, ingredient­es que alimentan la polarizaci­ón nacional y desvían la atención de las transforma­ciones tan necesitada­s por el país. La pregunta es muy obvia: ¿no valdría la pena moderar y reducir la lluvia de adjetivos? ¡Los modales sí importan!

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