Vivir entre fieras
¿Convivimos entre seres humanos razonables o sobrevivimos entre fieras feroces hambrientas de dinero? ¿Se puede algo para controlar a los hombres-bestias que son capaces de asesinar a niñas de tres años y jóvenes Norbertos en todo el país, o ya todo está perdido en esta vergonzante degeneración nacional? ¿Podemos seguir creyendo que somos una especie creada por Dios a su imagen y semejanza, o podría ser un poco más inteligente pensar que algo les deberíamos aprender a los amados perros, a los queridos gatos, a los pacíficos elefantes, para poder subsistir en este nuestro infierno-diario-brutal de desastre social?
México todo está crispado, nervioso, temeroso. Irritación-hartazgo-miedo flota en el ambiente. Las palabras para representar nuestra inseguridad pública, para comprender nuestro sentir en el calamitoso calvario que nos deprime no se ubican, no se encuentran; terminan convertidas en lágrimas. Mientras las tragedias que se acumulan y siguen hundiendo su hacha en la herida abierta que lacera y duele hasta los huesos con los gritos desgarrados de las madres que pierden a sus hijos ultimados por delincuentes impunes y fugitivos, propagan la angustia sobre quienes todavía nos creemos seres humanos con sentimientos. Desesperación.
Los noticieros y periódicos embarrándonos en la cara el cáncer social de la delincuencia triunfante con cada nota, con cada investigación, con cada video. Impresionante. Los medios de comunicación nacional como escuelas del crimen, demostrándole a niños y jóvenes cómo ese asalta en la vía pública para sustraer un celular; cómo se controla y somete a todos los pasajeros de un camión para despojarlos de sus pertenencias; cómo se roba un tren en despoblado como forajidos igual que hace casi un siglo. Y para cerrar la nota la voz convocante: y como siempre no hay responsables detenidos.
Crimen organizado, delincuencia organizada; políticos, empresarios y policías coludidos, corrompidos, impunes todos, de cuello blanco y negro. Felices y satisfechos nadando entre el mar de sangre nacional y acumulando billetes que dejan como huella de ejemplar forma de vivir, destrozando todo lo demás a su alrededor.
Y la sociedad desorganizada, desarticulada, acorralada. Ciudades donde las funerarias se amplían y los parques se vacían. Triste impotencia que se conforma, que se resguarda entre la familia y la religión, entre la fe y el egoísmo particular, hasta que el destino los alcanza y pierden, como tantas y tantas familias aniquiladas, con la muerte violenta de un ser querido, para sentir en carne propia el dolor que la corrupción provoca, junto a la desgracia de nuestra apatía social. Mejor no informarse, no saber, no leer, no entender nada en medio del sistema social que empodera al materialismo imbécil que sufrimos sin darnos cuenta. Para qué comprobar más de nuestra tragedia consuetudinaria.
Triste es que el reclamo contra el poder gubernamental se condense en un par de frases: ¡Que se vayan todos! Si no pueden, si no saben, si tienen miedo: ¡lárguense! El hartazgo social convertido en inútiles mantras callejeras, que buscan el escape a la imposibilidad, con la exigua indignación que no genera cambio alguno. Coraje desarticulado que humilla y somete frente a la manada de lobos ambiciosos de poder y dinero, cuyos miembros sí se cuidan y se protegen en pandilla, desde la Suprema Corte, hasta el último callejón solitario urbano y el más alejado plantío de mota y amapola en todo el país; donde se siembra el mismo dinero y poder criminal para cosechar el terror que satisface el instinto de las tantas fieras que nos gobiernan y controlan para conducirnos a la infelicidad colectiva, sin que nadie se dé cuenta de nada. Maestros que son para producir más y más delincuentes-animales-feroces.
Hasta cuándo, hasta qué, hasta cuánto podrán quedar satisfechas las fieras que nos acorralan cada día más y más, viviendo al amparo de impunes emperadores multimillonarios, narco- políticos-empresarios; bestias que reciben y acatan órdenes de brutales homicidios. Fieras que bajo el menor asomo del fin de su autoridad-corrupta buscan el latrocinio y la muerte de sus semejantes, mucho peor que los animales con natural hambre y protección como únicos instintos de supervivencia. (Fantasía que debe valer menos que un centavo en muchos cerebros: ¿No podríamos los mexicanos con algo de sentido común útil cooperarnos en dinero para saciar a esta subespecie humana, en su inmunda sed de placer y bestialidad y con ello evitar el brutal pandemónium de crímenes de inocentes con el que confirman miserables su animalidad de fieras atroces? --Ya sé que no, pero perdón me gusta soñar).
Contra el sueño la realidad. Estrés nacional por la peor crisis de seguridad pública de los últimos 30 años. La debacle de un sexenio reformista que parecía fructífero. Qué lejos se ve Tlatelolco y sus poco más de 300 nobles estudiantes masacrados. Que lejos se ve Madera y ese 15 de enero de 1972 en Chihuahua, con sus jóvenes guerrilleros sacrificados, partiéndose la madre por la democracia y el fin de la dictadura presidencial. Tan cerca y tan lejos del México que seguimos queriendo. Que pequeño se ve el levantamiento armado del EZLN, con sus propuestas de justicia indígena, de dignidad nacional y justicia social. No, ya ni eso es el objetivo deseado. Tenemos años tratando de encontrar a 43 estudiantes normalistas desaparecidos. Caso que nos demuestra el desastre nacional. Emblema de todo el magnífico sistema de corrupción que hemos creado. Porque nadie puede estar libre de culpa. Nadie en este país puede decir que no es responsable. Lo hemos creado todos. Los que los propusieron, los que los consintieron, y los que nada o poco decimos ni reclamamos.
¿Será posible hablar con fieras asesinas que desean el poder que da el dinero de la política y del narco en nuestro sistema hedonista-capitalista? ¿Valdrá la pena intentarlo? Valdrá la pena preguntarles a todos los criminales y políticos capturados en celdas: ¿Qué chingados más querían si ya lo tenían todo? ¿Valdrá la pena hablar con ellos, para intentar entender a las fieras inhumanas causantes de nuestro desastre?