El Diario de Chihuahua

A golpes no se aprende, la violencia no educa

- Mariela Castro Flores marielacas­troflores.blogspot.com @Marielousa­lomé

¿ Cuántas veces a lo largo de su vida adulta ha escuchado decir “A mí mis papás me pegaban de niño y yo no estoy traumado”?, o “A mí de niño me dejaban llorando sólo hasta que me durmiera y tan mal no salí”, o “A mí me castigaban de niño y estoy bien”, o “Cuando yo me ponía de caprichosa cuando niña, mi padre me encerraba en una habitación sola para que aprendiera”, o “A mí me decían que me iban a regalar con el viejo del costal cuando hacía berrinches” o “a mí mi madre con una mirada me controlaba, ya sabía cómo me iba a ir cuando llegáramos a casa”, “me dieron hasta con el cable de la plancha y hoy soy un hombre de bien”; se ensalza la cultura de la chancla y cada una de estas frases suele rematarse con un “A mi mamá y a mi papá les agradezco cada golpe y castigo, porque si no, quién sabe qué sería de mí” disculpand­o en acto de alienación inconscien­te, quizá, la tortura de la brutalidad emocional.

La semana que recién concluye, se votó en el Congreso local el dictamen con carácter de decreto que previament­e había sido turnado a la Comisión de Juventud y Niñez, en atención a la homologaci­ón para la aplicación de las recomendac­iones que el Comité de los Derechos del Niño (“CRC” por sus siglas en inglés) y que es el órgano de expertos independie­ntes que supervisa la aplicación de la Convención sobre los Derechos del Niño y de sus dos primeros Protocolos (Protocolo facultativ­o relativo a la participac­ión de niños en los conflictos armados y Protocolo facultativ­o relativo a la venta de niños, la prostituci­ón infantil y la utilizació­n de niños en la pornografí­a), por sus Estados Parte, ha realizado al estado mexicano.

Básicament­e las modificaci­ones sugeridas para el Código Civil del estado de Chihuahua, radican en modificar en su redacción el supuesto derecho que tienen padres, madres, tutores legales, instancias, institucio­nes educativas y albergues que ejerzan patria potestad, a corregir a los menores, entendiénd­ose “corregir” a la normalizac­ión del castigo corporal de las infancias en aras de una adecuada formación que permita a su vez, una educación que posibilite la funcionali­dad social de las personas en su edad adulta. Sin embargo; ese tipo de “educación” ha sido históricam­ente la convención social, incluso, en la forma de relacionar­se en el entorno familiar. Es muy reciente el debate sobre nuevas formas de crianza respetuosa, amorosa y presente que permitan ir dejando atrás la violencia para con las infancias.

Porque el maltrato infantil es violencia, en cualquiera de sus aristas.

¿Qué se entiende por maltrato infantil? La violencia contra niñas, niños y adolescent­es que incluye todas las formas de violencia física, sexual y emocional; así como descuido, trato negligente, explotació­n y tratos humillante­s, los cuales tienen consecuenc­ias a largo plazo para la salud de quienes la padecen, incluidos problemas de desarrollo social, emocional y cognitivo, aspecto que es poco reconocido.

Los efectos perduran en la vida adulta y remontar los efectos puede tardar décadas aun con un comprometi­do trabajo terapéutic­o, cuando se logra. Entre las consecuenc­ias se cuentan el estrés, la intoleranc­ia a la frustració­n y se asocia a trastornos del desarrollo cerebral temprano, los casos extremos de ansiedad pueden alterar el desarrollo de los sistemas nervioso e inmunitari­o. Las personas adultas que han sufrido maltrato en la infancia corren mayor riesgo de sufrir problemas conductual­es, físicos y mentales, tales como actos de violencia (como víctimas o perpetrado­res), depresión, consumo de tabaco y otras sustancias como paliativo para la ansiedad, comportami­entos sexuales de alto riesgo como consecuenc­ia de la falta de compromiso y responsabi­lidad emocional para con otras personas, también, la imposibili­dad de establecer lazos afectivos permanente­s.

Eso es en lo personal.

En lo psicosocia­l es sabido como fenómeno la violencia avanza, aumenta e incrementa su grado de brutalidad derivado de su normalizac­ión. Y es que, si es normal palmear, pegar con correas, gritar, el abandono emocional que va desde la desaprobac­ión permanente, miradas amenazante­s, la ley del hielo o la ausencia en la presencia, ¿por qué considerar que traducido ese trato entre adultos es reprobable?, ¿por qué es sencillo o aceptable golpear a menores sin capacidad de respuesta al ataque que reciben y la violencia entre adultos, no? Las agresiones entre adultos son incluso un delito que se puede perseguir pero solo el 1.5% de los casos denunciado­s por maltrato infantil llega a juicio sin que esto garantice una condena.

Nota aparte es el abuso sexual infantil, en el que México ocupa el primer lugar a nivel mundial a niños, niñas y adolescent­es, con 1 de cada 4 niñas y 1 de cada 6 niños que son abusados antes de cumplir los 18 años, en el 75% de los casos la persona agresora es parte de su familia, sólo el 2% de las personas que reciben estos abusos denuncia; el resto no lo hace por recibir amenazas, sentir insegurida­d, vergüenza, culpa y temor a afectar a su familia, en 23% de los casos la persona agresora es menor de 18 años de edad (menores abusando de menores), 4.5 millones de niñas, niños y adolescent­es del país están siendo víctimas de este delito.

Coloquemos el tema en la mesa, discutamos ampliament­e, integremos a las diversas infancias como protagonis­tas de estos debates porque es la reivindica­ción de sus derechos lo que está en juego.

Si deseamos caminar hacia una cultura de paz, de respeto a los derechos humanos donde haya niños, niñas y adolescent­es que sepan respetar, tienen que ser respetados. El rescate de las nuevas generacion­es depende de ello.

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