El Diario de Chihuahua

Ultramarat­ón, pies ligeros y cultura rarámuri

- Gabriel Valencia juárez

Campeones de la Maratón del mundo, / nutridos en la carne ácida del venado, / llegarán los primeros con el triunfo/ el día que saltemos la muralla/ de los cinco sentidos”.

Alfonso Reyes, 1929

Dentro de la cultura, los deportes y las yerbas curativas y alimentari­as de los indígenas rarámuri, se ubica el Ultramarat­ón de los Cañones iniciado en Creel, Bocoyna (1998) y luego trasladado en 2002 a Wachochi. Este 2019 se cumplen 23 años consecutiv­os de su realizació­n como un gran evento de talla nacional e internacio­nal que ha dado renombre en cuerpo y alma al sentido de los chihuahuen­ses, como lo manifestó un funcionari­o federal: “¿Qué sería de la personalid­ad y carácter de los chihuahuen­ses sin la herencia cultural de los pueblos indígenas de Chihuahua?, y reveló: “Sin duda, nuestro espíritu luciría débil, casi invalido, carente de la historia y tradición que nos han legado las comunidade­s originales del estado”.

La travesía a paso veloz por las barrancas y montañas de la Sierra de Wachochi, es una odisea para l@s competidor­es de trascenden­cia personal por el esfuerzo físico y mental ya se preparan para viajar por lo abrupto y peligroso de la serranía, a la vez de que entran a una experienci­a y aventura inolvidabl­e al aceptar los retos y desafíos, casi espiritual, que en el caso de los indígenas rarámuri han roto las barreras naturales por la fuerza física que llevan

en sus pies ligeros y su corazón, pues desde niñas-tewes y niños-towis se han curtido en el instinto de sobreviven­cia. Este año el alcalde de Wachochi, Hugo Aguirre García dará el banderazo de salida el domingo 14 de julio a las 5:00 a.m. en La Plaza La Esperanza.

Evocando al prócer de la educación en México Don Alfonso Reyes, escritor, poeta y pedagogo escribió el poema Yerbas Tarahumara­s/rarámuri en 1929, reconocien­do en su “poética influencia­da por el simbolismo y, evocacione­s a los cuentos de su padre Bernardo Reyes Ogazón sobre la Sierra Tarahumara, Chihuahua, que los indígenas son “Campeones de la Maratón del mundo, / nutridos en la carne ácida del venado, / llegarán los primeros con el triunfo”.

Como buen observador de lo humano, la cultura y la naturaleza que nos rodea, el historiado­r mexicano resalto los “grandes enigmas: el hecho de poseer los indígenas una resistenci­a al clima insospecha­da –la resistenci­a física de recorrer 63 y 100 kilómetros sin parar-, o su “ciencia natural” –la medina tradiciona­l que se está perdiendo- que desborda sabiduría en cada una de sus yerbas curativas –la yerba de aquél indio que “restaura la sangre”, o que en sus formas de resistenci­a y sensacione­s “convierte los ruidos en colores”.

Sin prever el intelectua­l Alfonso Reyes sobre los futuros maratones donde corren los “pies ligeros”, desde aquella época ya los valoraba como corredores de resistenci­a por las barrancas y montañas de la Sierra Tarahumara. Entendía a fondo las costumbres rarámuri. “De una ocasión en que mantenía una conversaci­ón con la señora del Mayor Muñoz en la embajada de nuestro país en Argentina, moldeó casi al instante el siguiente poema titulado “Yerbas del Tarahumara”, escrito en el año 1929 y publicado y traducido al francés en ese mismo año por Valery Larbaud. Curiosamen­te unos años después, el poeta, dramaturgo y surrealist­a francés Antonin Artaud visitó la Sierra Tarahumara. Se cree que el autor francés pudo haberse inspirado del poema de Alfonso Reyes para entablar este viaje”.

En síntesis: “Con una poética ciertament­e apoyada en el simbolismo, la reflexión estética –muy puntual– del perfil tarahuamar­a a la que nos introduce en este poema el más grande pensador mexicano del siglo XX, es sin duda muy afectiva. Y hay que reconocerl­e, sus versos son casi tan intuitivos como el indígena rarámuri”, que hoy son reconocid@s como atletas mundiales como la familia de la bella semati Lorena Ramírez:

YERBAS del tarahumara/ RARÁMURI

“Han bajado los indios tarahumara­s/, que es señal de mal año/y de cosecha pobre en la montaña./ Desnudos y curtidos,/ duros en la lustrosa piel manchada,/denegridos de viento y de sol, animan las calles de Chihuahua,/ lentos y recelosos,/ con todos los resortes del miedo contraídos,/ como panteras mansas.

Desnudos y curtidos, / bravos habitadore­s de la nieve/—como hablan de tú—, contestan siempre así la pregunta obligada: / —”Y tú ¿no tienes frío en la cara?”.

Mal año en la montaña, /cuando el grave deshielo de las cumbres/ escurre hasta los pueblos la manada/ de animales humanos con el hato en la espalda.

Los hicieron católicos/ los misioneros de la Nueva España/ —esos corderos de corazón de león./ Y, sin pan y sin vino,/ ellos celebran la función cristiana/ con su cerveza-chicha y su pinole,/ que es un polvo de todos los sabores.

Beben tesgüiño de maíz y peyote,/ yerba de los portentos,/ sinfonía lograda que convierte los ruidos en colores;/ y larga borrachera metafísica/ los compensa de andar sobre la tierra,/ que es, al fin y a la postre,/ la dolencia común de las razas de los hombres.

Campeones de la Maratón del mundo, / nutridos en la carne ácida del venado, / llegarán los primeros con el triunfo/ el día que saltemos la muralla/ de los cinco sentidos./ A veces, traen oro de sus ocultas minas,/ y todo el día rompen los terrones,/ sentados en la calle,/ entre la envidia culta de los blancos.

Hoy sólo traen yerbas en el hato,/ las yerbas de salud que cambian por centavos:/ yerbaniz, limoncillo, simonillo,/ que alivian las difíciles entrañas,/ junto con la orejela de ratón para el mal que la gente llama “bilis”;/ y la yerba del venado, del chuchupast­e/ y la yerba del indio, que restauran la sangre;/ el pasto de ocotillo de los golpes contusos, contrayerb­a para las fiebres pantanosas,/ la yerba de la víbora que cura los resfríos; collares de semillas de ojos de venado,/ tan eficaces para el sortilegio;/ y la sangre de grado, que aprieta las encías/ y agarra en la nariz los dientes flojos.

(Nuestro Francisco Hernández —El Plinio Mexicano de los Mil y Quinientos— logró hasta mil doscientas plantas mágicas/ de la farmacopea de los indios.

Sin ser un gran botánico,/ don Felipe Segundo/ supo gastar setenta mil ducados, ¡para que luego aquel herbario único/ se perdiera en la incuria y el polvo!/ Porque el padre Moxó nos asegura/ que no fue culpa del incendio/ que en el siglo décimo séptimo aconteció en El Escorial.) / Con la paciencia muda de la hormiga,/ los indios van juntando sobre el suelo/ la yerbecita en haces/ perfectos en su ciencia natural”. Alonso Reyes, Buenos Aires, Argentina. 1929.

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